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La intervención




Antes de la intervención 

Los animales responden a estímulos.
Hace muchos años tuve una perrita llamada Chiquita, que movía la cola cada vez que me veía entrar a la casa después del trabajo.
Chiquita sabía, olfateaba desde lejos, la recompensa que le tenía reservaba pero con la condición de que me diera la pata.
Así que Chiquita, mi perrita, me esperaba lista con la pata arriba.
Pata arriba, comida.
Pata abajo, nada.
Un estímulo simple, básico, sin complicaciones.
Los seres humanos somos una masa de carne más compleja que un perro, o en teoría debería ser así. Pero ahora, mirando de frente a mi amiga Sandra, empiezo a cuestionar totalmente esta premisa.
Ella no me mira porque tiene la vista clavada en la pantalla de su celular mientras sus dedos escriben frenéticamente.
Yo estoy callada esperando que termine de decir algo, pero su teléfono no deja de escupir sonidos, y cada medio minuto se interrumpe para responder como una poseída.
Cuando no suena el celular, igual lo revisa cada diez segundos para ver si se está perdiendo de algo, si la batería murió, si no escuchó el mensaje de WhatsApp.
-¿Qué te estaba diciendo?
Iba a recordarle su frase, pero llega un zumbido y ella regresa al teléfono.
Sandra tiene un pequeño problema.
Sandra no puede vivir sin un hombre, pero no cualquier hombre, mi amiga no puedo mantener una relación sana y estable por mucho tiempo.
A ella le gustan los hombres casados o comprometidos, o si están solteros, siempre busca al mentiroso, al que le señala sus defectos, ese que solo quiere jugar con ella, bajarle el autoestima y luego contarle a sus amigos.
-¿Qué te estaba diciendo?
-Qué te habían detectado un tumor maligno o algo así en el seno.
-Ah sí Mawa! Chama, estoy muy deprimida porque...
Y otra vez el celular.
Se me había olvidado apuntar.
Sandra sufre el síndrome de Münchhausen.
Cuando estoy por hablar de eso con ella, recibo un mensaje en mi celular de David avisando que está abajo.
-Sandra, ¿dónde están las llaves?
-...
-¿Sandra?
-¿Qué?
-La llaves.
-¿Te vas?
-No, es para abrirle a David.
-Ay no! ¿Otra cita con David?
-No, solo viene a acompañarme.
-Están encima de la nevera.
David no viene a una cita con mi amiga.
Después del fracaso del primer intento, cuando mi amiga salió corriendo detrás de un taxista, juré que nunca más iba a buscarle una pareja.
Pero David podía ayudarme con algo más grande: una intervención.
La intervención, según lo que he visto en los programas gringos, es una reunión sorpresa que se da a un adicto a algún tipo de droga, donde están sus familiares y amigos más cercanos.
David no es su amigo, pero fue el único hombre al que se me ocurrió llamar, porque sé que Sandra tomará más en serio un consejo masculino que el de una mujer.
Sí, así de grave estamos.
-¡No sé que le voy a decir Mawa! ¡Apenas la conozco!
David no está nada feliz con la idea de intervenir a una desconocida un viernes por la noche, pero es mi amigo y para eso están, para aguantar días de mierda como este.
Al abrir la puerta del apartamento, solo vemos la cara de Sandra iluminada por la pantalla de su Samsung.
-Sandra, aquí está David.
Ella saluda con la mano sin subir la cabeza.
-¿Tienes mariguana?
-Sí, ¿por?
-Le vamos a ofrecer a Sandra.
-No, no, no. No es mucho.
-¡Estamos en una intervención David!
-¿Vas a ofrecerle drogas a una adicta?
-Ella es adicta a malos polvos, no la hierba.
Nos sentamos sin hacer ruido frente a ella, pero Sandra ni se molestó en mirarnos.
-Sandra...
-....
-¿SANDRA?
-¿Ah?
-¿Quieres hierba?
-¡Claro! ¿Tienen?
-Por supuesto, pero, si la quieres dame el celular.
-Pero Mawa...pero...estoy hablando de algo importante.
-Me imagino, tienes más de media hora metida ahí. Pero si no me das el celular no hay hierba. ¡Dámelo!
Ella duda, duda por unos segundos, su mente pensando con mucha seriedad sobre la importancia de su conversación y la sensación de la droga en su organismo.
¿Cuál droga escoger?
A veces la vida se nos va en esas decisiones.
Ella me entrega el teléfono con fastidio.
Yo empiezo a apagarlo.
-¿Qué haces?
-Y si lo quieres, lo vas a tener que buscar aquí, en mi pantaleta.
-¿QUÉ? ¡Te pasaste!
-Ahora quiero hablar contigo.

La intervención 

Debo admitir que mi moral para hablar sobre relaciones amorosos es muy endeble, es una realidad que juega en mi contra pero también a mi favor.
Tener tantas decepciones una detrás de otra me da la experiencia para poder apuntar lo que está bien o mal.
Y no importa que mi historial sea con mujeres y las de Sandra con hombres, heterosexuales y gays coincidimos en lo mismo: la mierda huele igualmente mal para todos.
-¿Una intervención? ¡De qué hablas?
-¿Con quién hablabas? ¿Con el taxista?
-¡Sí! ¿Cómo lo sabes?
-Adiviné, ¿qué pasó ahora?
-No me quiere devolver mi cédula. Ese día que me buscó, dejé mi cédula en su carro y no me quiere ver más.
-Debe ser porque ya te cogió y se fue.
-Mawa, eres dura. Y me lo dices en este momento que pudiera tener cáncer.
-Sandra, ¡No tienes cáncer! Te creas enfermedades para recibir atención.
-¡No es verdad!
-Sandra debes dejar esas relaciones tóxicas en el pasado. ¡Tienes que valorarte! ¡Quererte! Eres una mujer maravillosa. Eres una excelente periodista, eres bellísima, tienes una sonrisa encantadora ¿No es así David?
-Por supuesto! No puedes estar corriendo detrás de un hombre, los hombres están para estar corriendo detrás de ti.
-¿Tú crees David? ¡Tienes razón!
Hablamos de las relaciones, de la vida, del futuro, de nuestro pasado, y aunque Sandra escuchaba más a mi amigo que a mí, no me molestaba, lo importante es que ella pudiera cambiar.
Y parecía cambiar.
Dos horas después, salí del baño con su teléfono en la mano, prendido.
-Aquí tienes tu celular, y te llegaron unos WhatsApp del taxista. Los voy a borrar y bloquear su número.
-¡NO!
-¿Cómo que no?
-Él tiene mi cédula.
-David y yo te vamos a acompañar el lunes a sacarte otra.
-Mawa...no puedo.
-¿No puedes qué?
-Dejarlo.
-¿Sabes qué Sandra? Yo tenía una perrita poodle que se llamaba Chiquita, ella cada vez que llegaba del trabajo alzaba la pata porque sabía que le iba a dar comida.
-¿Qué quieres decir con eso?
-Los animales responden a estímulos. Son básicos, hacen algo para recibir una recompensa.
-¿Me estás llamando perra?
-Por supuesto que no Sandra, lo que trato de decir...
-Si yo soy una perra, tú eres una lesbiana perdedora que no tiene NI idea de lo que son las relaciones con los hombres, ¡PORQUE NO TE GUSTAN! ¡ASÍ QUE CUANDO TE COMAS UN GUEVO DE ESTE TAMAÑO, BIEN GRANDE, ME AVISAS!
-Te fuiste muy lejos Sandra.
-Por llamarme perra.
-No te llamé perra, pero si sacas el tema... al menos Chiquita levantaba la pata y recibía algo, tú, abres las piernas y ¿qué recibes?

Nunca más vi a Sandra.
Nunca más hice una intervención.

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