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Combinación química para el desastre

La regla indica que jamás debes meter tus narices en una relación o discusión de pareja, excepto claro, si observas algún gesto que podría llevar a la muerte.
Si este no es el caso, jamás debes opinar de más o de menos.
Tengo una amiga con todas las virtudes conocidas.
Es una guerrera sin una pizca de miedo, tiene una simpatía desbordante, está llena de vida y presume una belleza fuera de lo común que no deja indiferente a los hombres, pero quién le haya ofrecido como regalo estos atributos, se le olvidó incluir el sentido común.
Tiene un olfato para las relaciones tóxicas que asustaría a Pamela Anderson y Britney Spears.
Puede engancharse a cualquier minúsculo detalle sentimental, y con eso viajar a la luna.
Cuando llega tan lejos, se da cuenta que está sola en su amor, pero aún así no se detiene.
Me duele verla sufrir, y aunque gasté saliva, horas y consejos en ella, el cambio es una utopía.
Yo apuntaba hacia el problema y ella solo miraba el dedo que señalaba.
Decidí aceptar a regañadientes cuando me invitó a una reunión, con su viejo y desagradable novio, junto con la corte de sus amigotes.
La idea me alegraba tanto, como si fuera a un mitin político.
Sabía que la iba a pasar mal, pero me dije que debía acompañarla en su cumpleaños.
No es fácil decir que no en esa situación.
Pasaron por mi casa y ella ya estaba abraza a él como un salvavidas, como si fuera su única salvación.
Como una observadora imparcial, noté algo que es una combinación química para el desastre: ella lo necesitaba para respirar, él sería capaz de asfixiarla en cualquier momento.
Mis relaciones nunca han sido un jardín de rosas, pero jamás me han levantado la mano o yo lo he intentado.
Llegar hasta la orilla de la violencia, mezcla de pasión descontrolada, adrenalina de perdones, sugiere tan poco amor por ti, que sería imposible mirarme de frente en un espejo.
Mi amiga pasa por todo esto, y al parecer, no le importa.
A mi me importa mucho, por eso cuando llegamos junto a sus amigos, mi cara debió reflejar mi estado de ánimo.
Si me hablaban, mordía.
El ambiente estaba enrarecido por chistes de doble sentido, puntas indescifrables y conversaciones pasadas selladas por un pacto, no de caballeros, por uno de ratas.
Muy pronto descubrí que el novio de mi amiga, no tenía reparos en tratar de compartirla con sus panas de turno.
Era una revelación tan grande, como el tamaño de mi molestia.
Ella parecía tomar todo a la ligera.
Seguro pensaba que si su novio la ofrecía a los demás, como un trapo, una mercancía, era porque tenía algún valor.
Y si él pensaba que ella tenía algo de valor, era porque la apreciaba y si la apreciaba, la amaba y si esto era así, podrían estar juntos para siempre.
Traté de entrar en su mente para conocer los motivos de su pasividad y no pude.
No conozco esos laberintos que llevan al escaso amor propio.
Alguna vez pasé por ahí, pero olvidé el camino.
-¿Y tu amiga qué?
Le pregunta alguien.
-¡No te metas con ella! Además, no le gustan los hombres.
-¡Me excitan las lesbianas!
Ni me molesté en molestarme.
Ya la escena estaba tan llena de desagradable redundancia, que mi vista solo estaba fija en mi amiga y sus reacciones.
Por primera vez noté su incomodidad.
Yo podía tomar la decisión de no verlos más, pero ella estaba atrapada en medio de esta relación, y lo que gravitaba en ella.
Yo podía cerrar la puerta de mi vida a esta gente, ella les había otorgado la llave de su confianza.
Sentí miedo de dejarla sola, y triste por no poder hacer nada.
Quería ponerla en mis zapatos y que viera, la escena tan patética que todos estaban representando.
Ellos, en su papel de verdugos y ella, en su rol de aceptar sus reglas.
Fue un gesto del novio, lo que activó mis palabras.
Alzó su falda para que todos vieran sus piernas.
-¡Qué desagradable eres!
-¿Qué te pasa?
-¿Contigo? ¡Todo! Eres un cerdo.
-Nena, no peleen.
-Sí, si peleo. Este tipo es un idiota y no lo soporto.
-¿Qué te pasa a ti? ¿Estás celosa? ¡Lesbiana!
-¿Crees que me ofendes llamándome así? ¡Idiota, cochino!
Mi amiga nos separó a tiempo, y en una llamada, pedí el rescate a un conocido.
Mi decepción fue que ella se quedara, mi tristeza fue que ella siguiera con él.
Dejé de verla por un tiempo, pero los rumores de su extraña relación llegaron hasta mí.
No eran buenos y decidí que tampoco quería ser cómplice de esa farsa.
Ella apareció con una buena noticia, estaba embarazada.
-¿De quién?
-¿De quién crees?
Intenté alegrarme.
No pude.





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