Lloré. Tenía una semana soportando un ambiente opresivo en el trabajo, donde los bandos se inclinaban a su favor. A cualquier hora que llegaba encontraba a mis compañeros concentrados en sus cuentos de amargura y dolor, mientras pedían a gritos que continuara escribiendo la novela y la animaban con palabras de melosa compasión. Mi molestia cayó sobre ellos. No porque los consideraba mis amigos, lo contrario, sino porque sabía que tampoco eran sus amigos y esa nueva protección que le prodigaban era por puro morbo. A pesar de todo el daño, se lo advertí y ella tomó mis palabras para ponerme delante de todos en una peor situación. Muy pocos me hablaban. Y en el punto más álgido de este melodrama, ella afiló sus uñas para botar todo el rencor, me tiró en cara todos mis puntos débiles e inventó los propios. Comentó de mi problema con el alcohol, me llamó puta, chula, buena para nada, drogadicta y llegó al extremo de meter el dedo en la llaga con un comentario fuera de lugar. -Menos