No es necesario tener a este hombre frente a frente para conocer sus sentimientos, a través de la línea telefónica su voz es más que autoritaria, es amenazadora.
-¡Hundiste mi restaurante!
Debí imaginarme esta situación, de hecho, mi sexto sentido emitió señales de alerta cuando tuve la oportunidad de pedirle al dueño de un local gourmet, ese que ahora me habla con odio, que me permitiera entrar a su cocina.
Su comportamiento era el típico de un patán con dinero, distante, con cara de asco y de mírame pero no me toques.
Aún así, a pesar de las señales, le pedí permiso para mi trabajo de inmersión.
Era un experimento para sentir a fuego vivo los dimes y diretes entre chefs, mesoneros, ayudantes y todas las situaciones presentes en una labor tan demandante.
El dueño no lo entendió así, por eso me grita sin control.
-¿Por qué escribiste lo que hablamos en la cocina?
-¿Por qué no escribirlo?
-Te di toda la confianza de entrar a mi local ¡Y me sales con esto!
-No escribí nada malo.
Era verdad. Nunca dije que la comida era mala o que estuviera sucio el local, pero el hombre esperaba una reseña publicitaria.
-Lo siento, entendió mal mi trabajo.
-Te voy a demandar.
-¿Basado en...?
-Por injuria.
-Insisto, ¿basado en qué?
-No debiste publicar eso...las conversaciones, además dices que en mi local vendo Nestea y yo no vendo Nestea.
Traté con todas mis fuerzas de no reírme.
-Disculpe...¿Me va a demandar porque escribí que venden Nestea?
-¡Espera la demanda!
La situación me trasladó a un año atrás cuando el abogado de Diosa Canales, una vedette venezolana, me amenazó con el mismo tono por una noticia escandalosa sobre su cliente.
Y también me recordó el momento cuando un presidente de una empresa básica se incómodo con unas preguntas y llamó al periódico para pedir mi cabeza.
Lo que no saben ese dueño del restaurante, o el abogado de una famosa o el presidente de una empresa es que los periodistas estamos blindados contra sus delirios de poder.
Podemos cobrar poco, pero tenemos una coraza a prueba de sus espasmos de grandeza, de sus atropellos sin control, una barrera invisible que indica una línea: yo trabajo para un medio, pero no soy tu esclavo.
No crean que después de echar estos cuentos, soy una periodista dura y directa.
O si, mejor crean eso.
Le cuento a mi editor jefe todo el problema con el dueño del restaurante.
-Mawa, yo leí tu nota y no me pareció mal, ¿por qué reaccionó así?
-Te voy a decir porqué...el tipo es un mamaguevo.
-¿Cómo?
-Te explico, es un succionador de penes.
Esperé un rato hasta que terminara de reír.
-Mawa es que tú escribes así, sin esperar complacer a nadie, por eso vas a quedar sola.
Quizás tiene razón, pero al menos mi mamá me quiere y seguramente me querrán mis futuros ocho gatos.
-¡Hundiste mi restaurante!
Debí imaginarme esta situación, de hecho, mi sexto sentido emitió señales de alerta cuando tuve la oportunidad de pedirle al dueño de un local gourmet, ese que ahora me habla con odio, que me permitiera entrar a su cocina.
Su comportamiento era el típico de un patán con dinero, distante, con cara de asco y de mírame pero no me toques.
Aún así, a pesar de las señales, le pedí permiso para mi trabajo de inmersión.
Era un experimento para sentir a fuego vivo los dimes y diretes entre chefs, mesoneros, ayudantes y todas las situaciones presentes en una labor tan demandante.
El dueño no lo entendió así, por eso me grita sin control.
-¿Por qué escribiste lo que hablamos en la cocina?
-¿Por qué no escribirlo?
-Te di toda la confianza de entrar a mi local ¡Y me sales con esto!
-No escribí nada malo.
Era verdad. Nunca dije que la comida era mala o que estuviera sucio el local, pero el hombre esperaba una reseña publicitaria.
-Lo siento, entendió mal mi trabajo.
-Te voy a demandar.
-¿Basado en...?
-Por injuria.
-Insisto, ¿basado en qué?
-No debiste publicar eso...las conversaciones, además dices que en mi local vendo Nestea y yo no vendo Nestea.
Traté con todas mis fuerzas de no reírme.
-Disculpe...¿Me va a demandar porque escribí que venden Nestea?
-¡Espera la demanda!
La situación me trasladó a un año atrás cuando el abogado de Diosa Canales, una vedette venezolana, me amenazó con el mismo tono por una noticia escandalosa sobre su cliente.
Y también me recordó el momento cuando un presidente de una empresa básica se incómodo con unas preguntas y llamó al periódico para pedir mi cabeza.
Lo que no saben ese dueño del restaurante, o el abogado de una famosa o el presidente de una empresa es que los periodistas estamos blindados contra sus delirios de poder.
Podemos cobrar poco, pero tenemos una coraza a prueba de sus espasmos de grandeza, de sus atropellos sin control, una barrera invisible que indica una línea: yo trabajo para un medio, pero no soy tu esclavo.
No crean que después de echar estos cuentos, soy una periodista dura y directa.
O si, mejor crean eso.
Le cuento a mi editor jefe todo el problema con el dueño del restaurante.
-Mawa, yo leí tu nota y no me pareció mal, ¿por qué reaccionó así?
-Te voy a decir porqué...el tipo es un mamaguevo.
-¿Cómo?
-Te explico, es un succionador de penes.
Esperé un rato hasta que terminara de reír.
-Mawa es que tú escribes así, sin esperar complacer a nadie, por eso vas a quedar sola.
Quizás tiene razón, pero al menos mi mamá me quiere y seguramente me querrán mis futuros ocho gatos.
Jajajajaajajajajaja malvada sea como me reí con ese cierre
ResponderEliminarMala, jajaja. Pero mentira no es.
ResponderEliminarjajajajajaja parece que ella es única jajajaja
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