Los hombres son fascinantes. Muy en el fondo siempre me pregunto, ¿por qué no me gustan? Si se ven tan bellos tratando de encajar en una sociedad que les exige fuerza, temple, mente fría, pensar rápido, ser caballeros, pagar las cuentas. Hablo de hombres que valen la pena, como muchos de mis amigos, no de esos que pegan tres gritos a la mujer y se sienten los reyes de la selva. No esos que viven en el año 1920, hablo de mis amigos quienes en el siglo XXI, una mujer se les lanza encima y llegan con el cuento todos contentos y por un momento tienen un instante de duda. -¿Pero será que le gusto? -Bailó toda la noche contigo, se sentó en tus piernas, te mordisqueo la oreja, te dio el número de teléfono, ¿necesitas alguna señal más? -Es que ustedes las mujeres son tan complicadas. Y más bellos me parecen porque no logran salir del laberinto sentimental en el que a veces nos metemos las mujeres. No soportan a las intensas, no pueden con las autosuficientes. Muchos fueron criados por