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Un cuento de película

Ahí estaba yo, a las dos de la mañana, anotando en un cuaderno las preguntas para mi futuro entrevistado.
Era un actor, director y guionista extranjero, dueño de películas que admiro, algunas de ellas con los mejores diálogos de comedia intelectual.
Así que debía manejarme con total seriedad para que no se me escapara demasiado mi fanatismo.
Además de eso, el tipo tiene un poco más de cuarenta años y se ve muy bien.
Quería llegar al punto de sorprenderlo con preguntas diferentes y comentarios sobre la psicología de sus personajes.
Confieso que estaba nerviosa.
En la mañana lo encontré cómodamente sentado en una de las sillas que rodeaban la piscina.
Llegué con mi mejor sonrisa y la petición de unos minutos.
El aceptó encantado y comencé a disparar mis casi intelectuales preguntas, anotadas a la luz de la madrugada.
El actor me respondía con monosílabos, un poco perdido y pensé que lo estaba haciendo muy mal.
Fue en el momento que miré la libreta como un salvavidas para llegarle con algo más, cuando me di cuenta que mi admirado entrevistado, no dejaba de verme las tetas.
No puedo negar que en los primeros segundos me sentí halagada, pero en los siguientes muy ofendida.
¿Para esto había dejado de dormir? ¿Para que este actor no me hiciera el más mínimo caso por mirarme los senos?
¡Qué bolas!
Busqué atraparlo con una pregunta.
-En sus películas los hombres parecen estar pensando todo el tiempo es sexo ¿es así?
Me regaló una sonrisa de niño travieso y creo que por primera vez me miró a la cara.
-Sí. Totalmente, es parte del instinto animal digo yo.
No pude seguir indagando más porque otras personas llamaron su atención pero me prometió continuar la charla.
Dos días después lo encuentro rodeado de un grupo de periodistas y con poco humor. Ellos pedían entrevistas pero él se las negaba con la excusa de estar ocupado.
A pesar de esta situación, me acerqué para escuchar su negativa.
Esta vez, sin escote.
-¡Hola! ¿Te acuerdas de mi?
-¡Claro! La periodista del nombre raro.
Quería incluir eso de "y la de las tetas", pero el momento no era apropiado para el chiste negro.
-Sí, esa misma. ¿Tendrás un tiempo para continuar la entrevista?
-Dame tu número y yo te llamo.
Todo el que está en esta profesión sabe que esa petición de "yo te llamo" es un no escondido, con pocas esperanzas se lo di, pero mi sorpresa fue mayúscula cuando me llamó al mediodía.
-¿Quieres almorzar conmigo?
-¡Hola! Me encantaría pero ahora estoy metida en una entrevista con otro director.
Pensé que mis posibilidades eran nulas, pero cuatro horas después volvió a llamar.
-Estoy en el hotel. ¿Puedes venir?
La insistencia me despertó suspicacias y le dije que podíamos vernos más tarde, en una entrega de premios.
Y así fue.
Lo interrumpí en una conversación y el encantado me dijo que aceptaba, pero tenía una condición.
-¡Vamos a salir de aquí! Estas reuniones son aburridas. Quiero tomarme algo, te invito.
Dudé por un momento, pero si no era en ese momento no era nunca.
El actor y yo llegamos a una bar de mala muerte, conversamos en el calor de unas cervezas, me comentó sobre el amor, la vida, sus películas y me invitó a bailar vallenatos.
-Creo que ya empezó la premiación.
-¡Ah verdad! Eso.
Caminamos un par de cuadras.
-Me preguntaste si los hombres pensábamos todo el tiempo en sexo...
-Y me respondiste que si.
-Pero yo soy un romántico. ¿Me crees?
-¿Por qué no?
-Por cierto pasé muy bien, eres muy guapa. ¿Quedamos para vernos en la fiesta?
Ser o no ser, he allí el dilema.
Aceptar o no.
Insisto, ser o no ser.
-¿Y que hiciste marisca? Ese tipo es bello, interesante, te ofreció una noche loca.
-No hice nada.
-Si eres pendeja...
-Quizás.
-¿No te fuiste con él por la ética? ¿Por eso de no acostarse con la fuente?
-No vale, no fue por eso...
-¿Y entonces?
-Porque son esos momentos en que odio no ser heterosexual.

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