-¿Qué haces por aquí?
Mi voz tenía una mezcla entre alegría y asombro.
Alejandra estaba en el apartamento de nuestros amigos, sola. Había pasado más de un mes sin saber de ella.
No recuerdo lo que contestó, pero me recibió con su típica sonrisa.
-¿Y tu novio como está?
Tiré la punta con toda la mala intención, pero me arrepentí al segundo.
Me esquivó la mirada con pena, sin saber que decirme. Cambié el tema.
Una hora después se estaba despidiendo de todos, pero tuve el impulso final de pedirle su número de teléfono.
Lo dejé guardado, con el deseo de llamar, de mandar un mensaje. No lo hice.
-Una caraja con novio. ¡Coño Mawa no fue suficiente con Virginia!
-Lo sé amiga, lo sé. No voy a repetir lo mismo.
-¿Me lo prometes?
-¡Claro!
Una semana después recibí un mensaje de Alejandra preguntando si iba a una reunión en el apartamento de nuestros amigos. Le dije que si.
Ese día llegué tarde.
La encontré muerta del aburrimiento, acostada en una cama. Me senté frente a ella.
Me hablaba de cosas sin importancia o eso me parecía mientras la veía sin respirar.
Una voz interior, algo a lo lejos me gritaba "tiene novio, tiene novio".
-Alejandra me voy a mi casa, ¿compartimos el taxi?
Aceptó.
En el viaje nos sentamos muy juntas, mientras mi mente no dejaba de analizar posibles situaciones, de borrar preguntas, de derrumbar muros de deseos.
Llegué primero a mi casa y le hice prometer que me avisara cuando llegara.
Un mensaje me confirmó que todo estaba bien.
-Llegué.
-¿Todo bien?
-Si.
-Me gustó verte Alejandra.
-A mi también.
-Lo siento, tengo que escribir esto y perdona si soy atrevida. Me gustas muchísimo.
Mandé el mensaje con el corazón en la boca.
Esperé la respuesta dando vueltas alrededor del celular. Me pareció que pasaron unas tres horas antes que sonara el tono de un nuevo mensaje de texto.
Cuando leí su respuesta, eran las dos de la mañana de un 20 de septiembre.
Mi voz tenía una mezcla entre alegría y asombro.
Alejandra estaba en el apartamento de nuestros amigos, sola. Había pasado más de un mes sin saber de ella.
No recuerdo lo que contestó, pero me recibió con su típica sonrisa.
-¿Y tu novio como está?
Tiré la punta con toda la mala intención, pero me arrepentí al segundo.
Me esquivó la mirada con pena, sin saber que decirme. Cambié el tema.
Una hora después se estaba despidiendo de todos, pero tuve el impulso final de pedirle su número de teléfono.
Lo dejé guardado, con el deseo de llamar, de mandar un mensaje. No lo hice.
-Una caraja con novio. ¡Coño Mawa no fue suficiente con Virginia!
-Lo sé amiga, lo sé. No voy a repetir lo mismo.
-¿Me lo prometes?
-¡Claro!
Una semana después recibí un mensaje de Alejandra preguntando si iba a una reunión en el apartamento de nuestros amigos. Le dije que si.
Ese día llegué tarde.
La encontré muerta del aburrimiento, acostada en una cama. Me senté frente a ella.
Me hablaba de cosas sin importancia o eso me parecía mientras la veía sin respirar.
Una voz interior, algo a lo lejos me gritaba "tiene novio, tiene novio".
-Alejandra me voy a mi casa, ¿compartimos el taxi?
Aceptó.
En el viaje nos sentamos muy juntas, mientras mi mente no dejaba de analizar posibles situaciones, de borrar preguntas, de derrumbar muros de deseos.
Llegué primero a mi casa y le hice prometer que me avisara cuando llegara.
Un mensaje me confirmó que todo estaba bien.
-Llegué.
-¿Todo bien?
-Si.
-Me gustó verte Alejandra.
-A mi también.
-Lo siento, tengo que escribir esto y perdona si soy atrevida. Me gustas muchísimo.
Mandé el mensaje con el corazón en la boca.
Esperé la respuesta dando vueltas alrededor del celular. Me pareció que pasaron unas tres horas antes que sonara el tono de un nuevo mensaje de texto.
Cuando leí su respuesta, eran las dos de la mañana de un 20 de septiembre.
Comentarios
Publicar un comentario