No recuerdo cómo la conocí.
Pero lo más seguro es haberme tropezado con su perfil en Badoo.
Badoo, esa red social para citas bautizada por mí en algún momento como "el museo del horror", por la cantidad de gente desesperada, insana y ninfómana, aglomerada en un solo espacio virtual.
No crean que me estoy escapando de mis responsabilidades, si estuve allí, tan cuerda no estaba.
Si mi memoria no falla, pude conectar con tres mujeres.
Una de ellas fue la peor cita de mi vida: me invitó a casa de sus amigos para darle celos a su ex.
Con la segunda tuve una relación no mayor de cinco meses que no llegó a buen término, porque nunca encontramos temas comunes de conversación.
Pero la tercera, la tercera parecía diferente.
Era una chica diez años menor que yo, con negocio, casa y carro propio.
Cuando me comentó que era independiente a los 25 años de edad, no le creí ni un poco.
Estaba acostumbrada a los perfiles falsos creados en las redes sociales, las mujeres que se quitaban diez kilos o diez años, las que decían buscar una relación estable pero solo querían atraparte en un trío con el novio o marido, las que se colocaban un cargo superior en una empresa para sentirse importantes, las que utilizaban el segundo apellido de un tatarabuelo italiano para darse el aire de europeas, las falsas castas, las mujeres que no eran tales sino un tipo detrás del teclado que le daban morbo las lesbianas.
Así que cuando ella me contactó al privado y me dijo así tan tranquila que a los 25 años tenía todo, mi respuesta fue, "¡Ajá!" y la dejé en olvido.
En mi biografía de Badoo tenía algo así como: "soy el sueño desequilibrado de una ingeniera amante de los números y un actor de teatro enamorado de las letras".
Buscaba con este breve resumen atraer a las intelectuales.
Ja Ja.
Lo único que me llegaban eran notificaciones de mujeres quienes después del hola, salían con la típica-aburrida-monótona-pregunta:
-¿Eres activa o pasiva?
(Suspiro)
Pero la tercera, la tercera parecía diferente.
Ella salió del olvido un mes después, cuando llegué al periódico y me esperaba un gran ramo de rosas rojas en mi escritorio.
Después de alejar a mis compañeros de trabajo con sus bromas y despedirlos sin matar su curiosidad, tomé la tarjeta y leí su nombre junto a un número de teléfono.
No llamé al instante. Me tardé ocho horas en hacerme la difícil.
Cuando la llamé, hablamos muy poco pero quedamos en salir al día siguiente para tomar un café.
-Te busco.
-¿De verdad tienes carro?
-¿A qué hora sales?
Apenas terminé de hablar con ella, busqué como una desesperada sus fotos en Badoo para refrescar mi memoria, pero me encontré con un muro de selfies que no daban mucha información.
Entré a Instagram pero su cuenta estaba privada, Facebook tampoco fue de ayuda.
De esa forma llegó la mañana: a pocas horas de entrar al carro de una desconocida sin cara, de la cual no tenía ni la más mínima información. Ni siquiera estaba segura si el nombre que me dio era el realmente el suyo.
Por menos de eso, matan a las personas.
Me puse nerviosa.
Veía cómo pasaban las horas demasiado rápido para mi gusto y me asusté cuando miré un mensaje en mi celular, "estoy afuera".
Había llegado media hora antes.
Le pedí a una compañera de trabajo que saliera al estacionamiento y le tomara una foto a la placa del carro.
-Me dijo que era un Toyota Yaris.
Mi compañera llegó con la foto.
-¿Pudiste verla?
-No. El carro tiene los vidrios polarizados.
Empezó un intenso debate interior: "No lo puedes hacer" "¡Claro que lo puedes hacer!", "Tengo miedo" "¿De qué tienes miedo?" "Yo si invento vainas" "Y a veces te han salido las cosas bien", "Sí, pero también muy mal" "Pero has aprendido", "No he aprendido porque me sigo metiendo en problemas" "¡Te exijo que te montes en ese carro!".
Salí a su encuentro.
Al abrir la puerta del copiloto me llegó una ráfaga de aire frío mezclado con esencia de perfume de hombre.
Casi la cierro y doy media vuelta pero la curiosidad fue más rápida que yo.
Me asomé sin entrar al carro.
Ahí estaba Él.
¿O Ella?
No supe definir bien el género de esa figura joven, delgada, con cabello negro muy corto, que vestía una franela negra unisex, un jean azul y en su mano izquierda un inmenso reloj masculino.
Ella...o Él, no esperó mis palabras y me invitó a entrar a su carro con voz de niña recién salida de la pubertad.
Entré con recelos disimulando mi confusión.
En el camino a la cafetería busqué conversaciones para saber un poco de mi cita, pero esquivaba mis preguntas elegantemente mientras centraba el foco en mí.
Lo único que tenía claro a esas alturas era que esta persona me caía muy bien.
Tenía un aura de inocencia mística, una dulzura sin exageración que invitaba lentamente a ponerme cómoda.
Al llegar a la cafetería insistió en abrirme la puerta.
Creo que pasamos unas tres o cuatro horas hablando de nuestras vidas, aunque noté como evitaba, con mucho tacto, definirse como hombre o como mujer.
Era mujer, eso quedó claro a los minutos de estar a su lado, y cuando intenté tocar el tema, cortó mi rollo mental con la frase.
-No me gusta definirme con un género.
Mi debate interior empezó su pelea: "¡Millennials!" "¡Ay pero deja de pensar como una vieja y acepta la nueva generación".
Repetimos las salidas por dos semanas más:
Almorzamos juntas.
Visitamos una exposición.
Nos dimos un par de besos en su carro.
Pero algo no encajaba en mí.
Lo peor es que sabía el motivo de mi desajuste emocional pero no quería admitirlo en ese momento.
Me sentía profundamente incómoda con sus aires de caballero y me aturdía su perfume de macho que literalmente se llamaba así, "Macho" de Jean Paul Gaultier.
Eludía sus frases cuando se nombraba en masculino, miraba a otro lado cuando se tocaba la entrepierna, quería morir cuando me pedía llamarlo papi.
En un momento de inesperada revelación, pensé en mí como una homofóbica.
¡Yo!
¿Yo?
¡Homofóbica?
Ja, Ja
Tomé la decisión de acostarme con ella una noche que dábamos vueltas por la ciudad buscando un sitio para comer.
Al llegar a la habitación, ella se quedó parada sin hacer nada muerta de miedo. Como no daba el primer paso, lo hice yo.
De manera delicada pero firme, la pegué contra la pared y le di un beso en el cuello.
Ella me paró al instante y me dijo que no.
-Así no.
Y en dos pasos, cambió la situación para colocarme a mí en su posición.
-¡Así!
La verdad es que no me importaba.
Ella metió su mano por debajo de mi ropa y yo busqué hacer lo mismo pero me detuvo.
-No. No me toques.
Me agarró por el cuello para darme un beso de lengua mientras metía su pierna derecha por entre mis piernas.
Quise abrazarla o tocarla pero al darse cuenta detuvo mi brazo y lo pegó a la pared.
-Yo soy la que toca acá, tú eres la mujer.
Se me bajó todo y la detuve.
-Espera un momento, no me gusta así.
-¿Cómo?
-¿No te puedo tocar?
-Pero yo soy la activa.
-¡Pero qué mierda es eso de la activa?
-Yo soy el hombre.
-¿De qué hablas? ¡Eres una mujer!
-Sabes que no me gusta definirme.
-Ok, a mí si me gusta definir las cosas porque soy una mujer que les gustan las mujeres. ¡Ya! ¡Me definí!
-No sabía que eras activa, Mawa.
-No entiendo. No te gustan las etiquetas, ni definirte pero te encasillas a ti y a esta relación al tomar un rol activo y darme a mí el de pasiva.
-Está bien, está bien. ¿Podemos seguir?
-¿Nos quitamos las etiquetas?
-Sí.
-¿Te voy a poder tocar?
-(Silencio)
-¿Te puedo tocar así?
-(Silencio)
-¿Y así?
-...Me incomoda, pero voy a hacer el intento...
-Olvídalo, no va a funcionar.
Ella intentó convencerme un rato más pero ya el daño estaba hecho.
De camino a casa me sentí increíblemente culpable pensando que había sido injusta, ¡Qué tanto iba a perder tomando un rol menos activo en una relación sexual!
¡Peores cosas has hecho!
¿No será tu homofobia ante una lesbiana con aspecto de hombre?
¡Homofobia yo?
Ja.
Seguí machacándome en todo el camino hasta darme cuenta que estábamos frente a mi casa.
Me despedí con un beso en el cachete y salí del carro sin mirar atrás.
Un rato después, acostada en la cama, todavía pensaba en ella porque tenía el perfume de hombre pegado en todo el cuerpo.
Sí, fue en Badoo donde la conocí.
Sí, solo me contacté con tres mujeres. Las dos primeras fueron un fracaso.
La tercera, la tercera era diferente.
Pero yo seguía siendo la misma.
Pero lo más seguro es haberme tropezado con su perfil en Badoo.
Badoo, esa red social para citas bautizada por mí en algún momento como "el museo del horror", por la cantidad de gente desesperada, insana y ninfómana, aglomerada en un solo espacio virtual.
No crean que me estoy escapando de mis responsabilidades, si estuve allí, tan cuerda no estaba.
Si mi memoria no falla, pude conectar con tres mujeres.
Una de ellas fue la peor cita de mi vida: me invitó a casa de sus amigos para darle celos a su ex.
Con la segunda tuve una relación no mayor de cinco meses que no llegó a buen término, porque nunca encontramos temas comunes de conversación.
Pero la tercera, la tercera parecía diferente.
Era una chica diez años menor que yo, con negocio, casa y carro propio.
Cuando me comentó que era independiente a los 25 años de edad, no le creí ni un poco.
Estaba acostumbrada a los perfiles falsos creados en las redes sociales, las mujeres que se quitaban diez kilos o diez años, las que decían buscar una relación estable pero solo querían atraparte en un trío con el novio o marido, las que se colocaban un cargo superior en una empresa para sentirse importantes, las que utilizaban el segundo apellido de un tatarabuelo italiano para darse el aire de europeas, las falsas castas, las mujeres que no eran tales sino un tipo detrás del teclado que le daban morbo las lesbianas.
Así que cuando ella me contactó al privado y me dijo así tan tranquila que a los 25 años tenía todo, mi respuesta fue, "¡Ajá!" y la dejé en olvido.
En mi biografía de Badoo tenía algo así como: "soy el sueño desequilibrado de una ingeniera amante de los números y un actor de teatro enamorado de las letras".
Buscaba con este breve resumen atraer a las intelectuales.
Ja Ja.
Lo único que me llegaban eran notificaciones de mujeres quienes después del hola, salían con la típica-aburrida-monótona-pregunta:
-¿Eres activa o pasiva?
(Suspiro)
Pero la tercera, la tercera parecía diferente.
Ella salió del olvido un mes después, cuando llegué al periódico y me esperaba un gran ramo de rosas rojas en mi escritorio.
Después de alejar a mis compañeros de trabajo con sus bromas y despedirlos sin matar su curiosidad, tomé la tarjeta y leí su nombre junto a un número de teléfono.
No llamé al instante. Me tardé ocho horas en hacerme la difícil.
Cuando la llamé, hablamos muy poco pero quedamos en salir al día siguiente para tomar un café.
-Te busco.
-¿De verdad tienes carro?
-¿A qué hora sales?
Apenas terminé de hablar con ella, busqué como una desesperada sus fotos en Badoo para refrescar mi memoria, pero me encontré con un muro de selfies que no daban mucha información.
Entré a Instagram pero su cuenta estaba privada, Facebook tampoco fue de ayuda.
De esa forma llegó la mañana: a pocas horas de entrar al carro de una desconocida sin cara, de la cual no tenía ni la más mínima información. Ni siquiera estaba segura si el nombre que me dio era el realmente el suyo.
Por menos de eso, matan a las personas.
Me puse nerviosa.
Veía cómo pasaban las horas demasiado rápido para mi gusto y me asusté cuando miré un mensaje en mi celular, "estoy afuera".
Había llegado media hora antes.
Le pedí a una compañera de trabajo que saliera al estacionamiento y le tomara una foto a la placa del carro.
-Me dijo que era un Toyota Yaris.
Mi compañera llegó con la foto.
-¿Pudiste verla?
-No. El carro tiene los vidrios polarizados.
Empezó un intenso debate interior: "No lo puedes hacer" "¡Claro que lo puedes hacer!", "Tengo miedo" "¿De qué tienes miedo?" "Yo si invento vainas" "Y a veces te han salido las cosas bien", "Sí, pero también muy mal" "Pero has aprendido", "No he aprendido porque me sigo metiendo en problemas" "¡Te exijo que te montes en ese carro!".
Salí a su encuentro.
Al abrir la puerta del copiloto me llegó una ráfaga de aire frío mezclado con esencia de perfume de hombre.
Casi la cierro y doy media vuelta pero la curiosidad fue más rápida que yo.
Me asomé sin entrar al carro.
Ahí estaba Él.
¿O Ella?
No supe definir bien el género de esa figura joven, delgada, con cabello negro muy corto, que vestía una franela negra unisex, un jean azul y en su mano izquierda un inmenso reloj masculino.
Ella...o Él, no esperó mis palabras y me invitó a entrar a su carro con voz de niña recién salida de la pubertad.
Entré con recelos disimulando mi confusión.
En el camino a la cafetería busqué conversaciones para saber un poco de mi cita, pero esquivaba mis preguntas elegantemente mientras centraba el foco en mí.
Lo único que tenía claro a esas alturas era que esta persona me caía muy bien.
Tenía un aura de inocencia mística, una dulzura sin exageración que invitaba lentamente a ponerme cómoda.
Al llegar a la cafetería insistió en abrirme la puerta.
Creo que pasamos unas tres o cuatro horas hablando de nuestras vidas, aunque noté como evitaba, con mucho tacto, definirse como hombre o como mujer.
Era mujer, eso quedó claro a los minutos de estar a su lado, y cuando intenté tocar el tema, cortó mi rollo mental con la frase.
-No me gusta definirme con un género.
Mi debate interior empezó su pelea: "¡Millennials!" "¡Ay pero deja de pensar como una vieja y acepta la nueva generación".
Repetimos las salidas por dos semanas más:
Almorzamos juntas.
Visitamos una exposición.
Nos dimos un par de besos en su carro.
Pero algo no encajaba en mí.
Lo peor es que sabía el motivo de mi desajuste emocional pero no quería admitirlo en ese momento.
Me sentía profundamente incómoda con sus aires de caballero y me aturdía su perfume de macho que literalmente se llamaba así, "Macho" de Jean Paul Gaultier.
Eludía sus frases cuando se nombraba en masculino, miraba a otro lado cuando se tocaba la entrepierna, quería morir cuando me pedía llamarlo papi.
En un momento de inesperada revelación, pensé en mí como una homofóbica.
¡Yo!
¿Yo?
¡Homofóbica?
Ja, Ja
Tomé la decisión de acostarme con ella una noche que dábamos vueltas por la ciudad buscando un sitio para comer.
Al llegar a la habitación, ella se quedó parada sin hacer nada muerta de miedo. Como no daba el primer paso, lo hice yo.
De manera delicada pero firme, la pegué contra la pared y le di un beso en el cuello.
Ella me paró al instante y me dijo que no.
-Así no.
Y en dos pasos, cambió la situación para colocarme a mí en su posición.
-¡Así!
La verdad es que no me importaba.
Ella metió su mano por debajo de mi ropa y yo busqué hacer lo mismo pero me detuvo.
-No. No me toques.
Me agarró por el cuello para darme un beso de lengua mientras metía su pierna derecha por entre mis piernas.
Quise abrazarla o tocarla pero al darse cuenta detuvo mi brazo y lo pegó a la pared.
-Yo soy la que toca acá, tú eres la mujer.
Se me bajó todo y la detuve.
-Espera un momento, no me gusta así.
-¿Cómo?
-¿No te puedo tocar?
-Pero yo soy la activa.
-¡Pero qué mierda es eso de la activa?
-Yo soy el hombre.
-¿De qué hablas? ¡Eres una mujer!
-Sabes que no me gusta definirme.
-Ok, a mí si me gusta definir las cosas porque soy una mujer que les gustan las mujeres. ¡Ya! ¡Me definí!
-No sabía que eras activa, Mawa.
-No entiendo. No te gustan las etiquetas, ni definirte pero te encasillas a ti y a esta relación al tomar un rol activo y darme a mí el de pasiva.
-Está bien, está bien. ¿Podemos seguir?
-¿Nos quitamos las etiquetas?
-Sí.
-¿Te voy a poder tocar?
-(Silencio)
-¿Te puedo tocar así?
-(Silencio)
-¿Y así?
-...Me incomoda, pero voy a hacer el intento...
-Olvídalo, no va a funcionar.
Ella intentó convencerme un rato más pero ya el daño estaba hecho.
De camino a casa me sentí increíblemente culpable pensando que había sido injusta, ¡Qué tanto iba a perder tomando un rol menos activo en una relación sexual!
¡Peores cosas has hecho!
¿No será tu homofobia ante una lesbiana con aspecto de hombre?
¡Homofobia yo?
Ja.
Seguí machacándome en todo el camino hasta darme cuenta que estábamos frente a mi casa.
Me despedí con un beso en el cachete y salí del carro sin mirar atrás.
Un rato después, acostada en la cama, todavía pensaba en ella porque tenía el perfume de hombre pegado en todo el cuerpo.
Sí, fue en Badoo donde la conocí.
Sí, solo me contacté con tres mujeres. Las dos primeras fueron un fracaso.
La tercera, la tercera era diferente.
Pero yo seguía siendo la misma.
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