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Mostrando entradas de mayo, 2013

Mariposas negras

-Me gustaría quedarme colgada en tu oreja. Aquí, en esta que me gusta tanto. Toqué la oreja izquierda de Virginia. -¡Estás loca! -O enredarme en tus cabellos, en algunos de estos rizos. Trepar por ellos hasta encontrar tus pensamientos. ¿Estoy en ellos? -¿Te puedo dibujar el cuerpo Mawa? Quiero pintarte flores silvestres. -No, no. Tengo miedo que atraigan mariposas negras. -¡Qué dices! -Le tengo miedo a las mariposas negras. -¿Por qué? -Son de mala suerte, traen la maldad. Nunca me han gustado. -A mi si me gustan. -Cambia la música, no quiero escuchar Ely Guerra. -Escucha esta, es In a Manner of Speaking de Nouvelle Vogue. -Suena a quejido. -Mawa, esa canción soy yo. -Quiero escuchar Silvio Rodríguez. -No voy a poner a Silvio...¿te pinto las flores? -No, no. Van a llamar las mariposas negras. -Entonces me las pinto yo. -Virginia...te salen escarchas del cabello. -¡Estás loca! -Déjame tocarlo. -¡No me toques! Ahora no. -Te regalo mis fotos preferidas, te comparto

Abriendo cicatrices

Saqué de la maleta de mano una toalla para arroparme.  ¿A cuanto estaba el aire del autobús? ¿14 grados? ¿10 grados? No soportaba el frío y en la rapidez de mi viaje había olvidado meter una sabana. Me asomé por la ventana para encontrarme con una oscuridad que traspasaba el vidrio y me transmitía escalofríos que terminaban en llanto. Me toqué los labios con mis dedos helados. Palpitaban de dolor.  Sí, ocurrió. Horas atrás, pero no había sido un mal sueño. -¿Te puedes calmar Mawa? La voz de mi mamá era agitada, como toda la situación. Sostenía a mi hermano por el cabello mientras le daba golpes con la mano libre, él trataba de alejarme con manotazos inofensivos que caían en mi cuello, mi cara y en particular ese golpe en los labios. Escupí sangre. Todo duró apenas unos minutos, pero mi hermano terminó lleno de moretones que alejaron el motivo de nuestra verdadera pelea. Me sentaron a la fuerza.  -Todo esto es por lo que eres... -¿Vas a comenzar mamá? -¿Ustede

¡Hola Fidel Castro! (II)

Paul no era ningún "gringo". Era un suizo de 44 años, divorciado de una colombiana y padre de dos hijos. Pero su descripción más cercana no es esa. Paul era un hombre muy triste y tímido que estaba en Cuba buscando algo que lo espantara de la monotonía de su vida. Yo tenía 23 años menos que él, a pesar de esto o quizás por ese motivo, nos volvimos inseparables. Nos convertimos en unos locos extranjeros, curiosos de indagar en los límites de esa Cuba comunista tan atractiva para los dos. A su lado, nos topamos con una reunión de hombres gays, que fue dispersa por la policía nacional a insultos, empujones y golpes.  Los pocos que tuvieron la valentía de quedarse, fueron capturados con una sentencia por sodomía que los condenaba hasta con dos años de cárcel. En las noches, las esquinas de La Habana Vieja se llenaban de niñas buscando extranjeros para venderse por menos de 10 dólares. Su maquillaje apurado y la voz precoz no hacían juego con la seguridad que tení

Del patán y cómo le di un golpe a Ruddy Rodríguez.

Hace 13 años cuando me preguntaron por primera vez por qué quería estudiar comunicación social, en esas presentaciones típicas del primer semestre, contesté con ideal romántico. -Siempre me gustó leer y escribir. Era algo válido entre tantos compañeros que lo eligieron por simple descarte, porque querían ser modelos o actrices, o unos mantenidos con título. Hace unas horas me hicieron la misma pregunta y no dudé en responder. -Por masoquista. Mi mamá me había advertido con una claridad que da la experiencia, que esta profesión me iba a matar de hambre. Todavía no lo ha hecho, pero nadie me dijo lo difícil que iba a ser tratar con las personas, salir a la calle, buscar la información y balancear la objetividad con la subjetividad. Con casi dos años de diarismo, entrené mi olfato para detectar en los primeros segundos de conversación quien está fingiendo un sentimiento, pero sobre todo, detectar a los patanes. A esos que son amigos del dueño del medio o que están pagando un poco

Monólogo de amor.

-¿Sabes lo que es el amor Mawa? Solo tienes 15 años y quizás no lo entiendas, eres muy joven y temo cómo vas a reaccionar cuando lo sientas, porque todo lo tomas con pasión, para ti solo hay blancos y negros y el amor es difícil vivirlo así. Pero el amor es un sentimiento de ahogo, de querer estar con esa persona siempre, de sentirte incompleta si no la tienes ¿sabes lo que eso significa? Cuando todo acaba, es como si te faltara un brazo o una pierna, estás irremediablemente incompleta, vacía...condenada a estar sin una parte de tu cuerpo. Y vas por el mundo caminando, respirando sin una parte importante de ti, porque otra persona lo tiene...pero ya no estará, no habrá más. Pero todo pasa, más por costumbre que por otra cosa. Te acostumbras a ese vacío ¿serás completa otra vez? Lo serás. De alguna forma, serás. ¿Lo entiendes? Algún día te sentirás así, como me siento ahora yo...condenadamente incompleta.

Las citas.

Sofía y yo terminamos nuestra relación de siete años odiándonos. Hacíamos todo lo posible por sabotear una vida que ya no era común, -debo confesar- más yo que ella. Nos metíamos en una discusión interminable sobre quien se quedaba con qué libro, que llegaba a rayar el absurdo. -Este libro de Ernest Hemingway es mío. -Mawa, ¡Me lo regalaste! -¡Me importa un coño! Es mío. No ayudaba que compartíamos el mismo trabajo, en una oficina de publicidad en Maracay. Hablábamos lo básico ante los jefes, pero la situación cambiaba cuando estábamos solas. Estallábamos en reclamos pasados que agudizaba una situación incómoda para las dos y nuestros compañeros. Me mudé sola por primera vez en ocho años y deseaba comerme al mundo. Para mí, era una consecuencia lógica de no tener experiencia con ninguna otra mujer. Sofía había sido mi primera vez en todo. Llamé a un amigo. -Quiero que me presentes a todas las amigas buenas que tengas. -No tengo muchas. -Bueno...me da lo mis

¡Hola Fidel Castro!

Carolina y yo llegamos a La Habana un 10 de diciembre de 1999. Era la primera vez que salía de Venezuela, pero Carolina ya había visitado Cuba en dos oportunidades. Carolina era una compañera de universidad, quien me había vendido la idea del viaje como un maná de experiencias incalculables. -Mawa, en cada esquina se puede tomar una buena puta foto. Como se imaginan, ella era fotógrafa, pero yo de cámaras no entendía nada, igual capté su punto. Las dos íbamos por motivos diferentes: yo quería disfrutar del Festival de Cine en La Habana, y Carolina iba en la búsqueda de un amor imposible. Se había enamorado de un trovador de esquina, un tipo que la había conquistado con sus canciones plagadas de libertad, en un país arrinconado por la censura. Javier "El trovador", nos esperaba recostado en el carro de un amigo -un ford de 1956- todo un lujo en la isla, donde obtener gasolina requería habilidades sutiles de contrabando. Una muestra de amor, o eso interpretó Carolina.

Cazadora de muertos

Vomité del asco detrás del carro de otro periódico rival. Eran las siete de la noche y estaba metida en el cementerio de San Félix. Ni siquiera sabía que hacía allí, observando como sacaban un hombre hinchado y pudriéndose. Los policías quienes vigilaban todo el proceso de cortar la ropa del muerto, no tenían la información completa y no nos dejaron tomar fotos. Me fui al periódico asqueada y derrotada. Mi guardia se había extendido pero era muy probable que no me la pagaran, tampoco me daban los días de descanso que contemplaba la ley. Trabajábamos en ese periódico en el límite de la ilegalidad. Debe ser por eso que en los ocho meses que hice diarismo allí, vi irse a 21 personas. Otra compañera y yo los anotábamos en una libreta. Como éramos tan pocos mis jefes me dieron la responsabilidad de hacer las dos fuentes más difíciles: laboral los días de semana y sábados y domingos sucesos. Hacer sucesos es la escala más alta y más baja del periodismo. Es lo que más se lee, por eso

El mejor consejo

Pedí otra cerveza para acompañarla con el cigarro, evitando la mirada de Sofía. Sus ojos me escrutaban con preocupación y yo no podía verla a la cara. -Mawa tienes una capacidad de autodestruirte increíble. Sofía era una experta en eso de conocerme. Habíamos pasado juntas tantas cosas en casi siete años de relación y ahora éramos mejores amigas, incondicionales confidentes y mi paño de lágrimas. -Mírame. Siempre ha tenido el olfato preciso para medir mis reacciones antes que pasaran. Rosana su pareja de dos años se mantenía callada escuchando el regaño. -¿Sabes lo valiosa que eres y estás saliendo con alguien como Virginia? ¿Sabes que eres valiosa no? -Lo sé Contesté en un suspiro. -¿Entonces por qué sigues? Me había hecho esa pregunta tantas veces que no tenía una respuesta lógica. Evitaba confiarle a Sofía mis penas porque sabía que me iba a tropezar con esa mirada que me torturaba. Por eso no tocaba el tema de Virginia, pero a la quinta cerveza empecé a llorar sin expli

Nueve meses de embarazo.

-Creo que estoy embarazada. -¿Me estás jodiendo?. Pausa -¿No? No. Virginia no tenía cara de estar jugando. Estábamos sentadas en un café frente al Teatro de la Ópera en Maracay. Una onda de hielo me recorrió todo el cuerpo, ¿o era el viento de las nueve de la noche? Ella me miraba sin pestañear. -¿Qué vamos a hacer? Mi mente recorrió en pocos segundos kilómetros de insultos, respuestas irónicas, huidas imaginarias, decepción, despechos, para solo contestar. -No sé. -Te lo tenía que decir. -Aprecio el gesto. Primera ironía. No habíamos cumplido ni dos meses de estar saliendo y ya habíamos traspasado la barrera invisible de las peleas y despedidas que terminaban en reconciliación. Sabía que tenía novio, pero el golpe no lo vi venir. -¿Qué vamos a hacer? -No sé, ¿empezamos a comprar los pañales? Segunda ironía. -No sé Mawa, es que me siento que no sé si confiar en ti....puedes estar saliendo con otras personas. -¡Qué arrecha eres Virginia! Primer insulto. -¿La culpa

El regreso

Me miré por segunda vez en el espejo del baño. No podía creer que era esa mujer con los ojos rojos, el cabello despeinado y sucio, los labios hinchados de tanto morderlos por la desesperación. Levanté la tapa de la poceta y vomité mis ganas de vivir por segunda vez. Eran las once de la mañana y estaba borracha. Me encogí en una esquina de la ducha, con un dolor que me subía desde la boca del estómago, recorría mis venas hasta estallar en mi cabeza. Intenté respirar, pero el ambiente apestaba a cigarro. Literalmente quería destruirme, caer hondo en el pozo de críticas, reclamos y culpas. Mancillar mis venas con golpes a puño cerrado que paralizaran mi respiración. No pensar Pensar no ¡No! Di una bocana de aire que se transformó en un llanto desesperado. Me levanté como pude con la intención de comprar más cerveza, tenía hasta las cuatro de la tarde para beber. A esa hora ella llegaba y no quería que me encontrara así. Derrotada. Herida. Tenía mi técnica para que Alejandra