Andrea y yo estábamos encerradas en un hotel en Barcelona, España.
Si nos asomábamos por el balcón, veíamos pasar las putas que se vendían por cincuenta euros la hora, los chulos marroquíes y Las Ramblas convertida en una feria de gente a las dos de la mañana.
El cuarto tenía un olor dulzón propio de un cacho de hierba y las dos reíamos sin ninguna razón aparente.
Las luces de las calles aplicaban un chorro de resplandor a las personas y yo señalaba, doblaba de una histérica alegría, a una pareja gay que se comía a besos.
-¡Quiero gomitas!
-¿Ah!
-Sí Andrea, quiero gomitas.
Ella, un poco más consciente que yo, trató de quitarme la idea de la cabeza.
-Son las dos de la mañana.
-¿Y?
-¡Qué son las dos de la mañana Mawa!
Lo repetía como si la propia frase explicaba lo difícil de mi tarea.
-¿Y?
-Además, no sé si aquí venden gomitas.
-¡Joder tía! Estamos en España, ¡Aquí hay de todo!
Mi mal acento español provocó otro estallido de risas y en ese mismo estado salimos a la calle sorteando los dos grados de frío.
Me metí en el primer local de chinos que encontré.
-Andrea ¡Estos chinos de mierda están en todas partes!
-¡Shhhh! No hables tan duro.
-Señor, quiero gomitas.
Lógicamente el hombre me vio de arriba a abajo.
-¿Qué quiere?
-Gomitas, ¿sabe? Son unos caramelos, pero masticables que son así...
Y hago gestos desesperados estirando los dedos.
-No sé
-¡Joder! ¿Y maní?
-¿Maíz?
-¡Maní!
-¿Maíz?
-¡Lo que comen los elefantes!
-¿Maíz?
-Andrea, este chino está más pegado que yo.
Nos sacaron en chino del lugar y Andrea y yo vagamos un rato por Las Ramblas sin encontrar las benditas gomitas, pero un lugar llamó mi atención.
Era una tienda de juguetes sexuales y en el medio había un inmenso círculo de metal con pequeñas ventanillas.
El propietario explicó que pagabas para meterte en esas casillas y veías a una mujer desnuda encima de una cama, un euro era un minuto.
-¡No tengo un euro Andrea! Préstame.
-No te voy a dar dinero para ver una mujer desnuda.
-¡Por favor! En Venezuela no se ve esto.
Un minuto después la ventanilla se abrió y en el medio de ese aparato de metal apareció una cama redonda, que no dejaba de dar vueltas.
En ella, una mujer blanquísima, con un hermoso cabello negro y totalmente desnuda, asumía varias posiciones mientras se tocaba, pero lo hacía en total aburrimiento.
Salí impresionada.
Andrea y yo dimos vueltas, llegamos hasta una playa, nos echamos en la arena y la luz del sol nos despertó.
-¿Qué hacemos aquí?
-Mawa, salimos a buscar gomitas.
-¡Ah verdad!
-¿Qué quieres hacer?
-Nos quedan cinco días en Barcelona, ahora es que nos queda por disfrutar.
Si nos asomábamos por el balcón, veíamos pasar las putas que se vendían por cincuenta euros la hora, los chulos marroquíes y Las Ramblas convertida en una feria de gente a las dos de la mañana.
El cuarto tenía un olor dulzón propio de un cacho de hierba y las dos reíamos sin ninguna razón aparente.
Las luces de las calles aplicaban un chorro de resplandor a las personas y yo señalaba, doblaba de una histérica alegría, a una pareja gay que se comía a besos.
-¡Quiero gomitas!
-¿Ah!
-Sí Andrea, quiero gomitas.
Ella, un poco más consciente que yo, trató de quitarme la idea de la cabeza.
-Son las dos de la mañana.
-¿Y?
-¡Qué son las dos de la mañana Mawa!
Lo repetía como si la propia frase explicaba lo difícil de mi tarea.
-¿Y?
-Además, no sé si aquí venden gomitas.
-¡Joder tía! Estamos en España, ¡Aquí hay de todo!
Mi mal acento español provocó otro estallido de risas y en ese mismo estado salimos a la calle sorteando los dos grados de frío.
Me metí en el primer local de chinos que encontré.
-Andrea ¡Estos chinos de mierda están en todas partes!
-¡Shhhh! No hables tan duro.
-Señor, quiero gomitas.
Lógicamente el hombre me vio de arriba a abajo.
-¿Qué quiere?
-Gomitas, ¿sabe? Son unos caramelos, pero masticables que son así...
Y hago gestos desesperados estirando los dedos.
-No sé
-¡Joder! ¿Y maní?
-¿Maíz?
-¡Maní!
-¿Maíz?
-¡Lo que comen los elefantes!
-¿Maíz?
-Andrea, este chino está más pegado que yo.
Nos sacaron en chino del lugar y Andrea y yo vagamos un rato por Las Ramblas sin encontrar las benditas gomitas, pero un lugar llamó mi atención.
Era una tienda de juguetes sexuales y en el medio había un inmenso círculo de metal con pequeñas ventanillas.
El propietario explicó que pagabas para meterte en esas casillas y veías a una mujer desnuda encima de una cama, un euro era un minuto.
-¡No tengo un euro Andrea! Préstame.
-No te voy a dar dinero para ver una mujer desnuda.
-¡Por favor! En Venezuela no se ve esto.
Un minuto después la ventanilla se abrió y en el medio de ese aparato de metal apareció una cama redonda, que no dejaba de dar vueltas.
En ella, una mujer blanquísima, con un hermoso cabello negro y totalmente desnuda, asumía varias posiciones mientras se tocaba, pero lo hacía en total aburrimiento.
Salí impresionada.
Andrea y yo dimos vueltas, llegamos hasta una playa, nos echamos en la arena y la luz del sol nos despertó.
-¿Qué hacemos aquí?
-Mawa, salimos a buscar gomitas.
-¡Ah verdad!
-¿Qué quieres hacer?
-Nos quedan cinco días en Barcelona, ahora es que nos queda por disfrutar.
Comentarios
Publicar un comentario