Tus lejanas palabras.
Suspiro.
Suspiras.
En
ese silencioso espacio me convencí de cuánto te amaba, y tenía que, de una vez
por todas, aceptar la derrota.
Debía
desempacar la maleta que desde hace mucho tiempo estaba preparada, en espera a
tu mínima señal para huir de todos y de todo.
Ahora
estoy aquí, corriendo sola sin rumbo.
Lejos
de ti, por favor, lejos de ti.
Dejaste
estas cicatrices expuestas a la luz y el polvo, y no conforme con esto,
exprimías sobre ellas la amarga bilis de tu ausencia.
Era
el momento de rendirse, por favor, lejos de ti.
Lo
dije y empezaste a llorar, abriendo la grieta de mi duda.
-No
quiero que te rindas.
-¡Te
odio Alejandra!
Gasté
setecientos treinta días, ocho mil setecientas horas, quinientos veinticinco mil
seiscientos minutos y treinta y un mil millones de segundos pensando en ti, y
ni el tiempo pudo medir la tortura de tu silencio.
Pero
mi cuerpo, sí.
Si
no tenía el vicio de tu olor pegado a mi cuerpo, era necesario buscar otras
vías de escape.
Me
aferré al alcohol, tuve un coqueteo con las drogas, mientras la resaca de
nuestra ruptura me empujaba a más.
Creía
que iba a morir, y como no llegaba, la busqué.
En
esa época no supe diferenciar entre objetos y personas, no importaba, ninguno
de ellos eras tú.
Por
eso seguía insistiendo.
Te
buscaba.
Te
acosaba con propuestas quijotescas.
Me pregunta si, esta sensación de vacío en el estómago cada vez que te pensaba, era porque tú también pensabas en mí.
Me pregunta si, esta sensación de vacío en el estómago cada vez que te pensaba, era porque tú también pensabas en mí.
Tan
abstraída en tu nuevo mundo, cerraste poco a poco la puerta.
En
esta brecha que construiste, yo solo veía molinos de viento.
Como
ocurre con los buenos sueños, desperté sobresaltada.
Y
con mucho dolor, el dolor se fue de mí.
Luego,
apareciste.
-No
quiero que te rindas.
-¡Eres
una maldita egoísta!
Grité,
tú llorabas.
-¿Tienes
alguna idea por todo lo que he pasado?
No,
no la tenía.
-¿Tienes
idea del daño que le hice a otras personas? Solo esperaba esa frase, pero llega
tarde Alejandra, tiene dos años de atraso.
Ella
seguía buscando un juego de palabras para esconder la verdad: a su nueva relación
no la llamaba amor, sino costumbre, a su vida, rutina.
-¿Y
al futuro?
-No
sé.
No
era suficiente.
Huí,
lejos, muy lejos de ti.
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