¡Oh querida y manoseada ética!
Si hay algo que he aprendido en el oficio de periodista, es que no debe faltar en tus manos un lápiz y en el cerebro y corazón, la ética.
No existe ninguna otra profesión que utilice tanto esta palabra, como un estandarte de causas perdidas y guerras por librar.
¡Oh querida y mal utilizada ética!
En estos tiempos, en la Venezuela convulsiva y atorada post Hugo Chávez, la ética más que nunca se ha convertido en un instrumento de manipulación.
Lo descubrí después de ganarme un premio como periodista cultural y una conocida acotó un punto interesante, "los premios deben ganarlos periodistas que se destaquen por su e-ti-ca".
Sé que el comentario no iba dirigido directamente a mí, pero no pude dejar de sentirme ofendida, en especial, porque conozco su radical tendencia política opositora.
La transparente estatuilla me la entregó un gobernador afín al proyecto de Chávez, así que supose que por allí iban los tiros.
Para esta conocida, lo ético se escribe en señalamientos directos de casos de corrupción, de anunciar en voz alta que vivimos en una dictadura, en resaltar sin descanso lo malo.
Lo ético para ella es apoyar su pensamiento, lo demás es simple complacencia.
Difiero de ese pensamiento único, de ese uniforme opresivo en una sociedad donde ni los mismos ciudadanos se tragan esa píldora de lo correcto.
Y disculpen, los periodistas que crean que son los abanderados de una magnánima ética por encima de otros, están absolutamente equivocados.
En especial, porque ningún medio de comunicación es un ente transparente libre de ataduras comerciales.
Un periódico tiene socios que no les tiembla el pulso para dar órdenes precisas pero a la vez moldeables.
La línea editorial puede variar según los interés de sus amigos, si ellos dan dinero son los mejores, si no, son unos corruptos fuera de control causante de todos los males.
¿Lo mejor de todo? Las dos posiciones son ciertas.
Si creemos que nos movemos por una verdad única en este vendaval de información caemos tarde o temprano por incautos.
Ellos y los otros son en igual medida, víctimas y victimarios.
Y la ética debe moverse alejado lo más posible del lado subjetivo del pensamiento. La ética debe nadar entre esas dos aguas.
Lo duro es que el periodista queda en el medio, tratando de sortear las duras olas mientras aguanta la respiración.
Decir que somos instrumentos de manipulación es una manera mezquina de que el lector o político de turno tape sus propias imperfecciones.
El mejor halago que alguna vez me han ofrecido es de acusarme al mismo tiempo de opositora radical y de chavista.
Me encanta porque no soy ni una ni otra.
Ese es el trabajo del periodista, sortear los oscuros deseos de dos bandos que tienen en igual medida la razón y la omisión.
¿Y la ética? La tenemos intacta los que sabemos respirar sin problemas entre las dos aguas.
Si hay algo que he aprendido en el oficio de periodista, es que no debe faltar en tus manos un lápiz y en el cerebro y corazón, la ética.
No existe ninguna otra profesión que utilice tanto esta palabra, como un estandarte de causas perdidas y guerras por librar.
¡Oh querida y mal utilizada ética!
En estos tiempos, en la Venezuela convulsiva y atorada post Hugo Chávez, la ética más que nunca se ha convertido en un instrumento de manipulación.
Lo descubrí después de ganarme un premio como periodista cultural y una conocida acotó un punto interesante, "los premios deben ganarlos periodistas que se destaquen por su e-ti-ca".
Sé que el comentario no iba dirigido directamente a mí, pero no pude dejar de sentirme ofendida, en especial, porque conozco su radical tendencia política opositora.
La transparente estatuilla me la entregó un gobernador afín al proyecto de Chávez, así que supose que por allí iban los tiros.
Para esta conocida, lo ético se escribe en señalamientos directos de casos de corrupción, de anunciar en voz alta que vivimos en una dictadura, en resaltar sin descanso lo malo.
Lo ético para ella es apoyar su pensamiento, lo demás es simple complacencia.
Difiero de ese pensamiento único, de ese uniforme opresivo en una sociedad donde ni los mismos ciudadanos se tragan esa píldora de lo correcto.
Y disculpen, los periodistas que crean que son los abanderados de una magnánima ética por encima de otros, están absolutamente equivocados.
En especial, porque ningún medio de comunicación es un ente transparente libre de ataduras comerciales.
Un periódico tiene socios que no les tiembla el pulso para dar órdenes precisas pero a la vez moldeables.
La línea editorial puede variar según los interés de sus amigos, si ellos dan dinero son los mejores, si no, son unos corruptos fuera de control causante de todos los males.
¿Lo mejor de todo? Las dos posiciones son ciertas.
Si creemos que nos movemos por una verdad única en este vendaval de información caemos tarde o temprano por incautos.
Ellos y los otros son en igual medida, víctimas y victimarios.
Y la ética debe moverse alejado lo más posible del lado subjetivo del pensamiento. La ética debe nadar entre esas dos aguas.
Lo duro es que el periodista queda en el medio, tratando de sortear las duras olas mientras aguanta la respiración.
Decir que somos instrumentos de manipulación es una manera mezquina de que el lector o político de turno tape sus propias imperfecciones.
El mejor halago que alguna vez me han ofrecido es de acusarme al mismo tiempo de opositora radical y de chavista.
Me encanta porque no soy ni una ni otra.
Ese es el trabajo del periodista, sortear los oscuros deseos de dos bandos que tienen en igual medida la razón y la omisión.
¿Y la ética? La tenemos intacta los que sabemos respirar sin problemas entre las dos aguas.
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