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La mujer barbuda del circo

 Me siento como la mujer barbuda del circo, como el bebé nacido con un rabo de cerdo en el libro Cien años de Soledad de García Márquez, como Julia Roberts en la película Mujer Bonita cuando va a comprar vestida de puta a un local de alta costura, y la vendedora la mira de arriba a abajo.

Una freak, una rareza, una mujer fuera de lugar en medio de esta reunión con las máximas locutoras de Puerto Ordaz. 

A pesar de ser las 5:00 de la tarde, un opresivo calor en el Centro Ítalo Venezolano de Guayana derrite rápidamente el hielo de mi bebida cara y terriblemente dulce, que decidí pedir solo por seguir la manada.

La verdad, ahora mismo deseo una cerveza fría, un porro y una soga para ahorcarme, en ese orden.

Estoy frente a la crema de la crema en la locución de la zona, debatiendo sobre un calendario a beneficio del cáncer de mama. La idea me pareció genial cuando llegó en forma de llamado telefónico. 

Tengo un programa de radio en la mañana donde no gano nada de dinero, un hobby donde narro noticias, entrevisto a personalidades locales junto a otro periodista. Nada fuera de lo común, ni especial. Así que me sorprendió cuando estas locutoras me tomaron en cuenta para ser parte del calendario. 

¿En serio? ¿Yo?

Me sentí halagada, pero lo más interesante de todo el proyecto, además de colaborar con una causa como el cáncer de mama, es que debía entregar una historia de vida de una sobreviviente. ¿Tengo que escribir una crónica? Vale, me apunto. 

Ahora, en el Centro Ítalo, estoy tragando un grueso y amargo arrepentimiento. 

Somos cinco en una mesa al lado de la piscina, pero en total son doce las locutoras invitadas, tal cual la cantidad de meses del año.

Debemos ponernos de acuerdo en el estilo de las fotografías para el calendario tanto de las sobrevivientes de cáncer como para nosotras, las crónicas encartadas, los anunciantes, la publicidad en nuestros medios de comunicación, y un montón de cosas más, pero la discusión cayó rápidamente en cómo íbamos a ir vestidas el día de la presentación oficial del calendario. 

Sería una fiesta por todo lo alto en el Centro Ítalo, con videos, música, bambalinas, baile y un montón de parafernalia más tan innecesaria, como esta conversación tipo Miss Venezuela sobre los brocados, la tela, el largo de los vestidos, los anillos, quién nos va maquillar, dónde nos vamos a cambiar.

"Marica, aquí tengo una foto del vestido arrechísimo que voy a usar", "Yo ya tengo el mío, es rojo", "¿Es rojo! Chama, mi vestido también es rojo", "Ay no, yo te dije primero que iba a usar ese color", "Yo tengo uno blanco y por eso me puse a dieta desde hace días".

Podría prescindir de la cerveza fría y el porro e irme directamente a la soga para ahorcarme. 

Encima de mis piernas tengo una carpeta con el borrador de la entrevista de mi sobreviviente, Marta.

A Marta le extirparon los dos senos en un intento médico brutal de parar el cáncer indetenible que se colaba por cada uno de sus ganglios, aunque seguía luchando contra la enfermedad. Fue un encuentro cercano doloroso; una de mis tías murió de cáncer de seno y mi padre de cáncer de próstata.

Pero aquí estoy yo, en medio de estas mujeres, tan fuera de lugar como un oso polar en el desierto de Atacama, sosteniendo esta carpeta absurda sin saber qué decir, dónde mirar mientras ellas me ignoran olímpicamente. 

Hasta que escucho una voz.

-¡Ey! ¿Cómo es que te llamas? Ay no chama, es que es muy difícil.

-Mawarí.

-¿De dónde sacaron tus papás ese nombre? 

Risas.

-De una leyenda pemón...

Silencio.

-...Una leyenda pemón muy larga. 

-¡Ah! ¿Eres india?

-Indígena.

Silencio. Otra interviene.

-¿Qué vas a usar para la presentación Mawarí?

-¿Tiene que ser un vestido?

-¡Por supuesto!

-Tengo uno que usé el 31 de diciembre para recibir el año. Creo que me pondré ese. 

Todas me miraron como si hubiese empezado a escupir vómito verde tipo Linda Blair en El Exorcista, no hay mejor forma de describir las diferentes muecas en sus rostros.

Luego me dieron la espalda y siguieron con sus debates de moda. 

Dos días después, me siento otra persona. 

Tengo tres capas de maquillaje en el rostro, los labios encendidos de rojo, unas pestañas postizas apuntando al cielo, mi cabello está limpio, secado y con un brillo especial gracias a las manos de un peluquero. 

La verdad es que no me veo tan mal. Podría acostumbrarme a salir a la calle con la ayuda de  L'Oréal, el milagro de Maybelle y el apoyo de Max Factor, solo que no tengo el tiempo, la paciencia, ni el dinero para esto.

Las doce locutoras estamos en un hotel cuatro estrellas para grabar un video promocional y tomar las fotos del calendario. Debíamos ir con una blusa, camisa o lo que fuera de color blanco y una pieza de jean abajo, además, agregar un objeto personal definitorio de nuestra personalidad. 

Así que me vestí con una blusa blanca de botones negros, una falda de jean y como objeto, el libro Cien años de Soledad. 

En mi turno para las fotografías, la líder de todo este grupo de comunicadoras, pide desabrochar más mi blusa hasta el límite de mostrar mi sostén y claro, mis senos. No me parece apropiado, pero no digo nada porque quiero salir de este momento lo más rápido posible.

Tres semanas después, toco la puerta de Marta, la sobreviviente de cáncer, para entregarle las entradas del evento y su calendario, pero la verdad solo deseo dar la vuelta e irme a casa.

El calendario no era más que una publicidad gratuita al ego de muchas de las locutoras, no todas. Una pieza para mostrarse estupendas, divinas y casi súper heroínas, dejando de lado la causa. En cuanto a mi fotografía, quedé helada al verme retratada como una pervertida maestra en una película pornográfica, a punto de meterle un vibrador a un alumno - o alumna- por portarse mal. 

Mis senos dimensionados al mil por ciento, algo que no pasó desapercibido a Marta cuando miró primero su foto y luego la mía.

-¿Y ella quien es?

Mi respuesta salió como un susurro.

-Yo. 

-Así tenía mis senos antes de las amputaciones.

Nunca, jamás en mi vida me he sentido tan sucia, idiota, vacía, inútil, utilizada, avergonzada ante una persona. Esa simple frase me dejó desnuda e indefensa. 

No supe que decirle a Marta, como tampoco digo nada cuando una de las locutoras, en medio del evento me dice, después de mirarme de pies a cabeza.

-Tú si eres...peculiar. 

Prefiero ser la mujer barbuda del circo. 








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