A todas las personas les gusta confesarse.
Aún al más duro, a los que rehuyen a un par de preguntas, a esos que ven un periodista y ponen cara de estar frente a una plaga.
A esos más que a nadie les gusta hablar.
Toman una actitud de cerrado hermetismo y te retan con la mirada, te observan de arriba a abajo midiendo cada gesto.
Ellos construyen un camino minado y si das un paso en falso, saltan de la silla ofendidos.
Pero pasa, y pasa con todos, que nos gusta que nos escuchen, nos gusta sentirnos comprendidos, nos gusta que nos den la razón y ¿por qué no? Nos gusta sentir que somos importantes.
Todos tenemos un ego, solo que en diferentes dimensiones.
En ese momento el periodista hace su trabajo.
Lo importante no es el lápiz o papel o la grabadora, la herramienta indispensable es la paciencia.
Esperar, escuchar y esperar.
Esperar a preguntar lo que quieres saber, no lo que el entrevistado te quiere decir.
Es muy fácil contar las victorias, otro caso son las derrotas.
Y mientras espero el momento para atacar directo, regalo mi mejor sonrisa, asumo una posición de total concentración en sus palabras, como si nada existiera en el mundo más fascinante que su historia, así me esté enumerando lo que desayunó esa mañana.
Si quieres sacar una buena información, debes lograr que tu entrevistado sienta que eres como su amigo.
Pero no lo eres, ni lo serás.
No es fácil asumir esta posición, porque cuando al final logras obtener lo que quieres, debes pasar a otra cosa.
Mi jefe lo resumió en pocas palabras.
-¿Te sientes como un buitre no?
-Si.
El periodismo es así: ya obtuve lo que quería, muchas gracias fue un placer.
Pero pasa que hay historias que te afectan, momentos en que la careta de "gracias, fue un placer", se derrumba.
He llorado con trabajos, pero al día siguiente tengo en mi escritorio una nueva asignación.
Sí todo afecta es imposible seguir.
Pero cuando no están los duros de entrevistar, hay una selva de personalidades que debes atender.
Están los entrevistados complacientes que no tienes ni que presionar, los egocéntricos que hablan de ellos en tercera persona.
Los hay nerviosos que tiemblan solo al verte, los sentimentales quienes lloran a la primera pregunta personal.
Están los desconfiados que buscan un doble sentido a tus preguntas, los temerosos que miden cada palabra, los que simulan falsa simpatía para quedar bien.
Los desconfiados que piensan que no vas a escribir lo que ellos dices, los histéricos quienes gritan sus peticiones.
Te encuentras con los acartonados intelectuales que buscan confundirte, los pícaros que buscan conquistarte, los monosílabos, los que no pueden parar de hablar.
Existen los que tienen alma de periodistas y no quieren responder, ellos quieren preguntar.
Los inseguros que cambian sus palabras, los que quieren pagarte, los que te tratan como un esclavo.
Pero están los imposibles: las misses y los políticos.
Las primeras porque es casi imposible de quitarle esa plástica sonrisa, los segundos porque son unos animales entrenamos para mentir.
Es una proeza salir de sus respuestas aprendidas.
Un día entrevistaba a una Miss y buscaba salir del lugar común.
-Si pudieras apegarte a una causa por la que luchar, ¿Cuál escogerías? Te dejo en claro que la opción que tenga que ver con niños no es válida.
-El cáncer.
Pero no pudo, la vi titubear para decir, algo en su mente no funcionaba bien y agregó.
-Los niños con cáncer.
-Gracias por la entrevista, fue un placer. ¡La próxima!
Aún al más duro, a los que rehuyen a un par de preguntas, a esos que ven un periodista y ponen cara de estar frente a una plaga.
A esos más que a nadie les gusta hablar.
Toman una actitud de cerrado hermetismo y te retan con la mirada, te observan de arriba a abajo midiendo cada gesto.
Ellos construyen un camino minado y si das un paso en falso, saltan de la silla ofendidos.
Pero pasa, y pasa con todos, que nos gusta que nos escuchen, nos gusta sentirnos comprendidos, nos gusta que nos den la razón y ¿por qué no? Nos gusta sentir que somos importantes.
Todos tenemos un ego, solo que en diferentes dimensiones.
En ese momento el periodista hace su trabajo.
Lo importante no es el lápiz o papel o la grabadora, la herramienta indispensable es la paciencia.
Esperar, escuchar y esperar.
Esperar a preguntar lo que quieres saber, no lo que el entrevistado te quiere decir.
Es muy fácil contar las victorias, otro caso son las derrotas.
Y mientras espero el momento para atacar directo, regalo mi mejor sonrisa, asumo una posición de total concentración en sus palabras, como si nada existiera en el mundo más fascinante que su historia, así me esté enumerando lo que desayunó esa mañana.
Si quieres sacar una buena información, debes lograr que tu entrevistado sienta que eres como su amigo.
Pero no lo eres, ni lo serás.
No es fácil asumir esta posición, porque cuando al final logras obtener lo que quieres, debes pasar a otra cosa.
Mi jefe lo resumió en pocas palabras.
-¿Te sientes como un buitre no?
-Si.
El periodismo es así: ya obtuve lo que quería, muchas gracias fue un placer.
Pero pasa que hay historias que te afectan, momentos en que la careta de "gracias, fue un placer", se derrumba.
He llorado con trabajos, pero al día siguiente tengo en mi escritorio una nueva asignación.
Sí todo afecta es imposible seguir.
Pero cuando no están los duros de entrevistar, hay una selva de personalidades que debes atender.
Están los entrevistados complacientes que no tienes ni que presionar, los egocéntricos que hablan de ellos en tercera persona.
Los hay nerviosos que tiemblan solo al verte, los sentimentales quienes lloran a la primera pregunta personal.
Están los desconfiados que buscan un doble sentido a tus preguntas, los temerosos que miden cada palabra, los que simulan falsa simpatía para quedar bien.
Los desconfiados que piensan que no vas a escribir lo que ellos dices, los histéricos quienes gritan sus peticiones.
Te encuentras con los acartonados intelectuales que buscan confundirte, los pícaros que buscan conquistarte, los monosílabos, los que no pueden parar de hablar.
Existen los que tienen alma de periodistas y no quieren responder, ellos quieren preguntar.
Los inseguros que cambian sus palabras, los que quieren pagarte, los que te tratan como un esclavo.
Pero están los imposibles: las misses y los políticos.
Las primeras porque es casi imposible de quitarle esa plástica sonrisa, los segundos porque son unos animales entrenamos para mentir.
Es una proeza salir de sus respuestas aprendidas.
Un día entrevistaba a una Miss y buscaba salir del lugar común.
-Si pudieras apegarte a una causa por la que luchar, ¿Cuál escogerías? Te dejo en claro que la opción que tenga que ver con niños no es válida.
-El cáncer.
Pero no pudo, la vi titubear para decir, algo en su mente no funcionaba bien y agregó.
-Los niños con cáncer.
-Gracias por la entrevista, fue un placer. ¡La próxima!
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