Pienso que mi lenguaje corporal dice más que mis palabras.
Pienso, y me equivoco de plano.
Él, casi me abraza y me susurra al oído que necesita en este momento, dos cafés y un beso.
-Puedo conseguir los cafés, pero el beso está más difícil.
Sonríe con ese toque de casanova atrapado en su juego de seductor, y por un momento me siento incómoda y me divierte la situación.
A este hombre no solo lo admiro, está en mi lista de personas a quienes me gustaría llamar amigo, pero él tiene otros planes.
O al menos, me explica, quiere lo mismo pero antes debo pasar, como en el Monopolio, por GO y cobrar peaje.
No es tan explícito, ¡no vayan a creer!
Lo suyo es un monólogo sutil tan bien creado, que al final quedas atrapada como una mosca en una tela de araña.
Fumo mientras escucho los beneficios de acostarme con él: se da su tiempo, conoce el cuerpo de la mujer hasta la última glándula y no está de acuerdo en eso de penetrar por penetrar.
Es un sexo tántrico aderezado de fantasías sexuales.
Y después que pasa toda esta magia en la cama, él y otras, han quedado como los mejores amigos de todos los tiempos.
Una madurez propia de personas claras a lo que van, porque no deja de resaltar que está felizmente casado y así será hasta que la muerte los separe.
Escucho con total atención sus palabras, absorbiendo cada gesto de este futuro amigo que dice no ser igual a todos los hombres.
Es verdad, tiene más labia, se vende mejor.
Siento que está tratando de venderme un picatodo de última generación imposible de rechazar, lo que él no sabe, es que no me gusta cocinar.
Me encantan sus confesiones porque exploro la naturaleza masculina y pienso, que quizás mi sonrisa es un mal indicio de que puede pasar hasta mi casa y mostrarme el producto.
Lo intuyo mejor cuando a las 3:00 de la mañana me manda un mensaje bien directo.
-Cuando hablábamos estuve a punto de robarte un beso.
Mi respuesta fue.
-Jajajaja...¡Buenas noches!
Sí, lo sé.
Debí ser más directa y poner una línea tan marcada que no pudiera cruzarla de nuevo, pero la verdad es que creí que no seguir la conversación era suficiente como para que entendiera, que no estaba interesada en la oferta.
A mí me hacen eso y de una vez tiro la toalla.
Le admiro su seguridad, pero creo que no está consciente que puede caer peligrosamente en el acoso.
Al día siguiente lo tenía encima de mí, una vez más.
-Quiero un café y un beso tuyo.
-Insisto, el café te lo brindo, el beso es imposible.
-Sí, ya me doy cuenta.
Lo dice con un tono de decepción.
¡Ya está! Pienso, no tengo que sentarme a dar explicaciones.
Dos días después me llama para pedir un momento a solas, un tiempo para los dos.
Intuyo que entra en esa fase de los hombres, en que encuentran a una mujer difícil y lo asumen como un reto personal, una meta que tienen que cruzar, cueste lo que cueste.
No crean, a pesar de este blog, a mí no me gusta estar por la vida gritando que no me gustan los hombres.
Prefiero que alguien le diga a otro y ese otro a otro.
Siempre me llegan amigos apenados con lo mismo.
-Mawa, lo siento. Yo le dije que tú eras.
No saben el alivio que me produce porque no tengo que dar explicaciones, porque la confesión siempre genera más preguntas, tipo:
-¿Y desde cuándo lo sabes?
-¿Y qué dice tu familia?
-¿Pero nunca has estado con un hombre?
-¿Tú eres la mujer de la relación?
-Si lo pruebas conmigo, cambias.
Para evitarme la repetición, prefiero mil veces que ya lo sepan y les de pena preguntar.
La pena es mi mejor aliada.
Por eso, cuando me encuentro con estos casos, como con mi futuro amigo, invento las mil y un forma de evitar un tema, sin caer en la verdad.
Siento que mi lenguaje corporal habla más que yo.
Pero no es así.
Él, es un ejemplo claro de esto.
Pienso, y me equivoco de plano.
Él, casi me abraza y me susurra al oído que necesita en este momento, dos cafés y un beso.
-Puedo conseguir los cafés, pero el beso está más difícil.
Sonríe con ese toque de casanova atrapado en su juego de seductor, y por un momento me siento incómoda y me divierte la situación.
A este hombre no solo lo admiro, está en mi lista de personas a quienes me gustaría llamar amigo, pero él tiene otros planes.
O al menos, me explica, quiere lo mismo pero antes debo pasar, como en el Monopolio, por GO y cobrar peaje.
No es tan explícito, ¡no vayan a creer!
Lo suyo es un monólogo sutil tan bien creado, que al final quedas atrapada como una mosca en una tela de araña.
Fumo mientras escucho los beneficios de acostarme con él: se da su tiempo, conoce el cuerpo de la mujer hasta la última glándula y no está de acuerdo en eso de penetrar por penetrar.
Es un sexo tántrico aderezado de fantasías sexuales.
Y después que pasa toda esta magia en la cama, él y otras, han quedado como los mejores amigos de todos los tiempos.
Una madurez propia de personas claras a lo que van, porque no deja de resaltar que está felizmente casado y así será hasta que la muerte los separe.
Escucho con total atención sus palabras, absorbiendo cada gesto de este futuro amigo que dice no ser igual a todos los hombres.
Es verdad, tiene más labia, se vende mejor.
Siento que está tratando de venderme un picatodo de última generación imposible de rechazar, lo que él no sabe, es que no me gusta cocinar.
Me encantan sus confesiones porque exploro la naturaleza masculina y pienso, que quizás mi sonrisa es un mal indicio de que puede pasar hasta mi casa y mostrarme el producto.
Lo intuyo mejor cuando a las 3:00 de la mañana me manda un mensaje bien directo.
-Cuando hablábamos estuve a punto de robarte un beso.
Mi respuesta fue.
-Jajajaja...¡Buenas noches!
Sí, lo sé.
Debí ser más directa y poner una línea tan marcada que no pudiera cruzarla de nuevo, pero la verdad es que creí que no seguir la conversación era suficiente como para que entendiera, que no estaba interesada en la oferta.
A mí me hacen eso y de una vez tiro la toalla.
Le admiro su seguridad, pero creo que no está consciente que puede caer peligrosamente en el acoso.
Al día siguiente lo tenía encima de mí, una vez más.
-Quiero un café y un beso tuyo.
-Insisto, el café te lo brindo, el beso es imposible.
-Sí, ya me doy cuenta.
Lo dice con un tono de decepción.
¡Ya está! Pienso, no tengo que sentarme a dar explicaciones.
Dos días después me llama para pedir un momento a solas, un tiempo para los dos.
Intuyo que entra en esa fase de los hombres, en que encuentran a una mujer difícil y lo asumen como un reto personal, una meta que tienen que cruzar, cueste lo que cueste.
No crean, a pesar de este blog, a mí no me gusta estar por la vida gritando que no me gustan los hombres.
Prefiero que alguien le diga a otro y ese otro a otro.
Siempre me llegan amigos apenados con lo mismo.
-Mawa, lo siento. Yo le dije que tú eras.
No saben el alivio que me produce porque no tengo que dar explicaciones, porque la confesión siempre genera más preguntas, tipo:
-¿Y desde cuándo lo sabes?
-¿Y qué dice tu familia?
-¿Pero nunca has estado con un hombre?
-¿Tú eres la mujer de la relación?
-Si lo pruebas conmigo, cambias.
Para evitarme la repetición, prefiero mil veces que ya lo sepan y les de pena preguntar.
La pena es mi mejor aliada.
Por eso, cuando me encuentro con estos casos, como con mi futuro amigo, invento las mil y un forma de evitar un tema, sin caer en la verdad.
Siento que mi lenguaje corporal habla más que yo.
Pero no es así.
Él, es un ejemplo claro de esto.
Comentarios
Publicar un comentario