Caí de rodillas doblada por el dolor.
Era una sensación aguda que me apretaba el estómago convirtiendo mi cuerpo en un nudo de calambres.
Traté, sin lograrlo, de parar el mareo utilizando mis brazos como un escudo sobre mi cuerpo.
Me abracé con fuerza, con la certeza viva de que la sensación no se expandiría más allá de las zonas críticas.
Una acción inútil e innecesaria.
Lo peor de todo, es que el daño no era físico, sino emocional.
No tenía posibilidad de tomar una pastilla, un antídoto para los síntomas repetitivos que producía el pasado.
La mente daba vueltas sobre ese último día, repitiendo con una terquedad inútil, lo que pudo pasar, lo que pasó, lo que ya no éramos.
Y esta soledad tenía un olor a playa.
-¿Cuándo vas a regresar?
Alejandra repetía la pregunta con la mirada fija en mí.
-Creo que me queda un año más en Puerto Ordaz.
-No puedo esperar tanto tiempo.
Dibujé en la arena círculos de frases, construí castillos de excusas, todo, para evitar lidiar con este momento.
-No puedo esperar otro año más Mawa.
-Lo sé.
-¿Te estás acostando con alguien más?
-No.
Cobarde y rápidamente, mentí.
-No te creo.
-¿Por qué?
-Porque te conozco.
-Te estoy diciendo la verdad.
Alejandra dejó escapar un suspiro de impotencia y sin decir más se separó de mí hasta llegar a la orilla de la playa.
Solo vi su espalda llena de la determinación de no permitir otro día más, ese simple gesto de estar juntas, pero tan distantes una de la otra me hizo entender que era el final, que todo había acabado.
Una semana después, me lo confirmó por teléfono.
A pesar de las advertencias directas, a pesar de nuestra distancia tan marcada, pensé que podía manejar la situación.
La odie por un buen tiempo, la acosaba con llamadas, le pedía perdón, oportunidades vacías.
Me sumerguí arrodillada en una desesperación que siempre terminaba en un llanto ahogado.
Pensaba en ella cada minuto hasta que desgasté todos los recuerdos, hasta que fue fácil respirar nuevamente, hasta el punto de borrar el dolor para sustituirlo con algo llamado resignación.
Pero hoy en día, escucho su nombre y no puedo evitar sentir un pulso de aceleración, de lo que fue, de lo que pasó y tener la certeza de que nadie me quitará los buenos recuerdos.
Era una sensación aguda que me apretaba el estómago convirtiendo mi cuerpo en un nudo de calambres.
Traté, sin lograrlo, de parar el mareo utilizando mis brazos como un escudo sobre mi cuerpo.
Me abracé con fuerza, con la certeza viva de que la sensación no se expandiría más allá de las zonas críticas.
Una acción inútil e innecesaria.
Lo peor de todo, es que el daño no era físico, sino emocional.
No tenía posibilidad de tomar una pastilla, un antídoto para los síntomas repetitivos que producía el pasado.
La mente daba vueltas sobre ese último día, repitiendo con una terquedad inútil, lo que pudo pasar, lo que pasó, lo que ya no éramos.
Y esta soledad tenía un olor a playa.
-¿Cuándo vas a regresar?
Alejandra repetía la pregunta con la mirada fija en mí.
-Creo que me queda un año más en Puerto Ordaz.
-No puedo esperar tanto tiempo.
Dibujé en la arena círculos de frases, construí castillos de excusas, todo, para evitar lidiar con este momento.
-No puedo esperar otro año más Mawa.
-Lo sé.
-¿Te estás acostando con alguien más?
-No.
Cobarde y rápidamente, mentí.
-No te creo.
-¿Por qué?
-Porque te conozco.
-Te estoy diciendo la verdad.
Alejandra dejó escapar un suspiro de impotencia y sin decir más se separó de mí hasta llegar a la orilla de la playa.
Solo vi su espalda llena de la determinación de no permitir otro día más, ese simple gesto de estar juntas, pero tan distantes una de la otra me hizo entender que era el final, que todo había acabado.
Una semana después, me lo confirmó por teléfono.
A pesar de las advertencias directas, a pesar de nuestra distancia tan marcada, pensé que podía manejar la situación.
La odie por un buen tiempo, la acosaba con llamadas, le pedía perdón, oportunidades vacías.
Me sumerguí arrodillada en una desesperación que siempre terminaba en un llanto ahogado.
Pensaba en ella cada minuto hasta que desgasté todos los recuerdos, hasta que fue fácil respirar nuevamente, hasta el punto de borrar el dolor para sustituirlo con algo llamado resignación.
Pero hoy en día, escucho su nombre y no puedo evitar sentir un pulso de aceleración, de lo que fue, de lo que pasó y tener la certeza de que nadie me quitará los buenos recuerdos.
Comentarios
Publicar un comentario