Esa carajita me tenía arrecha.
No podía ver que Franklin se sentara a mi lado en el transporte, porque empezaba a hacerme muecas de gorila.
Me daban ganas de decirle que yo no era negra sino indígena, una diferencia bastante grande.
Ella estaba enamorada de Franklin, Franklin de mí y yo, bueno tenía 12 años, a mi solo me gustaba pasear en bicicleta.
El destino hizo que viviéramos cerca y estudiáramos en el mismo lugar, así que era imposible no tropezarla en el recreo y ver su cara de desprecio al verme.
Yo era su enemiga y estaba decidida a destruirme.
Cuando veía que Franklin se me acercaba, se metía en el medio para coquetearle descaradamente. El se ponía rojo de la incomodidad.
A mi daba risa todo el asunto, ella peleaba por un hombre a quien yo sólo veía como un compañero de juego.
Franklin cumplió 13 años y decidió hacer una fiesta en su casa, la invitó a ella y a mi.
Llegué orgullosa en mi bicicleta roja marca "Silver Star"', sudada y con unos pantalones viejos y rotos.
Pero allí estaba ella con un vestido perfecto, y unos ganchitos coquetos en su impecable cabello negro y largo.
Alguien propuso el juego de las sillas: esa en que hay 10 sillas y 9 personas y tienes que sentarte en una antes que termine la música, el que se quede de pie, va saliendo.
En eso estábamos y como cosa del destino quedamos las dos y una silla.
Esa carajita me tenía arrecha, no me iba a joder.
Dimos vueltas y la música paró. La silla quedó detrás de mí, pero cuando me fui a sentar, quitó la silla y caí al suelo.
Ella río, los otros niños le siguieron y Franklin echaba chispas,
-¡Qué te pasa???!
-Perdiste mona.
-No soy ninguna mona.
Confieso di el primer golpe, como siempre lo hacía, con los ojos cerrados.
Volaron los ganchitos, me jalaron los cabellos, hasta que un adulto sensato nos separó.
No dije nada, me puse a llorar y agarré mi bicicleta y empecé a pedalear con toda la fuerza que tenía.
En un momento me paré y noté que Franklin me había seguido con su bicicleta.
-¿Estás bien?
Estaba despeinada, herida en mi orgullo y llena de lágrimas.
-Sí.
-Tú ganaste el juego....y no eres ninguna mona.
Estaba por empezar a llorar otra vez, cuando veo como Franklin se acerca a mi cara y me da un beso largo, muy largo.
Ni siquiera cerré los ojos, él si.
-¿Qué te pareció?
Dije lo primero que se me ocurrió
-Húmedo.
Ese fue mi primer beso.
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