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La villana (y II)

Lloré.
Tenía una semana soportando un ambiente opresivo en el trabajo, donde los bandos se inclinaban a su favor.
A cualquier hora que llegaba encontraba a mis compañeros concentrados en sus cuentos de amargura y dolor, mientras pedían a gritos que continuara escribiendo la novela y la animaban con palabras de melosa compasión.
Mi molestia cayó sobre ellos.
No porque los consideraba mis amigos, lo contrario, sino porque sabía que tampoco eran sus amigos y esa nueva protección que le prodigaban era por puro morbo.
A pesar de todo el daño, se lo advertí y ella tomó mis palabras para ponerme delante de todos en una peor situación.
Muy pocos me hablaban.
Y en el punto más álgido de este melodrama, ella afiló sus uñas para botar todo el rencor, me tiró en cara todos mis puntos débiles e inventó los propios.
Comentó de mi problema con el alcohol, me llamó puta, chula, buena para nada, drogadicta y llegó al extremo de meter el dedo en la llaga con un comentario fuera de lugar.
-Menos mal que las lesbianas no se reproducen.
No pude quedarme callada.
-Lo dice una persona que pasó de ser heterosexual a bisexual a lesbiana y luego otra vez a heterosexual. No sabes en que palo ahorcarte.
La cumbre final para este toma y dame sin descanso fue una frase tan baja que me espantó todo remordimiento.
-Al menos mi mamá me acepta como soy, no como la tuya.
Sacar en público esa confesión que le dije una noche entre llantos, fue suficiente.
Llegué al trabajo con la determinación de caerle a golpes.
Al abrir la puerta la vi recostada en el escritorio y fui directamente hacia ella sin ver a los lados, pero una amiga, porque no hay otra palabra para lo que hizo, notó mis intenciones y me detuvo en seco.
-¡Vamos a fumar!
-¡No! Tengo que hacer algo.
-Mawa, vamos a fumar.
Afuera, grité todas las groserías acumuladas, expulsé un llanto amargo y al final respiré aliviada.
-Eso es lo que quiere ella, quieren que te boten del trabajo.
-¡La voy a matar! Se metió con mi mamá.
-¡Ignórala!
-¡Ya no!
-¡Cálmate! No vale la pena.
El mejor remedio para la maldad es no contestar, no darle cucharadas de palabras y eso hice por mucho tiempo.
Ignorar.
-Mawa, verás el cuerpo de tu enemigo pasar.
Ese tiempo llegó.
Una situación laboral estalló y todos los dedos la apuntaron, esos mismos dedos que masajearon una y otra vez, su herido orgullo.
Nadie dio un centavo por ella y en un abrir y cerrar de ojos le dieron la espalda.
La dejaron en una isla del olvido donde nadie se atrevía siquiera mirarla, era una paria y a sus espaldas, como pasó conmigo, la destrozaron a pedacitos.
-La viste caer...
-Y duro.
-¿Te alegraste?
-Fue una mezcla de sentimientos extraños.
-¿Qué hiciste ese último día?
-Canté en voz alta, recuerdo una canción de Julieta Venegas, algo así como, "qué lástima pero adiós me despido de ti y me voy"...
-Entonces, a la final si te alegraste.
-No, peor...me dio lástima.
Ahora que lo pienso no es odio, es eso, lástima, una vulgar y absoluta lástima, no porque contara mi vida, sino porque lo hizo con toda la mala saña y maldad que jamás había visto en alguien.
Y sólo queda eso.
Lástima.


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