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El dilema

Perder un amigo o desperdiciar una excitante oportunidad.
Llevo rato saboreando un café pensando en estas dos tormentosas posibilidades, mientras ella habla pero yo mantengo sus palabras en mudo para sortear sin molestias la opción A o B.
El mundo está plagado de grandes decisiones que han cambiado el curso de la historia: el ascenso de Hitler al poder, la llegada del hombre a la luna, la separación de los Beatles, el lanzamiento de las bombas atómicas sobre Japón, la caída del muro de Berlín, y aquí estoy yo, una simple mortal de este planeta, una más entre los siete mil millones de habitantes, pensando si me acuesto con la esposa de mi mejor amigo o no.
Este buen amigo se mudó hace seis meses a Buenos Aires huyendo de la crisis del país, con la promesa de reunir suficiente dinero para alquilar algo cómodo y mandar el boleto de avión para su esposa, pero antes me dejó una tarea.
-¡Cuídala mucho Mawa! Yo confío en ti.
¡No! No puedo acostarme con la pareja de mi amigo, sería una absoluta traición, una bajeza tan grande que me impediría ver a la cara una vez más a mi amigo, un engaño que borraría quince años de amistad muy bien llevados y sin fisuras.
Por mucho tiempo cumplí con la misión que me dejó.
Acompañé a su esposa en las noches de llanto eterno por su partida, salimos a ver películas, escuché sus rabietas llenas de inseguridades cuando él no contestaba el teléfono, cocinamos juntas, bebimos un par de copas llena de confesiones como esta.
-Mawa, necesito tener sexo.
-¿Cuánto tiempo tienes sin sexo?
-Desde ese día que Javier se fue. ¿Cinco meses?
-Yo tengo un año, así que no te quejes.
-Pero para ustedes es más fácil soportar.
-No entiendo, ¿para ustedes quiénes?
-Ustedes...las...lesbianas.
-¿Qué te hace llegar a esa absurda conclusión?
-Porque...no sé...ustedes son...más sencillas...son más de más esto de... O sea...yo creo...Mejor me callo, siento que la voy a cagar si sigo hablando.
-Calladita te ves más bonita.
No era necesario que la mujer de mi amigo se callara para estar más bonita.
Ella es un mujerón de un metro ochenta, con grandes ojos café, cabellos largos y castaños, una piel que, sonará a cliché, pero que parece terciopelo y lo mejor de todo, cuerpo esculpido por sus maratónicos entrenamientos en su grupo de ballet de danza contemporánea.
Fue en una de sus presentaciones, en un solo que ella bailó con una absoluta libertad sexual sin dejar de buscarme entre el público, que me fijé en cuánto disfrutaba estar a su lado, en lo necesaria que se estaba convirtiendo su compañía y en que debía huir y escapar de esa situación.
Esa noche caminamos hasta su casa y mientras pide el ascensor me pregunta si quiero subir.
Dudo un segundo, respondo que no.
-Disculpa por lo del otro día.
-¿Qué otro día?
-Cuando dije que para ustedes era más fácil lo de estar sin sexo.
-¡Ay por favor! Ni me acordaba de eso.
Hace una pausa, me fulmina con una mirada intensa.
-Me imagino que a ti te entran ganas...
-Como a todo el mundo...
-¿Ahora tienes ganas?
Por otra parte mi amigo no se tiene porque enterar.
Ella no le va a decir, sin duda alguna, yo no le voy a decir, por supuesto.
Lo más seguro es que yo nunca viaje a la Argentina, así que si se entera no le voy a ver la cara.
Problema resuelto, no hay que darle más vueltas, somos dos adultas, estamos solas en esta ciudad hostil, ella se va a ir en cualquier momento y esto pasa y luego como si nada.
O quizás esta sensación de que ella está sugiriendo algo es parte de mi perversa imaginación lésbica, a lo mejor en mi mente retorcida y mal pensada yo estoy creyendo que ella quiere decir una cosa, cuando en verdad dice otra.
Me ha pasado otras veces, puedo distorsionar la realidad para complacer mis más bajos instintos.
Llega el ascensor.
Yo digo, ¿digo?
-No sé.
-¿Subimos y lo averiguamos?
Entro en un proceso de congelación, creo que ni pestañeo, estoy plantada como un árbol en medio de la nada, mientras ella sostiene el ascensor para que no cierre.
Mi cara debía ser un poema, pero no de Neruda, sino uno de terror.
¿Existen poemas de terror? Debo buscar en Google.
-¡Es una broma Mawa!
-Jajajaja. Me lo imaginaba.
-¿Nos vemos en la mañana?
-¿Qué hay mañana?
-Necesito comprar lo que me falta para el viaje.
-¿El viaje?
-¡Sí! Creo que te dije que Javier me compró el pasaje y me voy en una semana.
-Cierto. Vengo mañana.
Ahora, sentada frente a ella, saboreando un café, pienso si debo perder un amigo o desperdiciar una excitante oportunidad.
Termino el café y le quito el mudo a sus palabras.
-Y....como te dije, disculpa por lo de anoche...
-Chama, ¡tú si te disculpas!
-No quiero que pienses mal de mí Mawa.
-No pienso mal de ti.
-Soy una tonta, pero estoy nerviosa por el viaje, por dejar Venezuela. Quiero llorar, necesito un abrazo.
Me acerco a ella y le doy un abrazo que me interna en su olor matutino, ella me respira lento en el cuello.
-Gracias por acompañarme.
-De nada. Te voy a extrañar.
Nos soltamos y ella me regala una de sus miradas fulminantes.
-¿Puedo preguntarte algo?
-Por supuesto.
-Me da pena...
-¡A vaina!
-¿Tenías ganas anoche?
-Sí.
-¿Por qué no subiste?
Suspiro.
-Por Javier, quizás.
-¿Por qué es mi pareja?
-No, porque es mi mejor amigo. Ahí está la diferencia.
Salí de ese apartamento con un sentimiento de fracaso, con el ánimo por el piso y con la extraña sensación de haber perdido unas batallas, pero conquistado la guerra.
Mi guerra interior.





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