Me he enamorado tres veces y uno de esos amores de entrega total es para el periodismo impreso.
Con permiso de las dos maravillosas personas con quienes compartí los mejores momentos, el periodismo ha sido el más intenso y el más ingrato.
Todos me advirtieron antes de entrar en esta relación, que no me convenía, que no valía la pena.
Pronosticaron que al año íbamos a romper porque el periodismo demanda mucho y da poco, y en una pareja los dos deben entregarse por igual.
Pero alguien enamorado no escucha consejos.
Me entregué con las condiciones impuestas de antemano: mi tiempo será solo para ti, mis energías las dedicaré a escribirte bonito, soñaré despierta para tratarte mejor.
Desde el inicio, este idilio me puso en situaciones arriesgadas, en momentos de tensión que me inyectaban una dosis de adictiva adrenalina.
Me puso cara a cara con mis miedos, me retó en mi paciencia y me dio cachetadas de humildad y sabiduría.
Mientras más busco conocer el periodismo menos lo comprendo, debe ser ese uno de los motivos por el que me mantiene atrapada.
Atada a lo diario, con la esperanza de conocer todos sus secretos.
Es imposible: se me siguen olvidando verbos, sinónimos, metáforas en nuestras citas, en ocasiones dejo pasar preguntas para mantener vivos nuestros párrafos y al final no sé que título darle a nuestro amor.
Muchas veces se me ha escapado masoquismo y no estoy tan alejada de la realidad.
Estaba advertida, pero aún así, hay días que me siento frustrada.
No estamos dando lo mismo.
Después de tantas horas dedicadas a el, pido un tiempo de descanso y lo que encuentro es una mínima cifra de nuestros años juntos.
Tengo un debate interno y llego a la conclusión: los periodistas que siguen en una fuente por mucho tiempo es que están llenos de entrega y pasión.
¿Qué pasaría si nos pagaran lo que vale todo el esfuerzo de esta profesión? ¿Nos acomodaríamos a esta cifra redonda? ¿Seríamos mejores? ¿Peores?
Creo que es una pregunta que los comunicadores no vamos a poder responder jamás, porque ni siquiera entre nosotros buscamos la manera de protegernos.
Estamos solos con este amor ingrato.
Hoy me senté sola, con un cigarro en la mano y con la idea firme y clara de romper con este cariño.
No dar segundas oportunidades.
Y lloré al pensar en el final, con un dolor más fuerte que las otras dos pérdidas, porque al preguntar en alto, a este amor, a este periodismo, porque no puede ser perfecto, salió con un cliché.
-Lo siento, no eres tú, soy yo.
Con permiso de las dos maravillosas personas con quienes compartí los mejores momentos, el periodismo ha sido el más intenso y el más ingrato.
Todos me advirtieron antes de entrar en esta relación, que no me convenía, que no valía la pena.
Pronosticaron que al año íbamos a romper porque el periodismo demanda mucho y da poco, y en una pareja los dos deben entregarse por igual.
Pero alguien enamorado no escucha consejos.
Me entregué con las condiciones impuestas de antemano: mi tiempo será solo para ti, mis energías las dedicaré a escribirte bonito, soñaré despierta para tratarte mejor.
Desde el inicio, este idilio me puso en situaciones arriesgadas, en momentos de tensión que me inyectaban una dosis de adictiva adrenalina.
Me puso cara a cara con mis miedos, me retó en mi paciencia y me dio cachetadas de humildad y sabiduría.
Mientras más busco conocer el periodismo menos lo comprendo, debe ser ese uno de los motivos por el que me mantiene atrapada.
Atada a lo diario, con la esperanza de conocer todos sus secretos.
Es imposible: se me siguen olvidando verbos, sinónimos, metáforas en nuestras citas, en ocasiones dejo pasar preguntas para mantener vivos nuestros párrafos y al final no sé que título darle a nuestro amor.
Muchas veces se me ha escapado masoquismo y no estoy tan alejada de la realidad.
Estaba advertida, pero aún así, hay días que me siento frustrada.
No estamos dando lo mismo.
Después de tantas horas dedicadas a el, pido un tiempo de descanso y lo que encuentro es una mínima cifra de nuestros años juntos.
Tengo un debate interno y llego a la conclusión: los periodistas que siguen en una fuente por mucho tiempo es que están llenos de entrega y pasión.
¿Qué pasaría si nos pagaran lo que vale todo el esfuerzo de esta profesión? ¿Nos acomodaríamos a esta cifra redonda? ¿Seríamos mejores? ¿Peores?
Creo que es una pregunta que los comunicadores no vamos a poder responder jamás, porque ni siquiera entre nosotros buscamos la manera de protegernos.
Estamos solos con este amor ingrato.
Hoy me senté sola, con un cigarro en la mano y con la idea firme y clara de romper con este cariño.
No dar segundas oportunidades.
Y lloré al pensar en el final, con un dolor más fuerte que las otras dos pérdidas, porque al preguntar en alto, a este amor, a este periodismo, porque no puede ser perfecto, salió con un cliché.
-Lo siento, no eres tú, soy yo.
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