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La villana (I)

Dicen que las historias solo las escriben los vencedores.
-Nena, tú tienes un blog debes saber de eso.
-¿Crees que me retrato como una heroína?
-¿Lo haces?
-Si paso las páginas, no. No estoy quedando muy bien parada.
-Te falta una por contar.
-Me faltan muchas...
-Pero hay una...
-No, esa no. Prometí no escribir sobre ella.
-¿Porque quedas mal?
-No. Porque la odio.
-¿Después de todo este tiempo?
-Sí y escribir sobre ella es alimentar su maldad.
-Pero al final saliste ganando Mawa...
-Ganar no es la palabra.
-La viste caer.
-Y duro.
-¿Te alegraste?
-Fue una mezcla de sentimientos extraños.
-¿Qué hiciste ese último día?
-Canté en voz alta...
-¿Sobre su cadáver?
-Y sobre sus patadas.
Dicen que las historias solo las escriben los vencedores y ella, abrió una ventana pública para desahogar un vil despecho.
Lo supe un fin de semana en una reunión con mis amigos, cuando a las once de la noche me llegó un mensaje urgente.
-Están escribiendo sobre ti y es feo.
No tardé en encontrar la dirección en internet, de leer en voz alta para que todos escucharan y en descargar mil y unas maldiciones con promesa de venganza.
-¿Qué hago?
Pedí consejo.
-No le contestes.
-¿Qué voy a hacer cuando llegue al trabajo?
-Maquíllate y entra por esa puerta con la frente en alto.
El encuentro suponía un momento incómodo porque las dos cruzábamos miradas en el trabajo y sus escritos iban dirigidos a hundirme frente a mis compañeros.
El lunes llegué tarde al trabajo y al entrar subí el tono de mi voz para dejar en el aire un buenas tardes.
El silencio era demoledor.
Escuchaba murmullos a cada paso y era vigilada por miles de ojos que me estudiaban cada movimiento, ella representaba el teatro con risas histéricas y comentarios mal intencionados que por poco despertaban aplausos.
Entendí que la novela había calado y ya habían dos protagonistas: la víctima y la villana.
No es necesario decir cual era mi papel.
Le escribí para tratar de calmar las cosas.
-Te pido disculpa porque fui injusta contigo y jugué con tus sentimientos.
La respuesta la merecía. Era un vómito de malas palabras, de sentimientos retorcidos que me abrumaron, de golpes bajos al hígado.
-¡Ya!
-¿Así es suficiente que te patee o quieres más?
Ni en mis peores pesadillas podía imaginarme que toda la situación iría de mal a horrible.
Y llegó, en ese momento cuando me senté frente a la computadora de mi trabajo y no pude contener las lágrimas.

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