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Habitación 666

Me acomodo una vez más en el inmenso sofá, mientras trato de entender lo que él me dice desde la cocina de su apartamento.
-Disculpa no escucho...
-¿Cómo te gusta el café?
-Como quieras...
-¿Fuerte? ¿Guayoyo? ¿Con azúcar?
-Guayoyo...con azúcar preferiblemente...¿Tienes azúcar?
-¡Claro! ¿Por qué no tendría? 
Abro la boca para explicarle que en el país hay una grave crisis que no te permite conseguir alimentos indispensables, medicinas, productos de higiene personal pero decido callarme, no quiero sonar como una página de un periódico o entrar en una conversación política.
Me levanto para echar un vistazo por el balcón que ofrece una vista espectacular de 180 grados de Caracas.
Una nube de caos se asoma muy lejos del edificio, ruido de sirenas, bocinas de carros, mucha gente caminando en la calle.
Caracas es un perfecto desastre pero ahora, en este apartamento, me siento como en otro mundo.
Al llegar a la entrevista tuve que pasar a través de tres puestos de seguridad y cuando al fin pude traspasar la frontera de seguridad, un espectacular jardín me dio la bienvenida, estatuas de mármol sólido, vecinos que no te miran a la cara y se reservan los buenos días, un ascensor que llega directo a los apartamentos.
No puedo dejar de comparar mi habitación en alquiler a muchos kilómetros de aquí con este panorama.
Yo también tengo una vista privilegiada a mi calle que he bautizado como la 666, porque a diferencia de esta lujosa urbanización donde, al parecer, todos los balcones reservaron una vista hacia El Ávila, la vista que tengo desde mi ventana da directo a un vendedor de drogas, directo a César.
No sé si César vende maría, piedra, éxtasis o coca pero sé que está disponible las 24 horas en un rancho de dos plantas que está en la esquina del barrio, muchas veces he escuchado como a las tres de la mañana tocan a su puerta, están menos de un minuto y se van.
También he visto a César arrodillado, en la acera, en plena calle, friendo sin aceite un par de sardinas.
-¿Sabes que no entiendo?
Me interrumpe él desde la cocina.
-¿Qué cosa?
-La manía de la gente por el puto café.
Mi desconcierto se nota.
-El café es una droga, no entiendo a la gente que no puede estar sin tomar café, esa gente que siempre lo pide.
Me siento aludida, siento que es una especie de ataque, también empiezo a notar que no soporto a este productor, escritor, intelectual, director y todos los cargos que se atribuye.
Sonrío muy despacio, cambio de tema.
-Tienes una vista muy hermosa.
-La mejor de Caracas, ¿has visto otra así? Si la has visto dime para comprar ese apartamento.
Dejo de escucharlo.
Desde mi habitación, cuando estoy cansada del trabajo, prendo un cigarro y miro a la calle.
Todos los fines de semana, una familia organiza una parrilla en la calle y siempre, siempre, termina la reunión en problemas, gritos, insultos, amenazas.
Si no son ellos, la pelea es entre una mujer que es muda y su marido, o son los gritos de las víctimas de algún robo, o un hombre que ha perdido en una pelea y que no se le ocurre otra cosa que gritar en plena madrugada que ha perdido los dientes y jura venganza, o son los tiros a lo lejos, y no tan lejos.
La vecina que no solo te dice buenos días, sino que sabe qué has hecho ese día y los anteriores.
Él habla a lo lejos, llega con una taza humeante.
-¿Sabes qué pasa? Que en mi última película tuve que pagar un dineral solamente en café, porque me dijeron que si no había café, no se hace una película.
-Entiendo, la última vez que fui a una filmación para escribir una nota, el equipo técnico se tomó ocho litros de café en un día.
-Por eso ODIO a la gente que toma café.
Me quedo con la taza en la mano a mitad de camino, sin saber si debo tomar o no.
Sin saber si debo decirle que es un idiota o no.
Sin saber si irme o permanecer así, con la taza a mitad de camino.
Decido tomar un poco.
-Quedamos en mi película ¿no?
-Sí.
-Yo no solo fui el productor, fui el que puso el dinero, el que hizo todo.
Me atrevo a preparar una venganza.
-¿Pusiste los 40.000 dólares?
-¡Fueron más! ¡MUCHOS MÁS!
Sonrisa arrogante.
-¡Qué raro! Tengo en mis apuntes que solo te contrataron como productor, que el dinero fue una combinación entre el Estado venezolano y empresas privadas.
-Bueno...sí, ellos pusieron el dinero pero YO manejé el dinero.
-Pero no salieron de tu cuenta esos dólares...
-Chama, pero...¿cómo te explico? En esa producción no se hacía nada sin MI decisión, no se compraba ni una batería sin MI consentimiento.
-Pero no era tu dinero...
-No, pero YO era un DIOS.
Me quemo la lengua con el trago que se queda en la boca.
-¿Me vas a tomar las fotos?
-Sí, claro. Estaba pensando en el sofá.
-No, no. En el balcón que tiene una vista a El Ávila.
-Claro, como quieras.
-Es que así YO me veo imponente, es como si El Ávila me mirara a MÍ. ¿No te parece?
Mientras tomo las fotos me pregunto.
¿Cuál es la verdadera habitación 666? ¿La mía? 
¿O la de él?



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