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Mujer ingrata (y IV)

Lo que hace es triturar la cebolla, porque no hay otra palabra, triturar.
Con ese cuchillo afilado da golpes de odio a la tabla de cocina, mientras prepara el almuerzo para mañana.
Y aquí estoy yo, escuchando como una buena amiga los problemas con su ex, los eternos ex.
No, no, mejor dicho, los fastidiosos, repetitivos cuentos de los ex.
Ya me ha comparado con él, porque es un él, y como las comparaciones son odiosas, en este caso salgo perdiendo.
Porque ella odia a su ex con tanta fuerza como machaca ahora un diente de ajo y yo me parezco a su ex en lo peor.
Fumo, bebo, le dije que no me molestaba el kareoke y me encantan las fiestas.
Todas las razones por la que su relación pasada no prosperó.
Sí, las comparaciones son odiosas y esta en particular, me produce de todo.
Bebo cerveza y escucho con calma, mientras ella saca su bebida y la toma de un trago con arrechera.
Estoy en la línea de fuego, callada porque siento que si digo algo, el problema me va a salpicar directamente a mí.
Bebe desesperada otro vodka.
En una metamorfosis típica de las mujeres pasa del llanto a la alegría.
Asumo que es por el alcohol y caigo en cuenta que tengo dos horas en su apartamento y no me ha dado un beso.
Nuestra relación puramente sexual es cada día más casta.
Prendo otro cigarro.
-Tú sabes que yo soy honesta ¿verdad?
Lo dice arrastrando las palabras, medio en risa, medio amenazador, porque me imagino por donde viene la cosa.
-Sí, lo sé.
-Entonces, ¿por qué no me ayudas un poco cuando te quedas aquí?
Quiero contestar pero no me dejan.
-Estás acostumbrada a que te lo hagan todo.
-No es tanto así.
-¡Claro! Si tu mamá te lava hasta las pantaletas.
Trago grueso, reprimo el estallido.
-Yo sí me he tenido que joder, no soy una hijita de papi y mami como tú.
¡Que problema con la gente que confunde la honestidad con la crueldad!
-No soy una hijita de papi y mami.
No me están escuchando lógicamente, lo que sigue es una larga lista de quejas incapaz de recordar.
Lo único que logro decir en mi escasa defensa es...
-Cada día me reclamas más y me tocas menos.
Estoy en la discusión más pacífica de todas en mi vida, nada de gritos y me atrevo a lanzar una apreciación.
-La verdad es que tú lo que eres es una heteroflexible.
A mi me parece un insulto, pero ella lo toma con gracia, me pide el concepto, se lo doy.
-Sí, es verdad soy heteroflexible. He pagado muchos sicólogos para saber lo que soy y tu me lo dices ahora, soy heteroflexible.
Por dentro me río, me encanta este papel de definir a mujeres sobre sus tendencias sexuales, ayudé a la amiga a no gastar más dinero en profesionales, es hasta gratificante.
Podría dedicarme a esto, repartir volantes con las palabras: "¿Es mujer y no sabe lo que quiere en la cama? No se preocupe, usted me llama, se acuesta conmigo y se lo diré a la primera"
Sería rica en esta ciudad, pero disculpen, cuando estoy frustrada me pongo irónica o soy irónica para frustrarme más.
Regreso al tema.
-Me dolió lo que me dijiste.
-Lo sé, lo siento.
-Después de esto todo cambiará.
-Lo sé.
Y lo dice así, como si lo sintiera realmente, como ligera, como si nada.
Me tomo un trago de cerveza y ahora pienso que todo terminó.
Al menos ayudé un poco a definir a mi amiga.
Debe ser bueno.
Creo.

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