Podría enumerar sin equivocarme los defectos físicos que ella me recordaba constantemente.
Estaba gorda, debo aclarar que ella tampoco era flaca, pero bueno estaba gorda.
Había un problema monumental con mi cabello, porque ella odiaba como lo tenía, así salvaje al natural.
Debo recordar, o recordarme, que en el momento en que ella me buscó para ser su novia todo era perfecto, en físico, mente y corazón.
Pero al momento en que ella pidió ser mi novia y yo acepté, el cambio de actitud no tardó.
Sigo enumerando, estaba gorda, me pidieron que cambiara mis dientes, el cabello por supuesto, la forma de caminar, la ropa, los gestos y creo que no se me olvida nada.
En un momento la poca autoestima que tenía me ahogaba de angustia.
Al mirar atrás me sentía la mujer más fea del mundo, nada de lo que hacía complacía esta relación, tanto fue así mi desespero, que empecé a suplicar.
Si, así como lo leen. Suplicar.
Pedir que me dijeran que estaba bonita, demandar un poco de atención, sin percatarme en ese momento, que el amor no se suplica, se da o no se da.
Estaba tan desesperada por atención, con tan poco amor propio, que busqué las formas de cambiar mis rutinas, solo por ella.
Pero más me esforzaba, más caía en un pozo de críticas.
En un desesperar llegué a la conclusión que por mucho que hiciera, ella jamás estaría conforme, por una razón clara: no le gustaba.
Porque cuando tú amas de verdad, aceptas con un desprendimiento alejado de todos esos vicios de comparaciones.
Un día desperté con una revelación dolorosa, "Mierda es que soy un clavo", un objeto para pasar el tiempo, una cosa sin un significado.
Y toda la dolorosa película pasó frente a mi.
Llegar a esta conclusión no fue nada fácil.
Pero esto era solo el inicio.
Estaba gorda, debo aclarar que ella tampoco era flaca, pero bueno estaba gorda.
Había un problema monumental con mi cabello, porque ella odiaba como lo tenía, así salvaje al natural.
Debo recordar, o recordarme, que en el momento en que ella me buscó para ser su novia todo era perfecto, en físico, mente y corazón.
Pero al momento en que ella pidió ser mi novia y yo acepté, el cambio de actitud no tardó.
Sigo enumerando, estaba gorda, me pidieron que cambiara mis dientes, el cabello por supuesto, la forma de caminar, la ropa, los gestos y creo que no se me olvida nada.
En un momento la poca autoestima que tenía me ahogaba de angustia.
Al mirar atrás me sentía la mujer más fea del mundo, nada de lo que hacía complacía esta relación, tanto fue así mi desespero, que empecé a suplicar.
Si, así como lo leen. Suplicar.
Pedir que me dijeran que estaba bonita, demandar un poco de atención, sin percatarme en ese momento, que el amor no se suplica, se da o no se da.
Estaba tan desesperada por atención, con tan poco amor propio, que busqué las formas de cambiar mis rutinas, solo por ella.
Pero más me esforzaba, más caía en un pozo de críticas.
En un desesperar llegué a la conclusión que por mucho que hiciera, ella jamás estaría conforme, por una razón clara: no le gustaba.
Porque cuando tú amas de verdad, aceptas con un desprendimiento alejado de todos esos vicios de comparaciones.
Un día desperté con una revelación dolorosa, "Mierda es que soy un clavo", un objeto para pasar el tiempo, una cosa sin un significado.
Y toda la dolorosa película pasó frente a mi.
Llegar a esta conclusión no fue nada fácil.
Pero esto era solo el inicio.
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