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La casa del pecado (y II)

Esta sensación es agradable.
El alcohol corriendo por mis venas como una descarga para desinhibirme.
Es como un pinchazo en la punta de mi lengua.
-¡Esperen!
La morena, mi amor a primera vista, grita.
-¿Están seguros de lo que van a hacer?
El anfitrión, mi amigo gay, se detiene en seco.
Deja de mi pinchar mi lengua con una larga aguja.
¿Cómo llegamos aquí? Poco a poco se aclara mi mente.
En algún momento de la noche empezamos a hablar de sexo, nada difícil en esta fiesta.
La novia de la morena, habló sin parar de las virtudes de un piercing en la lengua y el sexo oral, mientras mostraba el suyo.
La conclusión era que ese pedazo de plástico en la lengua en combinación con buenos movimientos terminaban en explosivos orgasmos.
La información llegó hasta la parte menos racional de mi cabeza y decidí, con más de diez cervezas encima, que yo necesitaba un piercing.
Convencí a otro borracho sin práctica en esta delicada operación, para que, con un trago de ron, una aguja oxidada y un piercing viejo, me incluyera en esta moda.
Yo quería impresionar a esta desconocida, pero ahora ella me mira con cara de terror.
-¡Esto es una mala idea!
-¿Pol qué?
Pregunto todavía con la lengua afuera.
-Porque es mentira, no es tan bueno como dicen. Es molesto, a mí no me gusta.
Al instante, las ganas de tener un piercing se esfuman.
Pero mi amigo capta el interés.
-¡No quiero verte al lado de ella!
Cinco cervezas después cambio la música en un ambiente cargado de una energía poderosamente sexual.
Me acerco a la barra de la cocina, convertida en bar y ella está allí, inclinada mostrando escote.
Trato de no mirar, no hablar con ella.
-¿Me sirves un cóctel?
Dudo, pero me inclino también, a centímetros de su rostro.
-¿Qué deseas?
-Sexo en la playa.
-¿Cómo lo quieres?
-En Choroní.
Mi amigo llega como mi sombra.
-Mawa, toma la llave...Baja a buscar a un amigo que acaba de llegar con una caja de cerveza.
Maldigo mil y un veces la situación, el alcohol en mis venas, el destino que siempre coloca a las personas perfectas en el momento equivocado.
Al abrir la puerta, ella se acerca y me toca el brazo.
-Me tengo que ir, aprovecho y bajo contigo.
-¿Y tu novia?
-Está tirada en un mueble demasiado borracha.
Mi sombra se acerca.
-Bájala rápido. Te espero aquí.
El tiempo a solas se mide en solo seis pisos.
Pulso planta baja.
Las puertas del ascensor se cierran.
Nuestra timidez se duplica en el espejo, nuestros besos sin palabras se multiplican de un piso a otro.
Se abren las puertas y ella da un paso hacia la calle.
-No sé tu nombre, ¿me das tu número de teléfono?
-Mawa, eres periodista...sé que lo vas a averiguar.






 

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