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Mariposas Negras (II)

Me levanto con un dolor de cabeza insoportable. No puedo mover los brazos ni las piernas.
¿Dónde estoy?
Por una mínima ventana caen unos pocos rayos de sol y me sorprende estar en un lugar conocido. 
¿Qué hago yo aquí? ¿Qué me pasó? 
Aprieto mis ojos con las dos manos para acostumbrarme a la luz, trato de estirar mi cuerpo para tomar una mejor posición y me percato que estoy desnuda. 
Desnuda y pintada por todo el cuerpo. 
¿Qué vaina es esta? 
Desde la punta de mi pie izquierdo, una línea oscura sube hasta detenerse en mi ombligo, en ese punto una docena de mariposas negras se riegan por mi estómago, mis caderas, mis brazos. 
En mi muslo derecho, una flor de loto reposa en un huracán de marcas sin sentido. 
Dejo caer mi brazo izquierdo y cae en un cuerpo cálido.
Lo recordé todo. 
-Mawa, compra chocolate.
-¿Chocolate? 
-Sí, se siente muy bien cuando fumas. 
Hice caso a la petición. En mi anexo tenía helado y dulces de chocolate, no tenía idea de lo hablaba, pero eran sus órdenes y yo trataba de complacerla. 
A las seis de la tarde, puntual, llegó con una docena de discos y una bolsa de hierba. 
-Pon la música Mawa, mientras yo preparo esto. 
En mi pequeño reproductor sonó Mercedes Sosa. 
-Yo fumo y me pongo filosófica. 
-No lo dudo. 
Un olor dulzón llenó todo el cuarto. 
-¿Crees que los vecinos se den cuenta? 
-No creo. Yo ni siquiera sabía a que olía. Así que menos ellos, sus narices deben estar acostumbrados a otras cosas, al olor del cloro por ejemplo. 
-¡Qué clasista eres Mawa! 
-¿Yo soy clasista?
-¡Si! Eres insoportable. 
-¡Eso es nuevo!
-¿Qué te crees? ¿Qué eres superior a todos? 
-¿Ya te pusiste filosófica o simplemente desagradable? 
-Fuma y ya. 
No quería, pero estar con ella implicaba tirarme al vacío, hundirme más. 
Una hora después, ella estaba exaltada, bipolar, energética. 
Yo me había desinflado en una depresión, pero le seguía la corriente. 
-Pon una música buena, tengo un disco de Jorge Drexler. 
Acaté sus órdenes, una vez más. 
Se sentó de golpe en el piso del anexo. 
-Mawa, acuéstate en mis piernas. 
Lo hice. Me acarició el cabello sin dejar de mirarme. 
-Quiero dibujarte el cuerpo y pintarte mariposas negras. 
-No. Le tengo miedo a las mariposas negras. 
-¿Por qué? 
-Traen mala suerte. 
-¿Te das cuenta que eres rara, Mawa? 
-¿Por qué no quiero que me pintes? 
-Creo que te odio. 
-Eso también es nuevo. 
-No somos compatibles para nada.
-Ok. 
-Una vez pinte una fábrica de cielo, de la fábrica salían personitas que buscaban un tesoro escondido, porque nosotros somos duendes. El mundo está lleno de duendes.
-No sé de lo que hablas, estás muy fumada 
-¡Que aburrida eres Mawa! 
-¿Qué más soy? Según tú soy lo peor 
-Deja el drama. 
-Dame un beso. 
-¡Ni sé te ocurra! Así no, me pongo paranoica 
Pensé que ella ya lo estaba, que yo había caído muy bajo, que estaba sintiendo el efecto de sentirme lejos del suelo, de ver todo de goma y sólo me reí, reír hasta quedarme dormida. 
O eso pensé. 
Me levanté, me bañé para borrar las mariposas negras. Ella apenas levantaba la cabeza.
-Levántate, te tienes que ir. 
-¿Qué te pasa Mawa? 
-A las diez tengo que estar en otro lado
-¿Qué tienes que hacer? 
-Tengo una cita. 
-¿Cita?
-Sí, cita. De esas románticas. 
-¿Y nosotras? 
-Me odias ¿o no recuerdas? 


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