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Las tres

Éramos tres en la cama.
Me levanté en silencio para no despertarlas y salir a esta sala desconocida, calculando que debían ser cerca de las seis de la mañana.
Me eché en el sofá para llorar un rato protegida por el silencio.
Había dormido unas dos horas y el agotamiento bloqueaba todo en mi cabeza, no sabía qué tipo de decisiones tomaba, no sabía cual era el camino a seguir.
No quería volver a la cama con ustedes dos. De eso estaba segura.
Algo se había roto en el intermedio de las sábanas, la madrugada me arrebató lo poco que quedaba de la relación, mi orgullo, mi poco orgullo.
Al meterla a ella en la cama con nosotras, después de huirle, después de negar que existía, metí entre tus labios y los míos una intrusa.
Y ahora lloraba.
Y ahora tú salías de la habitación molesta.
-¿Qué te pasa?
-¿No ves que estamos mal?
-¿HASTA CUANDO LAS PELEAS MAWA?
-¡No grites!
-Pensé que las cosas estaban bien.
-¡No!
-No sé que coño quieres. Si te da la gana vuelves a la cama.
Di un vistazo al rayo de luz que asomaba a la ventana, pero voltee porque sentí que alguien me miraba. No había nadie.
Por un momento pensé que era la otra, ya podía reconocerle los pasos, tenía su olor pegado al cuerpo.
Me daba pena mirarla de frente, me daba pena mirarme de frente.
Di unos pasos sin hacer ruido hasta acercarme a la habitación.
A pesar de la oscuridad, pude verlas a las dos. Ahí estaban durmiendo abrazadas, sin que les importara nada más.
Tú a medio vestir.
La otra, nuestra amante, la maldita indiferencia, desnuda dejándonos al descubierto.

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