-¡Vámonos!
-Mawa, ¡cálmate! Entremos un momento, hablemos.
-¡Llévame al hotel Mafer!
-Discúlpame. Cálmate un poco, entremos a la disco y terminamos bien la noche.
-Si no me quieres llevar, me voy caminando.
-¡Son las tres de la mañana! ¡Ni siquiera conoces la ciudad!
-No me importa.
Estaba determinada caminar a oscuras en un sitio desconocido, sin saber si el hotel quedaba a la derecha o la izquierda, si estaba a pocos metros o muchos kilómetros.
Pero necesitaba alejarme de una situación clara para mi y confusa para ella.
Una media hora antes de esa escena frente a una disco de ambiente, lejos de casa, Mafer me sostenía la cintura con la fuerza de la posesión.
Estaba incomoda.
Observaba a las parejas bailar con una despreocupación desenfrena, mientras ese brazo en mi cintura me daba una calidez de protección y deseo.
Estaba molesta.
Pero no con ella, mil y un veces conmigo, porque esa mujer que tenía al lado era la mujer perfecta.
Para mí, para cualquiera.
La conocí hace muchos años atrás cuando me contactó por una red social para que asistiera al cumpleaños de su novia.
Su novia no era mi amiga, coincidimos en un curso y a las dos nos unió el lazo fuerte de los gustos comunes.
Pero la relación duró el mínimo tiempo de esas amistades efímeras, sin tener la posibilidad de vernos, nunca más supimos una de la otra.
Por eso la invitación de Mafer me cayó de sorpresa, la explicación era más extraña todavía: su novia no dejaba de hablar de mi y por eso quería darle la sorpresa con mi presencia.
Una desconocida me invita al cumpleaños de su novia porque esta no deja de mencionarme, pero quién es ella ¿una loca? ¿una suicida? ¿la mejor novia del mundo? ¿o alguien muy inteligente?
Le dije que haría todo lo posible por ir, pero al final no me presenté en su casa.
Como no se cumplió la sorpresa, Mafer llamó el mismo día del cumpleaños de su novia para que la felicitara.
Con eso no me quedaba dudas de que era una buena novia.
La voz de esta amiga efímera se escuchó al otro lado.
-¡Mawa! ¡Qué sorpresa! Tiempo sin saber de ti.
-Bueno, aquí estoy para desearte feliz cumpleaños.
-¿Cómo supiste de mí?
-Tu novia me contacto por Facebook.
-Ella siempre con esos detalles. Y cuéntame ¿sigues con tu novia?
-Sí. Todavía.
-¡Qué lástima! Pensé que tendría una oportunidad contigo.
Juro ante los dioses del mundo que lo dijo con una seriedad que me dejó pasmada.
Lo otro que pensé es que su novia, esa desconocida, hizo tanto para comunicarme con ella, que la falta de respeto me provocó un sentimiento de pena.
Ni loca, ni inteligente. Mafer era una pendeja.
Los años pasaron y mi comunicación con Mafer se daba de vez en cuando.
Sin habernos visto en persona, ella me contaba lo que a simple vista era evidente, su relación no andaba bien.
Yo no quería meterme en problemas de pareja, pero dejaba palabras cifradas para que entendiera que nadie se merecía ser tratado de esa forma.
Un día se dejaron, ella se deprimió, salió de un hueco y me pidió vernos.
Se levantó a las cuatro de la mañana para viajar tres horas y dejarme el desayuno en mi trabajo.
Ese día quedé en acompañarla en el hotel.
-Pero no va a pasar nada Mafer.
-¡Claro que no! Tú sabes que me gustas, pero somos amigas.
Las palabras...¡Oh las palabras! ¡Cómo las lleva el viento!
-Mawa, ¡cálmate! Entremos un momento, hablemos.
-¡Llévame al hotel Mafer!
-Discúlpame. Cálmate un poco, entremos a la disco y terminamos bien la noche.
-Si no me quieres llevar, me voy caminando.
-¡Son las tres de la mañana! ¡Ni siquiera conoces la ciudad!
-No me importa.
Estaba determinada caminar a oscuras en un sitio desconocido, sin saber si el hotel quedaba a la derecha o la izquierda, si estaba a pocos metros o muchos kilómetros.
Pero necesitaba alejarme de una situación clara para mi y confusa para ella.
Una media hora antes de esa escena frente a una disco de ambiente, lejos de casa, Mafer me sostenía la cintura con la fuerza de la posesión.
Estaba incomoda.
Observaba a las parejas bailar con una despreocupación desenfrena, mientras ese brazo en mi cintura me daba una calidez de protección y deseo.
Estaba molesta.
Pero no con ella, mil y un veces conmigo, porque esa mujer que tenía al lado era la mujer perfecta.
Para mí, para cualquiera.
La conocí hace muchos años atrás cuando me contactó por una red social para que asistiera al cumpleaños de su novia.
Su novia no era mi amiga, coincidimos en un curso y a las dos nos unió el lazo fuerte de los gustos comunes.
Pero la relación duró el mínimo tiempo de esas amistades efímeras, sin tener la posibilidad de vernos, nunca más supimos una de la otra.
Por eso la invitación de Mafer me cayó de sorpresa, la explicación era más extraña todavía: su novia no dejaba de hablar de mi y por eso quería darle la sorpresa con mi presencia.
Una desconocida me invita al cumpleaños de su novia porque esta no deja de mencionarme, pero quién es ella ¿una loca? ¿una suicida? ¿la mejor novia del mundo? ¿o alguien muy inteligente?
Le dije que haría todo lo posible por ir, pero al final no me presenté en su casa.
Como no se cumplió la sorpresa, Mafer llamó el mismo día del cumpleaños de su novia para que la felicitara.
Con eso no me quedaba dudas de que era una buena novia.
La voz de esta amiga efímera se escuchó al otro lado.
-¡Mawa! ¡Qué sorpresa! Tiempo sin saber de ti.
-Bueno, aquí estoy para desearte feliz cumpleaños.
-¿Cómo supiste de mí?
-Tu novia me contacto por Facebook.
-Ella siempre con esos detalles. Y cuéntame ¿sigues con tu novia?
-Sí. Todavía.
-¡Qué lástima! Pensé que tendría una oportunidad contigo.
Juro ante los dioses del mundo que lo dijo con una seriedad que me dejó pasmada.
Lo otro que pensé es que su novia, esa desconocida, hizo tanto para comunicarme con ella, que la falta de respeto me provocó un sentimiento de pena.
Ni loca, ni inteligente. Mafer era una pendeja.
Los años pasaron y mi comunicación con Mafer se daba de vez en cuando.
Sin habernos visto en persona, ella me contaba lo que a simple vista era evidente, su relación no andaba bien.
Yo no quería meterme en problemas de pareja, pero dejaba palabras cifradas para que entendiera que nadie se merecía ser tratado de esa forma.
Un día se dejaron, ella se deprimió, salió de un hueco y me pidió vernos.
Se levantó a las cuatro de la mañana para viajar tres horas y dejarme el desayuno en mi trabajo.
Ese día quedé en acompañarla en el hotel.
-Pero no va a pasar nada Mafer.
-¡Claro que no! Tú sabes que me gustas, pero somos amigas.
Las palabras...¡Oh las palabras! ¡Cómo las lleva el viento!
Comentarios
Publicar un comentario