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El fin del caos (y III)

 -No creo que te sirva este pantalón.

Me dijo David sosteniendo en la mano un jean de su hermana, dos tallas menor a la mía.

-¿No habrá algo más?

Tardó un rato más en buscar y esta vez llegó con una larga falda amarilla llena de pliegos, lazos y lentejuelas de colores, una prenda que jamás en mi vida sobria y sensata hubiera utilizado. 

No hace falta acotar que este no era el momento más sensato de mi vida. Una vez más.

-Pero me la tienes que regresar rápido, es la falda favorita de mi mamá.

La tierna advertencia de David junto a su disposición de ayuda, me hizo callar cualquier queja inútil en una situación donde no tenía muchas salidas.

Tampoco quería seguir hablando de la noche anterior, pero David me empujaba.

-¿Qué le pasó a tu pantalón? ¿Le hiciste el sexo oral a esta chama?

Sin él saberlo, las dos respuestas a sus preguntas tenían una relación directa. 

Le conté como en sueños me dejé llevar hasta el sofá. 

Observé como mi amiga abría las piernas ante mí con sus manos guiando mi cabeza. Yo, arrodillada ante sus deseos y sus demandas, tratando de borrar de la escena esos dos hombres que nos miraban atentos llenos de excitación.

Aquello estaba muy lejos de mis fantasías. 

Como si hiciera planas en mi mente irracional me repetía a mí misma que no era ninguna mojigata.

No le tengo miedo al sexo, a lo desconocido o lo novedoso, pero en ninguna de mis expectativas sexuales a futuro estaban incluidos hombres, en ningún papel. Ni como personajes activos o pasivos. 

En mis sueños más húmedos, las escenas recorrían tríos con mujeres desconocidas, encuentros sin compromiso al aire libre o si tuviera suerte, asistir a una fiesta montada a lo Stanley Kubrick en Ojos bien cerrados, pero en plan eróticamente lésbico.

En ningún momento de mis más profundos deseos salvajes ocurría que un tipo, en este caso el amigo con derecho de otra mujer, rompiera mis pantalones con sus manos tratando de hacer quién sabe qué cosa mientras intentaba hacerle sexo oral a mi amiga.

Me levanté de un salto impulsada por la incomodidad. 

-No puedo hacer esto.

Por primera vez fui sincera. 

Los tres se quedaron esperando la señal del otro, sin saber qué hacer o decir, ante un contrato verbal roto por mi obstinada retirada del encuentro sexual. 

La primera en decir algo fue mi amiga.

-No hay problema nena. Vamos al cuarto y así nos ves haciendo el amor.

Su voz era como el susurro de una madre paciente ante una hija incapaz de realizar una tarea aparentemente sencilla. 

Los seguí hasta el cuarto principal. 

Me ubiqué en una esquina privilegiada de la habitación mientras ellos se devoraban a besos, turnándose las posiciones sexuales del Kamasutra con una habilidad envidiable. 

En ese momento descubrí la diferencia entre esta realidad y la ficción de una película pornográfica. En una tenía el control de adelantar las escenas tediosas, en esta otra estaba destinada a mirar hasta esperar el fin que nunca parecía llegar. 

Mirando a través del tiempo llego a esta conclusión: ese día fue mi debut y despedida como voyeur.

Me levanté en una de las escenas más calientes con la excusa de ir al baño. Estoy segura que no me escucharon. 

Empecé a correr por toda la casa en busca de cualquiera de mis pertenencias pero solo logré agarrar un zapato y mi celular. 

Abrí la puerta con las llaves que estaban encima de una mesa, las tiré al piso del departamento antes de cerrar y bajé las escaleras de dos en dos hasta tropezar con la conserje lavando la planta baja del edificio. 

Me sentí liberada. 

-¿De qué?

Me pregunta David mientras vamos camino a mi casa.

La respuesta simple era haberme liberado del cuarteto sexual pero esto no era completamente cierto.

Había llegado al fondo del caos, coqueteé con el desorden, me ahogué en la confusión. 

Puse en peligro mi vida muchas veces a lo largo de los años sin importar las consecuencias, tratando de templar la cuerda hasta los límites más insospechados, mientras me hacía daño y le hacía daño a otros, en busca de algo.

Algo. 

Cuando empiezas a buscar sin saber qué, es imposible no echar a andar por caminos equivocados. 

-¿De qué te sentiste liberada Mawa?

Quizás en ese momento no sabía lo que deseaba, pero pude reunir fuerzas para saber lo que no quería en mi vida.

-Me liberé de la persona que fuiste a buscar esta mañana.


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