A los 20 años tomé la decisión de tener una relación estable con un hombre.
¿Su nombre?
Miguelangel.
En esa época me martirizaba demasiado con mis gustos por las mujeres. Lo que sentía no debía ocurrir, fin de la historia.
Miguelangel era perfecto para mí, porque tenía todo lo que me gustaba de un tipo o lo que debería gustar.
Era alto, delgado e irradiaba una sabrosura pícara de los hombres que saben que están buenos.
No ocultaba su deseo de acostarse conmigo, no había ningún disimulo o palabras tiernas.
Comenzaba a estudiar comunicación social en Maracay y Miguelangel trataba eso de ser militar en la misma ciudad.
Así que los fines de semanas lo teníamos completamente para nosotros.
Trató de llevarme a un hotel, pero sus intenciones siempre se caían.
Debe ser porque pagaba la habitación individual y los recepcionistas me rebotaban cada vez que intentaba subir a su cuarto.
Hasta que llegó la oportunidad.
La dueña de la residencia donde me quedaba se fue de viaje y decidí invitarlo a pasar una noche conmigo.
Estaba dispuesta a hacerlo, resuelta, firme, decidida, plenamente convencida.
Me gustaban sus besos...¿qué podía fallar?
Subimos hasta mi cuarto, desesperados, llenos de caricias. La correa de su pantalón, mis zarcillos quedaron tirados en las escaleras.
Se acostó en la cama y yo encima de él. Nos besábamos por todos lados.
-¿Tienes condón?
Pregunté. Imaginé que era lo que se decía en esas situaciones.
Dejó de jadear un rato para contestar.
-Creo que si.
-No, no. No es que creas...es si tienes o no...
-Sí, si tengo.
Creo que me hubiese prometido la luna para seguir, así que continuamos.
Me quitó la camisa, yo hice lo mismo con la suya.
Sentía que iba a pasar, que todo estaba listo para tener mi primera vez.
No lo había imaginado así, tenía la imagen de las flores, el vino, la suavidad, toda la paja romántica de las novelas.
No ese desespero torpe por quitar la ropa lo más rápido posible.
Miguelangel se paró de la cama, desabotonó su pantalón y cuando lo iba a bajar...
-¡Espera!
Se quedó frío.
-¿Qué pasó?
-Ahhhh...creo que vamos muy rápido.
-¿Qué?
-Sí. Creo que no estoy preparada.
-¡QUE!
-No te bajes el pantalón por favor.
-¿Qué pasa?
¿Qué pasaba? Que los besos no eran suficientes, que no podía, que no era lo mío, que no quería, que me gustaban las mujeres.
No contesté nada de esto.
-Nada, es que soy yo...tenemos que ir más lento.
Más lento como "jamás hacerlo".
Tengo que darle méritos a Miguelangel, se sentó en la cama, me dio un beso suave en el hombro.
-¿Dónde puedo echarme un baño de agua fría?
Le señalé la puerta del fondo, y el camino al fin de nuestra relación.
¿Su nombre?
Miguelangel.
En esa época me martirizaba demasiado con mis gustos por las mujeres. Lo que sentía no debía ocurrir, fin de la historia.
Miguelangel era perfecto para mí, porque tenía todo lo que me gustaba de un tipo o lo que debería gustar.
Era alto, delgado e irradiaba una sabrosura pícara de los hombres que saben que están buenos.
No ocultaba su deseo de acostarse conmigo, no había ningún disimulo o palabras tiernas.
Comenzaba a estudiar comunicación social en Maracay y Miguelangel trataba eso de ser militar en la misma ciudad.
Así que los fines de semanas lo teníamos completamente para nosotros.
Trató de llevarme a un hotel, pero sus intenciones siempre se caían.
Debe ser porque pagaba la habitación individual y los recepcionistas me rebotaban cada vez que intentaba subir a su cuarto.
Hasta que llegó la oportunidad.
La dueña de la residencia donde me quedaba se fue de viaje y decidí invitarlo a pasar una noche conmigo.
Estaba dispuesta a hacerlo, resuelta, firme, decidida, plenamente convencida.
Me gustaban sus besos...¿qué podía fallar?
Subimos hasta mi cuarto, desesperados, llenos de caricias. La correa de su pantalón, mis zarcillos quedaron tirados en las escaleras.
Se acostó en la cama y yo encima de él. Nos besábamos por todos lados.
-¿Tienes condón?
Pregunté. Imaginé que era lo que se decía en esas situaciones.
Dejó de jadear un rato para contestar.
-Creo que si.
-No, no. No es que creas...es si tienes o no...
-Sí, si tengo.
Creo que me hubiese prometido la luna para seguir, así que continuamos.
Me quitó la camisa, yo hice lo mismo con la suya.
Sentía que iba a pasar, que todo estaba listo para tener mi primera vez.
No lo había imaginado así, tenía la imagen de las flores, el vino, la suavidad, toda la paja romántica de las novelas.
No ese desespero torpe por quitar la ropa lo más rápido posible.
Miguelangel se paró de la cama, desabotonó su pantalón y cuando lo iba a bajar...
-¡Espera!
Se quedó frío.
-¿Qué pasó?
-Ahhhh...creo que vamos muy rápido.
-¿Qué?
-Sí. Creo que no estoy preparada.
-¡QUE!
-No te bajes el pantalón por favor.
-¿Qué pasa?
¿Qué pasaba? Que los besos no eran suficientes, que no podía, que no era lo mío, que no quería, que me gustaban las mujeres.
No contesté nada de esto.
-Nada, es que soy yo...tenemos que ir más lento.
Más lento como "jamás hacerlo".
Tengo que darle méritos a Miguelangel, se sentó en la cama, me dio un beso suave en el hombro.
-¿Dónde puedo echarme un baño de agua fría?
Le señalé la puerta del fondo, y el camino al fin de nuestra relación.
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