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El callejón de la puñalada

Era una mala idea.
Lo dijo mi mente y lo expresé en voz alta porque mi conciencia jamás se equivoca, solo que yo nunca le hago caso.
-Chama, esta es una mala idea.
Ella miró a otro lado fingiendo no escucharme, levantó su trago -una mezcla de tequila con ginebra- y brindó con la multitud al ritmo de las Chicas del Can. 
Odio los kareokes. 
No encuentro lógico pagar una cantidad exorbitante de dinero por unos tragos mal preparados, mientras escuchas como otros destrozan una canción tras otra, durante horas.
Pero aquí estamos, en una taguara mal iluminada con olor a orine, en una de las zonas más peligrosas de Caracas, con un nombre peculiar y escalofriante: el Callejón de la Puñalada. 
Me habían hablado de este sitio muchas veces, y aunque su mala fama es vox populi, muchos corrían el riesgo de adentrarse en el área porque aseguraban, que si salías vivo después de una noche en el callejón, esa sería una de las mejores de tu vida.
Pero yo estaba tensa.
-Lo que estás es vieja Mawa. ¡Relájate!
-Ok, me relajo. Recuérdame, ¿por qué es que este tipo te citó en este lugar?
Un poco de historia no vendría mal para entender esta situación.
Hace unos cuantos años atrás, vivía en Puerto Ordaz en la casa de mi mamá, era periodista de cultura y espectáculos en un diario local y poco a poco noté como mi vida social se ampliaba por todos lados.
Tenía un grupo de amigos intelectuales, otro de comunicadores, uno de fin de semana para jugar póker y otro más, privado y secreto, con lo que hacía todo tipo de locuras. 
Nunca los mezclaba, y en este último, estaba mi amiga Ángela, la misma que ahora pide otro trago de ginebra con tequila. 
Conocí a Ángela en un desfile de modas que me tocó cubrir porque el dueño del periódico era padrino de una de las diseñadoras.
Pero su fama de bisexual, rumbera y drogadicta era tan o más conocida en la ciudad que la del Callejón de la Puñalada en Sabana Grande. 
Muchos me advirtieron que no me acercara a ella ni por casualidad.
-Chama, insisto. ¡Esta es una mala idea!
-Lo sé Mawa, por eso te dije que me acompañaras.
La advertencia no surgió efecto porque a los pocos meses compartimos secretos, rumbas, conocí a su familia, cocinamos juntas, aguanté sus despachos tanto por hombres como por mujeres, y nos convertimos en mejores amigas. 
Una noche, bebimos más de la cuenta y terminamos juntas en la cama. Fue un desastre total pero a la vez una enseñanza: sexo y mejores amigos es una mala combinación, es como mezclar hallacas con mayonesa, güisqui con agua de coco, política con religión, o si llegamos a la realidad, una cita a ciegas con kareoke. 
-Recuérdame, ¿por qué es que este tipo te citó en este lugar?
-¿Estás celosa Mawa?
En realidad no tengo ni una pizca de celos.
Había pasado mucho tiempo de aquella noche y mi amiga solo está de paso por Caracas para conocer a otro hombre desconocido en su vida. 
-No. Solo preocupada. Marica, no tienes veinte años para andar con estas vainas. 
-¡Cómo has cambiado!
Había conocido a un argentino por una red social y él, sin entender el por qué, la había citado en este lugar. 
-¿Este argentino consiguió este antro en una guía de Lonely Planet? Porque no me explico.
-La ironía te sienta bien.
-Hablo en serio.
-Mawa, tú saliste con una argentina.
-¿Qué tiene una cosa que ver con la otra? 
-Que no me pude resistir a su che, a su vos...
-...A su guita...
-¡A su miembro!
-Estas borracha.
-¡MARICA AHI VIENE!
Facundo, así como Facundo Cabral, entró por la puerta con la mejor de las sonrisas. 
Debo confesar que me dejó con la boca abierta, alto, rubio, bien vestido y con ese perfume Emporio Armani que eliminó al instante el olor de orine, Facundo me ofreció la seguridad que no sentía antes.
Ángela está borracha, pero con mi ayuda, trato que los dos mantengan una conversación decente.
Por primera vez en la noche me atrevo a pedir la misma bebida que mi amiga, aunque sé que el tequila es mi kriptonita.
No puedo beber más de tres tragos sin que me tiemblen las piernas y después de eso, la nada, la inconsciencia. 
-¡Pará! ¡Una de Cerati loco!
Y una hora después, Facundo y yo cantábamos Música Ligera a todo pulmón en el kareoke. 
Lo demás son flashes sin sentido, orden, hora, personas o lugar.
Una mano en la entrepierna, una cachetada, un beso en la nuca, gritos, un hombre semidesnudo, una botella que cae sobre un pantalón, un fuerte olor a krippy, llantos, risas, una puerta que se cierra con mucha fuerza, gestos obscenos, el sonido de un cierre, la piel roja por un arañazo, un quejido, una disculpa, un carro que frena bruscamente, un sabor amargo, la suavidad de una tela.
Y una palabra en bis.
-Quilombo, quilombo, quilombo, quilombo, quilombo...
Abro los ojos. 
El sol del mediodía pega de frente en mi cara. 
Estoy en mi casa, sola.
Entro en el baño, me cepillo los dientes y prendo el teléfono. 
Tengo varios mensajes de Ángela.
-Tenías razón, fue una mala idea. Pero no quiero hablar de lo que pasó. Nunca sucedió Mawa, ¿me lo prometes?
Escribo.
-Te lo prometo. 
Pero no sé de qué habla. 
Solo que sobreviví.
No sé a qué. 
Pero sobreviví.











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