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Mostrando entradas de diciembre, 2013

Paul y nuestro accidente

En esa habitación se sentía un calor infernal que subía en forma de oleadas de vapor por nuestros cuerpos. Sudábamos por todos lados mientras nos besábamos. -No te vayas. Esa era mi voz. Había llegado hasta esta habitación de hotel, después de robarle el carro a mi mamá. Era un primero de enero y yo estaba en su búsqueda. Paul me había perseguido desde Cuba, había pasado unos días conmigo y yo jamás le di una razón legítima para continuar. Ahora, sabía que se iba a Suiza y lo busqué antes de su partida. ¿Por qué si no lo quería? Después de tantos años, no sé decirlo con precisión, quizás fue la necesidad  de meterme en la piel de alguien que no era. Cuando toqué la puerta, él no se esperaba mi llegada, se quedó frío. Entré, cerré la puerta y empecé a besarlo con desespero.  Él tuvo que pararme en un momento. -¡Qué pasional son los latinos! Retrocedí hasta apoyarme en una pared y lo atrapé con un abrazo, estaba decidida a darle lo que quería pero, ¿yo lo quería? Bajé mis ma

Me pelee por un hombre (en serio)

Esa carajita me tenía arrecha.  No podía ver que Franklin se sentara a mi lado en el transporte, porque empezaba a hacerme muecas de gorila.  Me daban ganas de decirle que yo no era negra sino indígena, una diferencia bastante grande. Ella estaba enamorada de Franklin, Franklin de mí y yo, bueno tenía 12 años, a mi solo me gustaba pasear en bicicleta.  El destino hizo que viviéramos  cerca y estudiáramos en el mismo lugar, así que era imposible no tropezarla en el recreo y ver su cara de desprecio al verme.  Yo era su enemiga y estaba decidida a destruirme. Cuando veía que Franklin se me acercaba, se metía en el medio para coquetearle descaradamente. El se ponía rojo de la incomodidad.  A mi daba risa todo el asunto, ella peleaba por un hombre a quien yo sólo veía como un compañero de juego.  Franklin cumplió 13 años y decidió hacer una fiesta en su casa, la invitó a ella y a mi.  Llegué orgullosa en mi bicicleta roja marca "Silver Star"', sudada y con un

Ante el altar

-Padre confieso que he pecado. En obra, pensamiento y acción. -¿Estás aquí por qué así lo deseas? -Sí Padre. -¿Crees en Dios? -Nunca he creído en Dios. -¿Qué te hace venir ante mí? -La culpa. -¿Cuál? -La de no arrepentirme de nada. -Y si eso es así, si no crees si no quieres arrepentirte ¿en qué puedo ayudar? -En escucharme Padre. -¿Qué quieres confesar? -Desde pequeña me dijeron que la religión era una droga para el pueblo, que los templos se construyeron en base a la guerra, a la muerte, ¿es verdad? -Estas iglesias las levantó la fe y la creencia. -Eso Padre, yo quiero creer. -Si no abres tu corazón a Dios nunca lo harás. -¿El me recibirá a pesar de mis pecados? -Sólo si te arrepientes de ellos. -No me arrepiento de amar a una mujer. -¿Quieres entrar al Reino de los Cielos? -Sí Padre. -Debes saber que eso está mal, que es contra las leyes divinas. -Él me hizo así. -Eso es imposible. -Es posible Padre. Lo sé, yo no lo decidí, esto me decidió. -Puedes cambiarlo

Tequila, limón y sal

-Es la primera vez que hago esto. Te creí. Lo sentía en tus manos torpes, tu cuerpo tembloroso al mínimo roce y tu delicioso desespero de no saber por donde comenzar. Tu aliento era una mezcla tóxica de alcohol y deseo mal disimulado, que había estallado después de un juego no tan inocente. EL JUEGO -¿Andrea sí pudieras acostarte con alguien de esta mesa a quien elegirías? -A Mawa Hubo un silencio que interrumpiste con tu risa. -Lo siento, ¿lo dije muy rápido? Celebramos tu veloz sinceridad con un brindis que ya rozaba los límites del alcohol. Nos habíamos atrincherado en una casa con una botella congelada de José Cuervo, limón y sal. El tequila nos corría por las venas inyectando las ganas de escuchar más y si teníamos suerte hacer algo más interesante. Después de la confesión de Andrea, me di a la tarea de buscar el menor resquicio de contacto, utilizando como pretexto el fulano juego. Uno de esos buenos amigos captó la seña y pidió que la próxima copita del aguardiente