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Mostrando entradas de junio, 2014

La villana (y II)

Lloré. Tenía una semana soportando un ambiente opresivo en el trabajo, donde los bandos se inclinaban a su favor. A cualquier hora que llegaba encontraba a mis compañeros concentrados en sus cuentos de amargura y dolor, mientras pedían a gritos que continuara escribiendo la novela y la animaban con palabras de melosa compasión. Mi molestia cayó sobre ellos. No porque los consideraba mis amigos, lo contrario, sino porque sabía que tampoco eran sus amigos y esa nueva protección que le prodigaban era por puro morbo. A pesar de todo el daño, se lo advertí y ella tomó mis palabras para ponerme delante de todos en una peor situación. Muy pocos me hablaban. Y en el punto más álgido de este melodrama, ella afiló sus uñas para botar todo el rencor, me tiró en cara todos mis puntos débiles e inventó los propios. Comentó de mi problema con el alcohol, me llamó puta, chula, buena para nada, drogadicta y llegó al extremo de meter el dedo en la llaga con un comentario fuera de lugar. -Menos

La villana (I)

Dicen que las historias solo las escriben los vencedores. -Nena, tú tienes un blog debes saber de eso. -¿Crees que me retrato como una heroína? -¿Lo haces? -Si paso las páginas, no. No estoy quedando muy bien parada. -Te falta una por contar. -Me faltan muchas... -Pero hay una... -No, esa no. Prometí no escribir sobre ella. -¿Porque quedas mal? -No. Porque la odio. -¿Después de todo este tiempo? -Sí y escribir sobre ella es alimentar su maldad. -Pero al final saliste ganando Mawa... -Ganar no es la palabra. -La viste caer. -Y duro. -¿Te alegraste? -Fue una mezcla de sentimientos extraños. -¿Qué hiciste ese último día? -Canté en voz alta... -¿Sobre su cadáver? -Y sobre sus patadas. Dicen que las historias solo las escriben los vencedores y ella, abrió una ventana pública para desahogar un vil despecho. Lo supe un fin de semana en una reunión con mis amigos, cuando a las once de la noche me llegó un mensaje urgente. -Están escribiendo sobre ti y es feo. No tardé

Frío en la piel

Caracas anochece con una gripe fría y estornudos de viento helado. Una de esas ráfagas levanta mi vestido, eriza mi piel y abandono la copa de vino blanco en el filo del balcón. Veo a esta Caracas a punto de dormir en lo alto de un hotel cinco estrellas, mientras pienso en el éxito, mientras rememoro una y otra vez las palabras de mi mamá. -Estás en tu mejor momento ¡Disfruta! A mis 34 años estoy en mi mejor momento, según sus palabras y puede que sea verdad. Tengo la libertad en mi trabajo de escribir lo que me da la gana, mis jefes apuntan buenas críticas, me llegan correos de felicitaciones por lo que hago, preparé mi cuerpo para estar sano y ahora estoy en Caracas tomando una copa de vino, después de degustar una cena impronunciable. El éxito, ese éxito está compuesto por pequeños detalles. Por la atención de abrirte las puertas cuando entras a un sitio, por la temperatura correcta en tu bebida, por las palabras y las miradas que me regalan llenas de emoción. También el éxi

Lo prohibido

-¿Quieren ir a un sitio prohibido? La invitación del novio de mi amiga cayó como una provocación en una noche de fastidio en Mallorca, España. Entre cuatro personas habíamos consumido las suficientes cervezas para tomar sus palabras con una chispa de ánimo que nos activó a todos. -Pero eso sí, el sitio es caro. -¿No lo es todo lo prohibido? Respondí mientras me vestía con lo mejor que tenía en mi maleta y apartando unos 150 euros. El local se llamaba "The Sex" y ya el nombre decía todo. Quedaba en una zona frecuentada por alemanes y gringos, una frontera donde corría sin control las drogas, el alcohol y por supuesto el sexo. En el camino nos bebimos entre los cuatros una botella de vino barato y otras cervezas, yo empezaba a ver doble y me sostenía de la mano de mi mejor amiga. En un momento los perdí y un tipo se plantó frente. -¡Hi! ¿Where is the sex? -¿What? -¿The Sex? -¿Do you want sex? -¡Oh yes! Sé me salió lo latino y también la borrachera. -¡Qué te vaya

El cadáver

El impacto de ver ese cadáver tirado como un muñeco de trapo en una cama metálica, fue mayor que el olor a muerte. Estaba desnudo con una cicatriz que le recorría la mitad del cuerpo, testigo de dolencias mayores, de malos tiempos que terminaron en esta sala de una funeraria. Me siento mal, me acerco con cautela, porque este desconocido es el reflejo de mi papá moribundo en la cama de una clínica. Leo el acta de defunción, este hombre también murió de un cáncer de próstata. Me sostengo del filo de una mesa, ¿qué hago aquí? -Si quieres te pones una mascarilla. Me dice con dulzura el preparador de cadáveres. No entiende y no quiero explicarle que ese tal José Guiterrez, a quien nunca había visto en mi vida, era el fantasma de mi papá, ese tal José tenía la misma camisa desgastada y el pantalón roto mal cosido con los hilos de la pobreza. Ese tal José a quien nunca vi sonreír, llorar, cantar o saltar de alegría tenía que prepararlo para su último paseo delante de las personas, per

Dos policías y una homofobia

Fue un simple beso, con una pizca de pasión, con un mal disimulado deseo que duró hasta que una fuerte luz transpasó el vidrio delantero del carro. Ella había estacionado en un sitio oscuro, un poco alejado del parque, y entre una cosa y otra nos besamos, nos alumbraron con una linterna y nos mandaron a salir. Ella dio los papeles del carro. -¿Usted es la dueña? -No. Es de mi papá. Los dos policías revisaron los papeles como si delante de ellos tuvieran un cadáver descuartizado. Decidí abrir la boca. -¿Algún problema con los papeles oficial? -No. El problema son ustedes. Las vamos a llevar detenidas. -¿Por qué? -Están cometiendo actos lacivos en la vía pública. -¿Un beso es un acto lacivo? -Si, porque son dos mujeres. -¿Perdón? Mi temperatura subía rápidamente. -Son dos homosexuales. -¿En que parte de la ley dice que usted me meta a la cárcel por besar una mujer? -No es correcto y a mi no me parece ¿tiene algún problema con eso ciudadana? -Pues fíjese que sí oficial,

El clavo (Si, esa soy yo)

Podría enumerar sin equivocarme los defectos físicos que ella me recordaba constantemente. Estaba gorda, debo aclarar que ella tampoco era flaca, pero bueno estaba gorda. Había un problema monumental con mi cabello, porque ella odiaba como lo tenía, así salvaje al natural. Debo recordar, o recordarme, que en el momento en que ella me buscó para ser su novia todo era perfecto, en físico, mente y corazón. Pero al momento en que ella pidió ser mi novia y yo acepté, el cambio de actitud no tardó. Sigo enumerando, estaba gorda, me pidieron que cambiara mis dientes, el cabello por supuesto, la forma de caminar, la ropa, los gestos y creo que no se me olvida nada. En un momento la poca autoestima que tenía me ahogaba de angustia. Al mirar atrás me sentía la mujer más fea del mundo, nada de lo que hacía complacía esta relación, tanto fue así mi desespero, que empecé a suplicar. Si, así como lo leen. Suplicar. Pedir que me dijeran que estaba bonita, demandar un poco de atención, sin pe

Las demandas y otros oficios

No es necesario tener a este hombre frente a frente para conocer sus sentimientos, a través de la línea telefónica su voz es más que autoritaria, es amenazadora. -¡Hundiste mi restaurante! Debí imaginarme esta situación, de hecho, mi sexto sentido emitió señales de alerta cuando tuve la oportunidad de pedirle al dueño de un local gourmet, ese que ahora me habla con odio, que me permitiera entrar a su cocina. Su comportamiento era el típico de un patán con dinero, distante, con cara de asco y de mírame pero no me toques. Aún así, a pesar de las señales, le pedí permiso para mi trabajo de inmersión. Era un experimento para sentir a fuego vivo los dimes y diretes entre chefs, mesoneros, ayudantes y todas las situaciones presentes en una labor tan demandante. El dueño no lo entendió así, por eso me grita sin control. -¿Por qué escribiste lo que hablamos en la cocina? -¿Por qué no escribirlo? -Te di toda la confianza de entrar a mi local ¡Y me sales con esto! -No escribí nada malo

Entrevistas malcriadas

Si esta tipa sigue hablando de ella en tercera persona la voy a escupir. -Porque Fabiola Soto ha dedicado su vida al arte, porque Fabiola Soto nunca le ha temido a nada, porque Fabiola Soto... -Disculpa que te interrumpa Fabiola...Soto. ¿Puedes ser más concreta? No le dije nada, ni la escupí, pero dejé en el aire un momento incómodo que apuró la entrevista. En estos tres años trabajando en un periódico no hay nada que disfrute más como una entrevista. Estás cara a cara con la persona, con un par de preguntas en la libreta y la tarea de exprimirle algo jugoso. Hace mucho rato que ante esta situación no me pongo nerviosa, así sea un actor reconocido o Fabiola Soto, a quién muy pocos conocen. Pero en este andar de buscar respuestas ha pasado de todo. En una oportunidad hablaba con un político en la intimidad de su casa, mientras su hija gritaba y destrozaba todo a su paso, sin importar que estuviera presente. El berrinche no detuvo las palabras del político mientras yo hacia esfu

El (nuevo) vicio

Si lo veo bien, después de limpiar unas gruesas gotas de sudor que corren por mi cara y dejo de concentrarme en este pedaleo maniático en la bicicleta estática, llego a la conclusión reveladora de que mi profesor de Power Bike está buenísimo. Es un moreno alto, de unos veintantos, con una piernas torneadas y definidas, una voz gruesa de macho alfa y como guinda, par de hoyitos en su mejillas. -Nena, pensé que solo se te secaba la canoa cuando bebías. -¡Tienes que verlo! -Mawa, ¿me estás hablando de un hombre? -¡Claro! Edgar se llama. Voy a todas sus clases. Mi amiga me miró de arriba a abajo, como si delante de ella estuviera un extraterrestre. Es comprensible su reacción, esos comentarios son tan pocos yo, tan pocos míos. Pero es el resultado de pasar la mayoría de mi tiempo en el gimnasio. Las dueñas me llaman por mi nombre, conocen mi rutina de ejercicios, mientras los entrenadores me hablan como sus amigos del alma. Entablé con otros compañeros de ejercicios una empatía e

¿Periodistas serios? Te voy a echar un cuento

-¡Mídete Mawa! -¿Qué quieres decir con eso? -No puedes escribir cualquier cosa en tu blog. ¡Eres una figura pública! -¿Yo? ¿Una figura pública? ¡Me entero! -Eres periodista, tus notas salen todos los días. -¿Entonces? -¡Tienes que ser seria! Ahí está el problema. No me considero una periodista seria, de esas que andan con una imagen de impoluta hipocresía por el mundo, mirando por encima del hombro a los demás, porque según la tradición, los periodistas somos dueños de la verdad. Y como acreedores ese don divino, nosotros debemos ser ejemplo de éxitos, pero no de fracasos. Me da un poco de risa esos periodistas que llegan a una rueda de prensa cargados de palabras rebuscadas, más serios que una piedra y con una distancia que dan más ganas de huir que de hablar. La idea tampoco es que te sientes en las piernas del entrevistado como si fuera tu amigo de toda la vida, pero tampoco y mucho menos, que lo trates con unas pinzas de distante asco. Y la palabra ética da vueltas en la

Niños, las drogas son malas

Andrea y yo estábamos encerradas en un hotel en Barcelona, España. Si nos asomábamos por el balcón, veíamos pasar las putas que se vendían por cincuenta euros la hora, los chulos marroquíes y Las Ramblas convertida en una feria de gente a las dos de la mañana. El cuarto tenía un olor dulzón propio de un cacho de hierba y las dos reíamos sin ninguna razón aparente. Las luces de las calles aplicaban un chorro de resplandor a las personas y yo señalaba, doblaba de una histérica alegría, a una pareja gay que se comía a besos. -¡Quiero gomitas! -¿Ah! -Sí Andrea, quiero gomitas. Ella, un poco más consciente que yo, trató de quitarme la idea de la cabeza. -Son las dos de la mañana. -¿Y? -¡Qué son las dos de la mañana Mawa! Lo repetía como si la propia frase explicaba lo difícil de mi tarea. -¿Y? -Además, no sé si aquí venden gomitas. -¡Joder tía! Estamos en España, ¡Aquí hay de todo! Mi mal acento español provocó otro estallido de risas y en ese mismo estado salimos a la calle