De un solo jalón dejé marcas de mis uñas en su cuello.
Él, podía responder con igual saña, pero se dio la vuelta y me dejó mal herida en mi orgullo.
También nos hemos batido a duelo de puños cuando nadie nos veía.
Al principio yo era la ganadora, pero el tiempo le ofreció la altura, peso y fuerza suficiente para dejarme boca abajo en tres movimientos.
Mi hermano y yo nos llevamos ocho años de diferencia, pero ese abismo en edad es mínima en comparación con nuestros caracteres tan opuestos.
Dos personas tan distintas no pueden ser familiares.
Mientras yo exploto en escenas de frustración, él toma los problemas de frente y los debate en una lógica a prueba de entuertos, tiene una inteligencia libre de asombros incómodos, conoce el punto exacto para dejar en el aire un silencio elegante, cocina bien con pocos conocimientos, ayuda sin quejarse y salva vidas.
Lo que yo considero una desventaja en él, para otros es lo contrario: mi hermano es un perfeccionista nato. La ropa, los zapatos, los amigos y su vida están centrados porque él no deja detalles al destino incierto.
Delante de él me siento la hija imperfecta.
Por este choque tan radical, un día peleamos tanto que de un solo jalón dejé marcadas las uñas en su cuello.
No recuerdo porqué y he llegado a la conclusión que esa poca memoria es porque el problema no era importante.
Dejamos de hablarnos por un año.
El silencio terminó gracias a él.
Un día encontré un largo mail en mi correo y un párrafo me impactó tanto que no la he podido borrar de mi mente, "hermana, todos los días tengo una pesadilla donde peleamos muy fuerte y nos decimos muchas cosas feas, pero cuando me levanto me doy cuenta que no es una pesadilla, es nuestra realidad".
Nos sentamos y mi hermano lloró conmigo.
Era una de las pocas veces que lo sentí vulnerable, frágil ante una situación que se le escapaba de las manos.
Nos reconciliamos y decidimos viajar juntos en Estados Unidos.
Yo quería cambiar los planes a todas horas, pero él insistía con una programación blindada contra cambios, todo estalló por una estupidez: una botella de agua.
-Yo creo Mawa que tenemos que comprar el empaque de 12.
-Es mucha agua, compremos la de seis.
-Mawa, es un dólar más por otras seis botellas.
-¿Qué vamos a hacer con tanta agua?
-La tenemos ahí.
-¡Compra lo que te de la gana! ¡Siempre tenemos que hacer lo que tú dices!
Y salí del supermercado sin hablar, después de eso siguieron reclamos en el estacionamiento, heridas que se abren nuevamente y la calma.
Decidimos hacer un pacto y tomar un respiro antes de estallar.
Otro viaje nos espera, uno con más sacrificio, uno de seis días caminando una montaña, durmiendo a la intemperie.
El viaje me emociona porque es una manera de vernos un poco más y de comprobar una y otra vez algo que he tratado de ocultar.
A mi hermano no sólo lo amo, lo admiro profundamente.
Lo admiro hasta la perfección.
Él, podía responder con igual saña, pero se dio la vuelta y me dejó mal herida en mi orgullo.
También nos hemos batido a duelo de puños cuando nadie nos veía.
Al principio yo era la ganadora, pero el tiempo le ofreció la altura, peso y fuerza suficiente para dejarme boca abajo en tres movimientos.
Mi hermano y yo nos llevamos ocho años de diferencia, pero ese abismo en edad es mínima en comparación con nuestros caracteres tan opuestos.
Dos personas tan distintas no pueden ser familiares.
Mientras yo exploto en escenas de frustración, él toma los problemas de frente y los debate en una lógica a prueba de entuertos, tiene una inteligencia libre de asombros incómodos, conoce el punto exacto para dejar en el aire un silencio elegante, cocina bien con pocos conocimientos, ayuda sin quejarse y salva vidas.
Lo que yo considero una desventaja en él, para otros es lo contrario: mi hermano es un perfeccionista nato. La ropa, los zapatos, los amigos y su vida están centrados porque él no deja detalles al destino incierto.
Delante de él me siento la hija imperfecta.
Por este choque tan radical, un día peleamos tanto que de un solo jalón dejé marcadas las uñas en su cuello.
No recuerdo porqué y he llegado a la conclusión que esa poca memoria es porque el problema no era importante.
Dejamos de hablarnos por un año.
El silencio terminó gracias a él.
Un día encontré un largo mail en mi correo y un párrafo me impactó tanto que no la he podido borrar de mi mente, "hermana, todos los días tengo una pesadilla donde peleamos muy fuerte y nos decimos muchas cosas feas, pero cuando me levanto me doy cuenta que no es una pesadilla, es nuestra realidad".
Nos sentamos y mi hermano lloró conmigo.
Era una de las pocas veces que lo sentí vulnerable, frágil ante una situación que se le escapaba de las manos.
Nos reconciliamos y decidimos viajar juntos en Estados Unidos.
Yo quería cambiar los planes a todas horas, pero él insistía con una programación blindada contra cambios, todo estalló por una estupidez: una botella de agua.
-Yo creo Mawa que tenemos que comprar el empaque de 12.
-Es mucha agua, compremos la de seis.
-Mawa, es un dólar más por otras seis botellas.
-¿Qué vamos a hacer con tanta agua?
-La tenemos ahí.
-¡Compra lo que te de la gana! ¡Siempre tenemos que hacer lo que tú dices!
Y salí del supermercado sin hablar, después de eso siguieron reclamos en el estacionamiento, heridas que se abren nuevamente y la calma.
Decidimos hacer un pacto y tomar un respiro antes de estallar.
Otro viaje nos espera, uno con más sacrificio, uno de seis días caminando una montaña, durmiendo a la intemperie.
El viaje me emociona porque es una manera de vernos un poco más y de comprobar una y otra vez algo que he tratado de ocultar.
A mi hermano no sólo lo amo, lo admiro profundamente.
Lo admiro hasta la perfección.
¡ Buena Tu Historia Mawari ! Pues con mis hermanos me sucedio igual, sabes creo que por ello no los supe "disfrutar" cuando eramos niños y ahora los estraño. ¡ Exitos Mawari ! :)
ResponderEliminarLos hermanos son tan importantes, tan necesito y tenemos que buscar el tiempo de disfrutarlos ¿no? Gracias por tu comentario. Un abrazo
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