Los periodistas somos terribles y me incluyo en esta fauna de personas que salen a la calle todos los días. Pero hay que admitir que el diarismo nos hace así.
Todos los días manejamos un cúmulo de información que nos abruma.
Ganamos patéticamente mal, trabajamos más horas, hacemos guardias nocturnas y nos calamos reclamos, gritos y palmaditas en la espaldas.
Porque si no tenemos un buen sueldo, el reconocimiento sirve como un bono.
Hay fuentes -esas personas que nos proveen información- que nos tratan como unos sirvientes.
Y otros, que nos abren la puerta de la adulación y el jalabolismo infinito.
Hasta que ven la nota en el periódico al día siguiente.
En el periodismo, el tamaño si importa. (y en la vida real también)
Si no salen lo suficientemente grandes en el periódico, somos pocos éticos.
Si salen en primera, y con las palabras que ellos quieren, somos los periodistas más arrechos del mundo.
Si queremos complacer a alguien estamos jodidos.
Ha pasado que en alguna oportunidad me han puesto dinero en la mesa para salir como una nota principal y en una ocasión una cantante regional se me insinuó con el fin de darle mejor espacio.
Los que tenemos tiempo en esto, saben que la piel se nos empieza a tornar dura. Somos más directos, menos complacientes y más descarados.
Cuando esto pasa, me encanta leer a mis colegas. Las complacencias son aburridas ver.
Y allí nos volvemos terribles.
No se nos escapa nada.
Estamos pendiente de todo, y eso se traslada a nuestra vida personal. Porque entre periodista tenemos nuestro propio código de ética.
El resbalón de uno, es el ascenso de otro. Quizás esto pase en otros trabajos, pero en los periódicos es más pública.
Por eso los periodistas se resguardan de no salir entre sí, porque siempre terminan comentando a otro lo que le dijo aquel.
La confianza entre nosotros se encierran en una muralla hermética.
Me parecía tonta la idea, hasta que me tocó vivir en carne propia esa verdad.
Los que crean que hablaré de eso acá, lamento decepcionarlos. Jamás lo haré.
Este blog es personal, rompiendo todos los paradigmas de mantener una imagen impoluta de secretismo.
Comparto con un puñado de personas, mis experiencias para que se rían, me juzguen o se sientan identificados.
Al final del día, es más una catarsis personal, de conocerme que otra cosa.
Eso si, los que se queden tengan estómago porque les seguiré echando unos cuentos muy crudos.
Todos los días manejamos un cúmulo de información que nos abruma.
Ganamos patéticamente mal, trabajamos más horas, hacemos guardias nocturnas y nos calamos reclamos, gritos y palmaditas en la espaldas.
Porque si no tenemos un buen sueldo, el reconocimiento sirve como un bono.
Hay fuentes -esas personas que nos proveen información- que nos tratan como unos sirvientes.
Y otros, que nos abren la puerta de la adulación y el jalabolismo infinito.
Hasta que ven la nota en el periódico al día siguiente.
En el periodismo, el tamaño si importa. (y en la vida real también)
Si no salen lo suficientemente grandes en el periódico, somos pocos éticos.
Si salen en primera, y con las palabras que ellos quieren, somos los periodistas más arrechos del mundo.
Si queremos complacer a alguien estamos jodidos.
Ha pasado que en alguna oportunidad me han puesto dinero en la mesa para salir como una nota principal y en una ocasión una cantante regional se me insinuó con el fin de darle mejor espacio.
Los que tenemos tiempo en esto, saben que la piel se nos empieza a tornar dura. Somos más directos, menos complacientes y más descarados.
Cuando esto pasa, me encanta leer a mis colegas. Las complacencias son aburridas ver.
Y allí nos volvemos terribles.
No se nos escapa nada.
Estamos pendiente de todo, y eso se traslada a nuestra vida personal. Porque entre periodista tenemos nuestro propio código de ética.
El resbalón de uno, es el ascenso de otro. Quizás esto pase en otros trabajos, pero en los periódicos es más pública.
Por eso los periodistas se resguardan de no salir entre sí, porque siempre terminan comentando a otro lo que le dijo aquel.
La confianza entre nosotros se encierran en una muralla hermética.
Me parecía tonta la idea, hasta que me tocó vivir en carne propia esa verdad.
Los que crean que hablaré de eso acá, lamento decepcionarlos. Jamás lo haré.
Este blog es personal, rompiendo todos los paradigmas de mantener una imagen impoluta de secretismo.
Comparto con un puñado de personas, mis experiencias para que se rían, me juzguen o se sientan identificados.
Al final del día, es más una catarsis personal, de conocerme que otra cosa.
Eso si, los que se queden tengan estómago porque les seguiré echando unos cuentos muy crudos.
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