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Una señal del destino (y II)

 ¿Cómo es que sigue la canción de Fonsi?

Este silencio esconde demasiadas palabras.

Silencio.

-¿Julia? ¿Mawa? ¡Abran la puerta!

Le tapo la boca a Julia en un intento inocente de tratar, con esa acción, retroceder el tiempo y salir de este encierro en un baño público de un club campestre de Maracay. 

A veces los problemas me buscan con gran saña sin yo haberles hecho nada. 

Le señalo a Julia con mi dedo índice en mi boca que se calle, con la otra mano le tapo la boca pero ella empieza a lamerla. ¡COÑO, Coño, coño!

-¿MAWARÍ?

-Voy

Voy. ¿A dónde voy? ¿Qué clase de respuesta es esa? Quizás, cuando me decida abrir la puerta, podría pensar en otra mejor, algo así como, "No es lo que estás pensando", pero lo descarto. Salir con un lugar común no es la mejor manera de solucionar este malentendido, porque básicamente todo esta situación está mal, muy mal. 

Empiezo a mover el pasador de la puerta tan en cámara lenta, como si estuviera desactivando una bomba de tiempo a punto de estallarme en la cara. Me siento culpable y sé que no he hecho nada, pero mis antecedentes no me ayudarán en mi camino a probar mi inocencia. 

De pronto pienso, cuando muevo un poco más el pasador, que no debería sentir ningún tipo de culpa. Me he mantenido fiel a Alejandra hasta en los momentos más difíciles de la relación, aún hasta ese día cuando me quedé sola en casa con una compañera de locución, mientras ella no estaba.

Afuera siguen insistiendo. 

-¿Por qué no abren?

-La puerta está trabada. Espera. 

Nunca le he contado a Alejandra sobre la compañera de locución. 

Ese día ella estaba trabajando y yo llegué con esta chica a la casa porque le había ofrecido una cama para dormir. No pudo tomar el autobús hasta Valencia pero al día siguiente teníamos una clase a las 7:00 de la mañana. 

Ya habíamos conversado somos nuestros gustos en un arranque de sinceridad extremo. 

Mi compañera de locución era una ferviente defensora de su recién descubierta bisexualidad, en cambio yo, era una intransigente opositora a esa conducta de estar acostándose en igualdad de condiciones con hombres y mujeres. 

"Uno se enamora de la persona, no del género", me insistía por décima vez, pero yo trataba de hacerle cambiar de opinión sin grandes resultados.

La conversación llegó a un punto tan álgido, que ella dejó de lado lo que estaba haciendo en la cocina, se colocó a centímetros de mi cara y me lanzó un reto tan retorcido, que ni los guionistas de Saw, aquella serie de películas con juegos macabros, se les hubiese ocurrido.

-Hazme cambiar de opinión. Haz que me gusten solo las mujeres.

Nuestras narices chocaban. Su perfume, Happy de Clinique, funcionaba como miles de afrodisiacos golpeando mi cerebro.

Recuerdo ese perfume porque ella me contó la historia. Happy  fue la creación de dos maestros perfumistas, uno de ellos, mexicano. Un tal Rodrigo quién recibió el encargo de crear una fragancia para la compañía en su peor momento; su madre había muerto, su mujer lo había dejado, pero él realizó el trabajo y llevó el producto final a Clinique, que decidió bautizarlo con el nombre de Happy.

Estas ironías de la vida, como la ocurrida al perfumista mexicano, como la que estoy viviendo ahora encerrada en un baño con una mujer cantándome "No me doy por vencido" de Luis Fonsi, mientras pienso en una antigua infidelidad frustrada.

Esa infidelidad donde nuestras narices chocaban. Mientras mi compañera de locución acortaba la distancia entre las dos, con su boca tan cerca de la mía, con su lengua húmeda tratando de abrir mis labios.

-¿A qué hora llega tu novia?

Fue la pregunta que todo lo detuvo, fue el final de todo el encanto. Mi novia. 

En aquel momento y en este ahora, en este baño con poca luz y olor a orine, decido salirme del problema con una decisión renovada, quizás suicida. 

Por fin, abro la puerta.

Frente a mí estaba la hermana de Julia totalmente borracha, con más ganas de vomitar que de preguntar, así que aprovecho para escaparme, buscar a mi novia e irnos de allí.

En todo el camino no digo nada hasta llegar a la casa pero Alejandra no deja de mirarme con curiosidad.

-Mawa, ¿pasó algo?

-¿Cuándo?

.¿Cómo cuándo? ¿Pasó algo con la tipa esa?

-¿De cuál tipa me hablas?

-¿De cuál otra tipa te voy a hablar si no es de la hermana de tu compañera de trabajo?

-¡Ah! Amor, no pasó nada.

-Si hubiese pasado algo, ¿me dirías?

-¿Con ella?

-Con cualquiera Mawa, ¿me lo dirías?

 No sé cómo responder, ¿Cómo dice la canción de Fonsi?

Este silencio esconde demasiadas palabras.




-








 







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