Caracas anochece con una gripe fría y estornudos de viento helado.
Una de esas ráfagas levanta mi vestido, eriza mi piel y abandono la copa de vino blanco en el filo del balcón.
Veo a esta Caracas a punto de dormir en lo alto de un hotel cinco estrellas, mientras pienso en el éxito, mientras rememoro una y otra vez las palabras de mi mamá.
-Estás en tu mejor momento ¡Disfruta!
A mis 34 años estoy en mi mejor momento, según sus palabras y puede que sea verdad.
Tengo la libertad en mi trabajo de escribir lo que me da la gana, mis jefes apuntan buenas críticas, me llegan correos de felicitaciones por lo que hago, preparé mi cuerpo para estar sano y ahora estoy en Caracas tomando una copa de vino, después de degustar una cena impronunciable.
El éxito, ese éxito está compuesto por pequeños detalles.
Por la atención de abrirte las puertas cuando entras a un sitio, por la temperatura correcta en tu bebida, por las palabras y las miradas que me regalan llenas de emoción.
También el éxito es este momento cuando me sostengo el vestido con las dos manos y me siento perdidamente sola.
La culpa me carcome los pensamientos porque decidí que todo debía ser perfecto en mi vida y el amor era un estorbo innecesario, por eso lo cambié por encuentros casuales sin compromisos.
Pero no con cualquiera.
Ubiqué a una amiga, un número de emergencia, una chica con pocos prejuicios y mucho tiempo libre para atender los espasmos de cariño.
Un trato sencillo de un toma y dame carnal sin ninguna atadura, porque no tengo tiempo para celos enfermizos, ni escenitas de distracción, porque el Éxito, así en mayúsculas, toca mi puerta.
¡Ja!
Pero después de cada encuentro me siento tristemente sola y lo que es peor, vacía.
Me dejó una nota de voz en el teléfono porque ahora ella era la que me necesitaba, le comenté de mi viaje a Caracas y la conversación terminó en un par de secas palabras, en dos copas de vino y esos vientos gélidos de esta ciudad que observo llena de frío.
En el centro de la copa cae una gota y ahora no sé diferenciar si este llanto seco se convirtió en lágrimas o empieza a llover.
Pienso, para evitar pensar, que me va a dar un resfriado.
Una de esas ráfagas levanta mi vestido, eriza mi piel y abandono la copa de vino blanco en el filo del balcón.
Veo a esta Caracas a punto de dormir en lo alto de un hotel cinco estrellas, mientras pienso en el éxito, mientras rememoro una y otra vez las palabras de mi mamá.
-Estás en tu mejor momento ¡Disfruta!
A mis 34 años estoy en mi mejor momento, según sus palabras y puede que sea verdad.
Tengo la libertad en mi trabajo de escribir lo que me da la gana, mis jefes apuntan buenas críticas, me llegan correos de felicitaciones por lo que hago, preparé mi cuerpo para estar sano y ahora estoy en Caracas tomando una copa de vino, después de degustar una cena impronunciable.
El éxito, ese éxito está compuesto por pequeños detalles.
Por la atención de abrirte las puertas cuando entras a un sitio, por la temperatura correcta en tu bebida, por las palabras y las miradas que me regalan llenas de emoción.
También el éxito es este momento cuando me sostengo el vestido con las dos manos y me siento perdidamente sola.
La culpa me carcome los pensamientos porque decidí que todo debía ser perfecto en mi vida y el amor era un estorbo innecesario, por eso lo cambié por encuentros casuales sin compromisos.
Pero no con cualquiera.
Ubiqué a una amiga, un número de emergencia, una chica con pocos prejuicios y mucho tiempo libre para atender los espasmos de cariño.
Un trato sencillo de un toma y dame carnal sin ninguna atadura, porque no tengo tiempo para celos enfermizos, ni escenitas de distracción, porque el Éxito, así en mayúsculas, toca mi puerta.
¡Ja!
Pero después de cada encuentro me siento tristemente sola y lo que es peor, vacía.
Me dejó una nota de voz en el teléfono porque ahora ella era la que me necesitaba, le comenté de mi viaje a Caracas y la conversación terminó en un par de secas palabras, en dos copas de vino y esos vientos gélidos de esta ciudad que observo llena de frío.
En el centro de la copa cae una gota y ahora no sé diferenciar si este llanto seco se convirtió en lágrimas o empieza a llover.
Pienso, para evitar pensar, que me va a dar un resfriado.
Comentarios
Publicar un comentario