-¡Mídete Mawa!
-¿Qué quieres decir con eso?
-No puedes escribir cualquier cosa en tu blog. ¡Eres una figura pública!
-¿Yo? ¿Una figura pública? ¡Me entero!
-Eres periodista, tus notas salen todos los días.
-¿Entonces?
-¡Tienes que ser seria!
Ahí está el problema. No me considero una periodista seria, de esas que andan con una imagen de impoluta hipocresía por el mundo, mirando por encima del hombro a los demás, porque según la tradición, los periodistas somos dueños de la verdad.
Y como acreedores ese don divino, nosotros debemos ser ejemplo de éxitos, pero no de fracasos.
Me da un poco de risa esos periodistas que llegan a una rueda de prensa cargados de palabras rebuscadas, más serios que una piedra y con una distancia que dan más ganas de huir que de hablar.
La idea tampoco es que te sientes en las piernas del entrevistado como si fuera tu amigo de toda la vida, pero tampoco y mucho menos, que lo trates con unas pinzas de distante asco.
Y la palabra ética da vueltas en la cabeza.
Recuerdo las palabras de mi amiga que me acusaba de no ser seria y entiendo que la pregunta más directa es...
¿Quién va a creer lo que escribe una periodista que es abiertamente lesbiana? ¿que ha tenido problemas con el alcohol? ¿qué confesó que fumó hierba? ¿Quien?
No lo sé, quizás los entrevistados y otros colegas ataquen las debilidades, pero la verdad se demuestra en la página del periódico.
Y mi vida personal no estorba mi ética de periodista, lo contrario, pasé por tanto que los juicios de valor antes de una entrevista, me resbalan.
Libertad, le dicen.
Es difícil aplicar este pensamiento en una ciudad como Puerto Ordaz.
En esta ciudad que apenas está en pañales y en la vivo hace tres años, noto algo interesante: la gente se mueve por las apariencias, pero por dentro es un monstruo de mil cabezas con todos los pecados juntos.
Una ciudad que quiere correr antes de empezar a gatear.
Me toca la buena o la mala suerte de medirla en público, mientras mi vida se muestra al desnudo.
La mayoría de mis colegas no pasan de los treinta años y están encandilados por la espada justiciera de esa imagen sin manchas.
Pero después de andar tanto con periodistas llegué a la conclusión de que todos somos terribles, maravillosamente masoquistas y entregados.
La diferencia entre ellos y yo, es que yo, al dejar la sala de redacción llego a mi casa a contar mi historia y no conforme con eso, la publico.
Valiente, me dijo una compañera de trabajo.
Honesta, le respondo.
-¿Qué quieres decir con eso?
-No puedes escribir cualquier cosa en tu blog. ¡Eres una figura pública!
-¿Yo? ¿Una figura pública? ¡Me entero!
-Eres periodista, tus notas salen todos los días.
-¿Entonces?
-¡Tienes que ser seria!
Ahí está el problema. No me considero una periodista seria, de esas que andan con una imagen de impoluta hipocresía por el mundo, mirando por encima del hombro a los demás, porque según la tradición, los periodistas somos dueños de la verdad.
Y como acreedores ese don divino, nosotros debemos ser ejemplo de éxitos, pero no de fracasos.
Me da un poco de risa esos periodistas que llegan a una rueda de prensa cargados de palabras rebuscadas, más serios que una piedra y con una distancia que dan más ganas de huir que de hablar.
La idea tampoco es que te sientes en las piernas del entrevistado como si fuera tu amigo de toda la vida, pero tampoco y mucho menos, que lo trates con unas pinzas de distante asco.
Y la palabra ética da vueltas en la cabeza.
Recuerdo las palabras de mi amiga que me acusaba de no ser seria y entiendo que la pregunta más directa es...
¿Quién va a creer lo que escribe una periodista que es abiertamente lesbiana? ¿que ha tenido problemas con el alcohol? ¿qué confesó que fumó hierba? ¿Quien?
No lo sé, quizás los entrevistados y otros colegas ataquen las debilidades, pero la verdad se demuestra en la página del periódico.
Y mi vida personal no estorba mi ética de periodista, lo contrario, pasé por tanto que los juicios de valor antes de una entrevista, me resbalan.
Libertad, le dicen.
Es difícil aplicar este pensamiento en una ciudad como Puerto Ordaz.
En esta ciudad que apenas está en pañales y en la vivo hace tres años, noto algo interesante: la gente se mueve por las apariencias, pero por dentro es un monstruo de mil cabezas con todos los pecados juntos.
Una ciudad que quiere correr antes de empezar a gatear.
Me toca la buena o la mala suerte de medirla en público, mientras mi vida se muestra al desnudo.
La mayoría de mis colegas no pasan de los treinta años y están encandilados por la espada justiciera de esa imagen sin manchas.
Pero después de andar tanto con periodistas llegué a la conclusión de que todos somos terribles, maravillosamente masoquistas y entregados.
La diferencia entre ellos y yo, es que yo, al dejar la sala de redacción llego a mi casa a contar mi historia y no conforme con eso, la publico.
Valiente, me dijo una compañera de trabajo.
Honesta, le respondo.
"Somos terribles, maravillosamente masoquistas y entregados", acertadísima.
ResponderEliminar"Mi vida personal no estorba mi ética de periodista, lo contrario, pasé por tanto que los juicios de valor antes de una entrevista, me resbalan.
ResponderEliminarLibertad, le dicen". Muy acertada Mawa. Estoy empezando a recorrer tu blog! Saludos