-Amiga, necesito hablar. No me gusta agobiar a las personas con mis problemas, escribo en un blog para desahogar las penas, para analizar mis fallas, pero necesito que alguien me escuche. Amiga, esto que ves aquí no es una persona, esto que tienes frente a ti es error, una humillación. Yo, que me considero una mujer arrecha, una mujer autosuficiente, le tengo terror al fracaso. Y por ese mismo temor a fallar, caigo una y otra vez de bruces contra una realidad que me supera. Yo, que como una paranoica no soporto que lleguen ni un minuto tarde, estoy atrasada, a deshora en mis relaciones. Soy incapaz de saber el tiempo exacto para rendirme, puedo seguir sin cansarme en un diálogo inútil de reclamos para llevar la razón, multiplicar las fallas de otros, restar las mías. Amiga y aún así, ante esta confesión, trago grueso para creerlo. ¿Yo? ¡Pero si hice todo bien! No creas, tengo notas mentales de mis errores y trato de corregirlos para la siguiente, porque ¡esta vez si va a funcionar! Sin pensar amiga, que el amor no es una fórmula matemática, no es lugar común donde el orden de los factores no altera el producto y aquella lista en mi cabeza con el cariño de primero, los detalles después, compresión quizás de tercero, se vuelve un ocho dentro de mí. Yo quiero eso para mí, pero ¿lo estoy dando? Y si lo doy ¿cuál es orden correcto amiga? Una vez me dijeron que estaba buscando la perfección, no amiga no es así. La verdad es que estoy buscando con mucho desespero, con hambre, con altas expectativas porque hubo más de una vez amiga, más de una vez, que me sentí amada, querida y esa sensación me quedó grabada de por vida. Tengo tanto tiempo sin sentir y decir un "Te amo", o escucharlo. Pero no son tiempos de llorar amiga. Ahora siéntate, necesito contarte lo último que pasó, no prometo ser fiel a todo esto que te he dicho, pero haré mi mejor intento.
Me lamía y chupaba el cuello con una furia carnosa tan intensa que me provocaba mareos, además de un puntazo de dolor. Él estaba sentado en la esquina de un sofá horrorosamente cutre tapizado con flores silvestres. Yo, sentada encima de él, buscaba rabiosamente que esas manos tocando mis senos por debajo de la blusa, sus dientes pegados a mi cuello como un pitbull en celo o su evidente erección por encima del pantalón, prendieran alguna mecha de deseo en mí, pero era imposible. En cambio, mientras él intentaba por todos los medios complacerme con caricias salvajes y torpes, yo me entretenía guardando todos los detalles del apartamento 4B. Una máquina de hacer ejercicios abandonada en un rincón, un equipo de sonido lleno de polvo, una mesita cerca de la puerta de salida abarrotada de fotos familiares, muñequitos de porcelanas, una biblia abierta, una pipa de marihuana, las llaves de la casa. A mi espalda la cocina iluminada. Frente a mí, una pared que en su mejor momento fue blanca,
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