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Juguetes sexuales

La mujer puso sobre la mesa una variedad de juguetes sexuales, que harían salivar a cualquier desprevenido con ganas de experimentar.
Un vibrador con tres tipos de velocidades con la capacidad de excitar hasta a la más asexual.
Una variedad de artilugios eróticos para los hombres solitarios con simulación casi exacta de un encuentro vaginal, anal o bucal.
Aceites de olores afrodisíacos, lubricantes con sabor a trópico, cremas poderosas para acelerar la calentura, una pasta que al aplicarla al cuerpo brilla en la oscuridad.
Bolas chinas de todos los tamaños con la habilidad de entrar en cualquier hendidura, un arnés corporal que ayuda a asumir todas las posiciones del kamasutra sin tener un accidente.
Faldas milimétricas con su corbata para vestirse de colegiala pícara y mal portada, pantaletas comestibles sabor a patilla, sostenes a los que se les puede desprender unas plumas para hacer traviesas cosquillas.
Anillos vibratorios para el pene, con doble función, retardan la eyaculación y estimulan a la mujer.
Y aunque la vendedora no lo tenía en físico, también podía conseguir cojines, o almohadas o sábanas que al toque de un botón aparecía un miembro de plástico.
-Ustedes solamente pidan lo que quieran y el color y nosotros lo buscamos.
Debo confesar que en esta reunión de Tuppersex estaba abrumada.
Era tanta información sobre lo complejo que somos los seres humanos en el sexo, que pasaba de la risa a la pena.
¿Cuanta velocidad tenemos que aplicar para llegar a un orgasmo? No importaba, con esos nuevos vibradores tienes hasta siete opciones.
La monotonía en la cama no tiene excusas, si no son suficientes las caricias aparecen los juguetes, o las cremas, los arnés.
Hasta la creatividad te la venden empacada en cajas triple X, porque eso sí, el plástico sexual no es nada barato.
Yo, curiosa al fin, decidí comprar uno de sus productos alcanzables a mi presupuesto: unos chiclets que prometían, después de unos minutos de masticarlos, unas ganas locas de hacer el amor, o mejor dicho, para no caer en esos romanticismo, te ponían caliente.
No tenía a nadie para aprovechar la oferta, pero aún así llegué a la casa y abrí el empaque del chiclet con una lentitud casi ceremonial mientras me encerraba en mi habitación.
Lo mastiqué por 20 minutos, me lo tragué y lo único que sentí fue una decepción por perder mi dinero.
Recordé una canción del odiado Ricardo Arjona, esa que dice que el afrodisíaco más cumplidor no son los mariscos sino el amor.
La tecnología es excelente, pero nunca lograrán simular, el calor de tus caricias.

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