Tenía entre ceja y ceja conquistarla, tanto así que el pensar dar el primer paso no me avergonzaba.
Yo, tan tímida y respetuosa con una mujer.
Yo, que espero que den el primer movimiento pero uno muy evidente.
No es suficiente que me echen un par de miradas cómplices, yo necesito que me agarren en una esquina y confiesen que les gusto.
Porque fallar en el intento, a ciegas, es una situación que me provoca terror y en especial tropezar con el rechazo.
Pero ella me gustaba mucho, tanto que conseguí su número y se lo lancé sin anestesia.
Su primera reacción fueron unos mensajes cargados de pena y aturdimiento y dejamos la promesa en el aire para encontrarnos un día y tomar un par de cervezas.
Yo soy muy mala para presionar, dejé que el tiempo y ella me buscara.
Y así fue.
Pero había algo en el ambiente que me daba señales sobre la situación, poco a poco nació la duda expresa de que a esta mujer le encantaban los halagos.
Caí en su juego y le escribía sobre su sensuales labios, su espectacular cabello y su impresionante sonrisa.
Ella me abría la puerta por minutos para luego cerrarla amablemente.
La invitaba a desayunar, almorzar, cenar pero todas mis peticiones caían en una rueda de excusas.
Entendí que si le gustas alguien, las ganas de estar junto a ti son difíciles de ocultar, así que desistí de mi misión.
Depuse mis armas, anotando una dolorosa derrota.
Ella olió mis sentimientos y decidió darme una luz de esperanza con un encuentro que terminó en besos robados.
Me comentó que no quería una relación seria y le mentí diciendo que yo tampoco buscaba eso.
Me reía de sus tontos chistes, le comentaba cosas que sabía le iban a gustar, sudaba frío cuando no coincidíamos en algo.
La quería para mí y me hubiese convertido en un florero si ella lo pedía.
Pero la luz que me proporcionó en un momento se apagó de la nada.
Un día quedamos en vernos y no supe de ella hasta una semana después, cuando apareció decidí que era el momento de admitir que era muy mala para esas iniciativas amorosas.
Soy terrible para dar el primer paso.
Limpié mis heridas y seguí adelante, total, tampoco me gustaba tanto.
En una de estas noches, disfrutaba en una fiesta con unos amigos y una interesante desconocida me traspasó con la mirada, me daba bebidas con una sonrisa sensual.
Pensé en actuar, pero no, recordé mi dolorosa experiencia.
Prefiero esperar, a que en alguna esquina me digan sin pena que gustan de mí.
Odio las derrotas.
Yo, tan tímida y respetuosa con una mujer.
Yo, que espero que den el primer movimiento pero uno muy evidente.
No es suficiente que me echen un par de miradas cómplices, yo necesito que me agarren en una esquina y confiesen que les gusto.
Porque fallar en el intento, a ciegas, es una situación que me provoca terror y en especial tropezar con el rechazo.
Pero ella me gustaba mucho, tanto que conseguí su número y se lo lancé sin anestesia.
Su primera reacción fueron unos mensajes cargados de pena y aturdimiento y dejamos la promesa en el aire para encontrarnos un día y tomar un par de cervezas.
Yo soy muy mala para presionar, dejé que el tiempo y ella me buscara.
Y así fue.
Pero había algo en el ambiente que me daba señales sobre la situación, poco a poco nació la duda expresa de que a esta mujer le encantaban los halagos.
Caí en su juego y le escribía sobre su sensuales labios, su espectacular cabello y su impresionante sonrisa.
Ella me abría la puerta por minutos para luego cerrarla amablemente.
La invitaba a desayunar, almorzar, cenar pero todas mis peticiones caían en una rueda de excusas.
Entendí que si le gustas alguien, las ganas de estar junto a ti son difíciles de ocultar, así que desistí de mi misión.
Depuse mis armas, anotando una dolorosa derrota.
Ella olió mis sentimientos y decidió darme una luz de esperanza con un encuentro que terminó en besos robados.
Me comentó que no quería una relación seria y le mentí diciendo que yo tampoco buscaba eso.
Me reía de sus tontos chistes, le comentaba cosas que sabía le iban a gustar, sudaba frío cuando no coincidíamos en algo.
La quería para mí y me hubiese convertido en un florero si ella lo pedía.
Pero la luz que me proporcionó en un momento se apagó de la nada.
Un día quedamos en vernos y no supe de ella hasta una semana después, cuando apareció decidí que era el momento de admitir que era muy mala para esas iniciativas amorosas.
Soy terrible para dar el primer paso.
Limpié mis heridas y seguí adelante, total, tampoco me gustaba tanto.
En una de estas noches, disfrutaba en una fiesta con unos amigos y una interesante desconocida me traspasó con la mirada, me daba bebidas con una sonrisa sensual.
Pensé en actuar, pero no, recordé mi dolorosa experiencia.
Prefiero esperar, a que en alguna esquina me digan sin pena que gustan de mí.
Odio las derrotas.
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