Tengo curiosidad, mucha curiosidad.
Lo pienso y digo en voz alta.
-¿Cuál es tu curiosidad Mawarí?
El tono de la pregunta no es nada agradable, y empiezo a gaguear.
No es fácil explicar este remolino de ideas acumuladas en mi interior.
Todo comenzó cuando una expareja, me escribió desde un país lejano para avisar que estaría en Venezuela unos pocos días.
-¡Me encantaría verte!
-¡Claro! ¡Avísame!
Lo dije para salir del paso, un gesto de buenas costumbres, porque mi primer pensamiento fue, "¡Ni loca me sentaría a hablar con ella! ¡Jamás!"
Me había hecho mucho daño.
Yo fui ese clavo que utilizó para olvidar una relación pasada, me humillaba delante de mis amigos, no dejaba de señalar mis kilos de más.
Mintió hasta el extremo de creer sus propios inventos, tenía la facilidad de jurar que no, que ella no fue, cuando tenía las pruebas de su infidelidad en las manos.
Fue una relación desastrosa, un choque de trenes, un pulso para ver quien destilaba más odio, una maratón con final de precipicio.
Había calibrado sus mentiras con tanta precisión por un simple motivo: siempre mentía.
Yo, que siempre me endilgo las culpas tarde o temprano, en esta ocasión traté de caminar por una línea recta y ella me halaba a renglones torcidos.
Y de esta condenada forma tortuosa de vivir, duramos un año.
Después de ese fin, adelgacé, renací.
Pero no había podido quitarme el peso más poderoso: seguía sangrando un cruel resentimiento.
Salió del país, y esos primeros días mantenía contacto por mensajes.
-¡Estoy tomando una cerveza y me acuerdo de ti Mawa!
-¡Chévere!
Después mandaba fotos con su novia, dejaba notas de voz contando lo que su nueva pareja le regalaba.
-¡Nadie me había tratado así!
-¡Te felicito!
Había olvidado ese pequeño detalle.
Su forma de torturar y torcer con palabras dulces, cualquier situación con tal de manipular.
No le presté mucha atención y poco a poco, ella se fue esfumando de mis pensamientos, y el resentimiento era un sentimiento pasado.
Hasta que recibí ese mensaje.
Si lo primero que pensé fue que jamás me sentaría a hablar con ella, lo segundo fue ¿por qué no?
Tengo ganas de ver su cara y por primera vez, en muchos años no sentir, ni rabia, ni resentimiento, ni dolor, porque no me importa.
Pero mi novia, no piensa igual.
-Me gustaría hablar con ella normalmente.
-Si tú te encuentras con tu ex, yo también voy a ver la mía.
-¡Me parece justo!
-¡Fino!
-Espera...¿Cuál ex?
-¡Cualquiera Mawarí!
-Si es lo que quieres...
-¿Sabes qué? No voy a caer en ese juego, no voy a ver a nadie. ¡Haz lo que quieras!
La turbia amenaza, la obvia molestia, acrecentó mi terquedad.
Traté de explicarme una vez más, pero cayeron en una frase lapidaria donde no cabría ni una palabra más.
-Tus razones son burdas.
Quizás, pero son mis razones.
Lo pienso y digo en voz alta.
-¿Cuál es tu curiosidad Mawarí?
El tono de la pregunta no es nada agradable, y empiezo a gaguear.
No es fácil explicar este remolino de ideas acumuladas en mi interior.
Todo comenzó cuando una expareja, me escribió desde un país lejano para avisar que estaría en Venezuela unos pocos días.
-¡Me encantaría verte!
-¡Claro! ¡Avísame!
Lo dije para salir del paso, un gesto de buenas costumbres, porque mi primer pensamiento fue, "¡Ni loca me sentaría a hablar con ella! ¡Jamás!"
Me había hecho mucho daño.
Yo fui ese clavo que utilizó para olvidar una relación pasada, me humillaba delante de mis amigos, no dejaba de señalar mis kilos de más.
Mintió hasta el extremo de creer sus propios inventos, tenía la facilidad de jurar que no, que ella no fue, cuando tenía las pruebas de su infidelidad en las manos.
Fue una relación desastrosa, un choque de trenes, un pulso para ver quien destilaba más odio, una maratón con final de precipicio.
Había calibrado sus mentiras con tanta precisión por un simple motivo: siempre mentía.
Yo, que siempre me endilgo las culpas tarde o temprano, en esta ocasión traté de caminar por una línea recta y ella me halaba a renglones torcidos.
Y de esta condenada forma tortuosa de vivir, duramos un año.
Después de ese fin, adelgacé, renací.
Pero no había podido quitarme el peso más poderoso: seguía sangrando un cruel resentimiento.
Salió del país, y esos primeros días mantenía contacto por mensajes.
-¡Estoy tomando una cerveza y me acuerdo de ti Mawa!
-¡Chévere!
Después mandaba fotos con su novia, dejaba notas de voz contando lo que su nueva pareja le regalaba.
-¡Nadie me había tratado así!
-¡Te felicito!
Había olvidado ese pequeño detalle.
Su forma de torturar y torcer con palabras dulces, cualquier situación con tal de manipular.
No le presté mucha atención y poco a poco, ella se fue esfumando de mis pensamientos, y el resentimiento era un sentimiento pasado.
Hasta que recibí ese mensaje.
Si lo primero que pensé fue que jamás me sentaría a hablar con ella, lo segundo fue ¿por qué no?
Tengo ganas de ver su cara y por primera vez, en muchos años no sentir, ni rabia, ni resentimiento, ni dolor, porque no me importa.
Pero mi novia, no piensa igual.
-Me gustaría hablar con ella normalmente.
-Si tú te encuentras con tu ex, yo también voy a ver la mía.
-¡Me parece justo!
-¡Fino!
-Espera...¿Cuál ex?
-¡Cualquiera Mawarí!
-Si es lo que quieres...
-¿Sabes qué? No voy a caer en ese juego, no voy a ver a nadie. ¡Haz lo que quieras!
La turbia amenaza, la obvia molestia, acrecentó mi terquedad.
Traté de explicarme una vez más, pero cayeron en una frase lapidaria donde no cabría ni una palabra más.
-Tus razones son burdas.
Quizás, pero son mis razones.
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