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Cerveza y confesiones (y II)

Esta será la última vez.
Sé que siempre lo digo y en la cita anterior prometí que sería la última, pero de verdad Mawa, esta será la última vez.
-Disculpa la tardanza, el baño estaba ocupado ¿En dónde quedamos?
-Quedamos en tu divorcio.
-No, no Mawarí. No hagas trampa. Quedamos en tomarnos esas copas de vino en mi casa.
Miro el brillo en sus ojos y sonrío.
Tengo frente a mí un inmenso error, error que alimenté con simples mentiras y algunas verdades a medias hasta llegar a este callejón con terminación en doble vía: una de ellas indica la entrada y otra la salida.
Tomar la puerta de salida implica que eche para atrás todo este parapeto de mujer dominante, soltera sin condiciones y heterosexual convencida que construí en tres horas de labia intensa y diez vasos de cerveza.
Pasar la puerta de entrada es demostrarle a este hombre, para más señas, un antiguo novio recién divorciado, padre de una niña de ocho años, vegetariano, ferviente integrante de la Asociación Internacional para la Conciencia de Krishna, y admirador devoto de Rubén Blades; es demostrarle a él que sí soy esa soltera sin condiciones, mujer liberal y liberada y por supuesto, una convencidísima heterosexual.
Para cualquier persona el camino a tomar sería muy sencillo, pero no para mí.
Según las malas, afiladas y precisas lenguas de mis mejores amigos, el alcohol ejerce en mí un efecto inverso a la historia que cuenta el grupo colombiano Los embajadores vallenatos en la canción "Se le moja la canoa".
Esta referencia puede parecer una tontería pero es importante.
En la canción hablan de un hombre que tiene un tronco e bigote, con saco y corbata, un tipo serio que no puede tomarse unos tragos porque se sienta en las piernas a sus amigos.
En mi caso, el alcohol genera un efecto contrario, yo bebo y no me siento en las piernas de mis amigas, sino que empiezo a coquetear con los hombres cercanos, a emitir señales de interés, a mostrar una luz verde para que ellos me inviten, por ejemplo, a tomar unas copas de vino en su casa.
Di muchas vueltas para explicar el fenómeno, mis amigos lo resumen mejor con una frase: "se te seca la canoa".
Ahora si, una explicación más seria.
Nací en medio de una familia profundamente machista para quienes los homosexuales son merecedores de burlas y etiquetas, una raza extraña, unos pervertidos que deberían vivir en guetos apartados de la gente normal.
Nunca me he confesado abiertamente con ellos, mi mamá lo sabe pero no lo acepta y el tema es un tabú milenario que no se toca ni por equivocación.
Con estas referencias debo confesar que muy en el fondo yo siempre aspiro a estar con un hombre que me guste y complacer a mi familia. 
Por eso siempre termino en alguna cita fallida con un aspirante a novio, con un ex, en una cita a ciegas y en todos los casos me digo en un susurro, "esta será la última vez. Sé que siempre lo digo y en la cita anterior prometí que sería la última, pero de verdad Mawa, esta será la última vez".
Acepto el vino.
Su anexo está clavado en una colina con vista privilegiada de la ciudad, un espacio de una sola pieza con una cocina pequeña pero funcional, un par de puffs de cuero negro, un televisor pantalla plana conectado a una cónsola de Nintendo 64 y en las paredes, cuadros con símbolos del hinduismo.
Pero la protagonista de la casa es una cama extra grande cubierta con sábanas negras y cojines de colores chillones.
Trago grueso.
-¿Quieres vino blanco, tinto, rosado?
-Espera un momento. ¿En verdad tienes todos esos vinos? ¿Te gusta tanto el vino? ¿O es que siempre esperas visita?
-Me gusta el vino. Eso sonó como celos, ¿eres celosa?
-Curiosa.
-¿Entonces?
-Rosado.
-¿Quieres fumar?
-Todavía no, gracias.
-Si quieres fumar esto...
-¡Ah! No gracias, ya no fumo eso, me atonta mucho.
-¿Te molesta si yo fumo?
-No, para nada.
Comienzo a moverme nerviosa en los veinte o treinta metros cuadrados del anexo, alejándome lo más posible de la cama, me acerco al televisor y miro los videojuegos, buscando la manera de distraer la situación.
-¡Qué chévere! Tienes Mario Kart. Soy una experta en este juego, te puedo dar una paliza. Si quieres jugamos más tarde.
Alzo la vista y noto que viene hacia mí como Pedro Navaja, con ese tumbao que tienen los guapos al caminar, aunque en este caso yo sé donde él lleva el puñal.
Lo pienso y me echo a reír.
Me acerca la copa.
-¿Qué te da risa?
-Nada.
-Dime
-Nada, nada.
-No me dejes así.
-En serio, nada. Te dije que si quieres jugamos Mario Kart.
-Tengo en mente otro tipo de juegos.
Se acerca hasta quedar a centímetros de mi cuerpo.
-¿Puedo?
-¿Qué?
-Darte un beso.
Mi cuerpo se tensa instintivamente, me aferro a la copa de vino, trago grueso por décima quinta vez desde que llegué a este sitio, los latidos del corazón me retumban en los oídos, creo que me repite lo del beso pero estoy parcialmente sorda.
Me humedezco los labios porque siento toda la garganta seca y él toma la acción como un si y me planta un beso con lengua, con su aliento a yerba, a vino, a cerveza, mientras su barba raspa mis mejillas y mi mentón.
Sus labios bajan hasta mi cuello.
No siento nada.
Miento, estoy incómoda.
Doy un paso atrás para huir de forma muy sutil y luego otro hasta que me detiene la cama.
La presa ha caído en la trampa.
Él toma mi copa y la coloca junta a la suya en el piso, lo que deja sus dos manos liberadas que no pierden tiempo en atrapar mi cara para darme un beso más profundo.
Debo reconocer que no besa mal, pero tomo conciencia que el peso de su cuerpo nos empuja hasta caer en la cama y él aprovecha la próxima intimidad para multiplicar sus dedos y tocarme todo.
Mientras mi cuerpo está atrapado entre sus caricias mi mente trabaja a mil por segundos: ¿Qué hago Krishna ilumíname!
-¿Tienes condones?
-¿Qué?
-Que si tienes condones...
-Sí, sí...
Mierda,
mierda,
mierda,
-¿Dónde los tienes?
-¿Qué?
-¿Puedes buscarlos?
-¿Ahora Mawarí?
-¡Claro! ¡Ahora es el momento!
Se levanta como un resorte y empieza a revolver una gaveta, veo que se desespera. Busca debajo de la cama, da vueltas, se rasca la cabeza.
-Pensé que tenía unos...¿Tú no tienes?
-¿Yo? ¡No! Los dejé en la casa.
(Mentira, nunca he comprado un condón en mi vida)
-¿Qué hacemos? ¿No podemos sin condón?
-¡Jamás lo hago sin condón!
(Esto es parcialmente verdad)
Se sienta en la cama, derrotado y por un momento me provoca un poco de lástima, y rabia conmigo, por dejar que llegara esta situación hasta este límite.
Empiezo a hablar para decirle la verdad, para decirle eso de que la vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida, pero él me interrumpe.
-¿Me haces sexo oral?
-¡Ni loca!
-¿Entonces que hacemos?
-Podemos jugar Mario Kart.







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