Son las 4:00 de la tarde y estoy acostada en un colchón, tirado en el piso de mi cuarto.
El aire apagado, arropada de pies a cabeza.
Sudo y lloro.
No necesariamente en ese orden.
Mi teléfono no deja de sonar, llamadas perdidas, mensajes, notificaciones de redes sociales.
Me asomo por un lado de la sábana y puedo leer, "¿Dónde coño estás metida Mawa?"
Es sorprendente que todavía tenga amigos y una novia preocupados por mí.
Los ignoro una vez más.
Echo una mirada por todo el cuarto y me cuesta creer que lleve tres días encerrada en este espacio lleno de platos sucios, tazas de café, ropa en desorden.
Vuelvo a meterme bajo las sábanas.
Repito en mi cabeza por enésima vez los momentos culminantes de mi despecho, elaboro conversaciones imaginarias que me hubiese gustado soltar.
Me arrepiento, me alegro, me deprimo, me ofusco, me doy esperanzas, me molesto, me da vueltas la cabeza.
Todo en menos de un minuto.
Si algún ser humano, o algo que tenga una minúscula fibra de vida, tuviera la osadía de toparse conmigo en este estado, la bomba lanzada en Hiroshima, quedaría como un cuento infantil.
Por eso el encierro.
Soy una egoista de mis desgracias.
Me conozco al pie de la letra todo lo que me pueden decir, sé que tienen la intención de ayudarme pero a veces, solo a veces, uno no quiere ser salvado.
He llegado a la conclusión que existimos personas, que a los malos momentos, podemos exprimirles el jugo.
Una adicción que deja fluir por tus venas esa sensación agria de los problemas, el golpe en el estómago, el sudor, las lágrimas.
¿Por qué no encadenarnos a los problemas y dejar que el teléfono suene sin parar?
Pero no puedo ignorar otra vez a mi novia.
-¿Alo?
-¿Hasta cuando vas a seguir así?
-Me siento mal.
-¡Coño amor! No me respondes las llamadas, estoy preocupada.
-No quiero hablar con nadie.
-¿Ni siquiera conmigo?
-Con nadie.
-¿Te importa más lo qué pasó en ese trabajo? ¿Te importa más que esta relación?
Había caído en cuenta, una vez más, lo comprometida que estaba con mi profesión, lo necesario que era para mí el trabajo y cuando esa relación laboral culminó en los peores términos, me sentí traicionada.
Despechada.
Y en un momento, lloraba amargamente cómo si hubiesen roto conmigo.
No podía creer que mi entrega era tan absoluta, que mis relaciones personales pasaban a un segundo plano.
El final de un trabajo fue el detonante para abrir más los ojos.
Antes de ser novia, amiga, hija, hermana, soy periodista.
Al despojarme de un tirón de eso, me quedé vacía.
La revelación es un golpe, jamás podría amar a nadie como a mi profesión.
Jamás algo podría generarme más adrenalina que estar en la calle.
Decido salir del aislamiento y llamo a un amigo.
Pedimos un café, me disculpo por ignorarlo y cuento mis conclusiones.
-Lo sé, es patético ¿verdad?
-Ummm, no...
-¿No?
-Eres una excelente periodista Mawa.
-¡Claro!
-A ti no te define un trabajo, te falta es aplicar esa misma pasión al resto...
-¿Cómo?
-Igual que haces con gente que solo ves una puta vez en tu vida y escribes de ellos, escuchando y conectándote, pero el caso aquí, es que tienes un lazo con nosotros. No queremos irnos, pero tampoco creas que nos tienes seguros.
Pedimos la cuenta.
Regreso a casa, a la seguridad de las sábanas.
Esta vez, sí respondo los mensajes.
El aire apagado, arropada de pies a cabeza.
Sudo y lloro.
No necesariamente en ese orden.
Mi teléfono no deja de sonar, llamadas perdidas, mensajes, notificaciones de redes sociales.
Me asomo por un lado de la sábana y puedo leer, "¿Dónde coño estás metida Mawa?"
Es sorprendente que todavía tenga amigos y una novia preocupados por mí.
Los ignoro una vez más.
Echo una mirada por todo el cuarto y me cuesta creer que lleve tres días encerrada en este espacio lleno de platos sucios, tazas de café, ropa en desorden.
Vuelvo a meterme bajo las sábanas.
Repito en mi cabeza por enésima vez los momentos culminantes de mi despecho, elaboro conversaciones imaginarias que me hubiese gustado soltar.
Me arrepiento, me alegro, me deprimo, me ofusco, me doy esperanzas, me molesto, me da vueltas la cabeza.
Todo en menos de un minuto.
Si algún ser humano, o algo que tenga una minúscula fibra de vida, tuviera la osadía de toparse conmigo en este estado, la bomba lanzada en Hiroshima, quedaría como un cuento infantil.
Por eso el encierro.
Soy una egoista de mis desgracias.
Me conozco al pie de la letra todo lo que me pueden decir, sé que tienen la intención de ayudarme pero a veces, solo a veces, uno no quiere ser salvado.
He llegado a la conclusión que existimos personas, que a los malos momentos, podemos exprimirles el jugo.
Una adicción que deja fluir por tus venas esa sensación agria de los problemas, el golpe en el estómago, el sudor, las lágrimas.
¿Por qué no encadenarnos a los problemas y dejar que el teléfono suene sin parar?
Pero no puedo ignorar otra vez a mi novia.
-¿Alo?
-¿Hasta cuando vas a seguir así?
-Me siento mal.
-¡Coño amor! No me respondes las llamadas, estoy preocupada.
-No quiero hablar con nadie.
-¿Ni siquiera conmigo?
-Con nadie.
-¿Te importa más lo qué pasó en ese trabajo? ¿Te importa más que esta relación?
Había caído en cuenta, una vez más, lo comprometida que estaba con mi profesión, lo necesario que era para mí el trabajo y cuando esa relación laboral culminó en los peores términos, me sentí traicionada.
Despechada.
Y en un momento, lloraba amargamente cómo si hubiesen roto conmigo.
No podía creer que mi entrega era tan absoluta, que mis relaciones personales pasaban a un segundo plano.
El final de un trabajo fue el detonante para abrir más los ojos.
Antes de ser novia, amiga, hija, hermana, soy periodista.
Al despojarme de un tirón de eso, me quedé vacía.
La revelación es un golpe, jamás podría amar a nadie como a mi profesión.
Jamás algo podría generarme más adrenalina que estar en la calle.
Decido salir del aislamiento y llamo a un amigo.
Pedimos un café, me disculpo por ignorarlo y cuento mis conclusiones.
-Lo sé, es patético ¿verdad?
-Ummm, no...
-¿No?
-Eres una excelente periodista Mawa.
-¡Claro!
-A ti no te define un trabajo, te falta es aplicar esa misma pasión al resto...
-¿Cómo?
-Igual que haces con gente que solo ves una puta vez en tu vida y escribes de ellos, escuchando y conectándote, pero el caso aquí, es que tienes un lazo con nosotros. No queremos irnos, pero tampoco creas que nos tienes seguros.
Pedimos la cuenta.
Regreso a casa, a la seguridad de las sábanas.
Esta vez, sí respondo los mensajes.
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