¡Oh las palabras! ¡Como se las lleva el viento!
El cuarto de hotel era un pozo oscuro y frío.
Desde el baño, el sonido de una gota de agua golpeando el lavabo, creaba un eco monótomo que me impedía seguir durmiendo.
Necesitaba levantarme de la cama sin despertarla, pero al mínimo movimiento, ella me apretaba contra sí, cerca, más cerca.
Susurré una excusa y cerré la puerta del baño para encontrarme de frente al espejo.
La gota golpeó mi cabeza
-¿Qué hiciste?
Otra vez, el sonido.
-¡Es tu amiga!
Traté de cerrar el grifo.
-¿Y ahora qué harás?
Tic, tic, tic
-¿Y ahora qué vas a hacer?
-Mafer, vamos a desayunar.
Tomamos café evitando tocar el tema de la noche, compartimos un par de comentarios como unas amigas, en un encuentro casual de un domingo cualquiera.
Nos despedimos con un abrazo fraternal, un tanto apenadas, un poco tímidas, evadiendo lo que nos llevó a estar en ese lugar.
Tomé la cobarde decisión de no mencionar el tema, simular que nada pasó, pero Mafer atacó de frente la realidad con palabras dulces y planes a futuro.
Me armé de valor, desarmé los caminos esquivos y respondí con palabras punzantes de realidades.
-Mafer, lo que pasó no debió ser. Eres mi amiga.
-Sabes que me gustas mucho.
-Pero fue un error.
-Dame otra oportunidad, lo voy a hacer mejor.
-No doy segundas oportunidades.
-¡Qué radical!
-Lo siento.
-Eres periodista ¿no? Quiero mi derecho a replica.
La comparación entre mi profesión y sexo provocó en mí un respiro de alegría triste.
Dió en el punto.
-No doy derecho a replica.
-¡Qué radical!
Llegamos a un acuerdo de respetar nuestras diferencias, buscar una conciliación entre sus deseos y los míos y juré que la amistad sobreviviría a este estado incierto después de esa noche.
Para cerrar nuestro pacto, prometí vernos en pocos días y es así como llegamos a aquella noche, en una disco de ambiente, cuando ella sostenía mi cintura con deseo.
-¿Bailamos?
Por un segundo pensé en la propuesta, midiendo el peligro.
Pensé que todo había quedado claro y no existiría el mínimo problema en disfrutar esa salsa suave.
Me rodeó con sus brazos, su rostro cerca del mío, su boca en mi cuello, la respiración entrecortada entre el beso y la confesión.
Me separé un poco con los músculos de mi cuerpo muy tensos.
Ella notó mi incomodidad y se separó con rabia.
-¿Qué te pasa?
-Nada.
-¡Me quiero ir! ¡Llévame al hotel!
-¡Cálmate!
Perdí la paciencia, discutimos frente a la gente, dimos vueltas sin sentido en su carro y yo me preguntaba mil y un veces.
¿Por qué? Ella es tan delicada, detallista, tan completa, ¿por qué no la dejo entrar en mí vida? Es la mujer perfecta.
-Disculpa Mawa, esta bien, seamos amigas.
La miré un rato.
Y cayó la gota.
Ella se conformaba con tan poco.
Yo me conformaba con tan poco.
El cuarto de hotel era un pozo oscuro y frío.
Desde el baño, el sonido de una gota de agua golpeando el lavabo, creaba un eco monótomo que me impedía seguir durmiendo.
Necesitaba levantarme de la cama sin despertarla, pero al mínimo movimiento, ella me apretaba contra sí, cerca, más cerca.
Susurré una excusa y cerré la puerta del baño para encontrarme de frente al espejo.
La gota golpeó mi cabeza
-¿Qué hiciste?
Otra vez, el sonido.
-¡Es tu amiga!
Traté de cerrar el grifo.
-¿Y ahora qué harás?
Tic, tic, tic
-¿Y ahora qué vas a hacer?
-Mafer, vamos a desayunar.
Tomamos café evitando tocar el tema de la noche, compartimos un par de comentarios como unas amigas, en un encuentro casual de un domingo cualquiera.
Nos despedimos con un abrazo fraternal, un tanto apenadas, un poco tímidas, evadiendo lo que nos llevó a estar en ese lugar.
Tomé la cobarde decisión de no mencionar el tema, simular que nada pasó, pero Mafer atacó de frente la realidad con palabras dulces y planes a futuro.
Me armé de valor, desarmé los caminos esquivos y respondí con palabras punzantes de realidades.
-Mafer, lo que pasó no debió ser. Eres mi amiga.
-Sabes que me gustas mucho.
-Pero fue un error.
-Dame otra oportunidad, lo voy a hacer mejor.
-No doy segundas oportunidades.
-¡Qué radical!
-Lo siento.
-Eres periodista ¿no? Quiero mi derecho a replica.
La comparación entre mi profesión y sexo provocó en mí un respiro de alegría triste.
Dió en el punto.
-No doy derecho a replica.
-¡Qué radical!
Llegamos a un acuerdo de respetar nuestras diferencias, buscar una conciliación entre sus deseos y los míos y juré que la amistad sobreviviría a este estado incierto después de esa noche.
Para cerrar nuestro pacto, prometí vernos en pocos días y es así como llegamos a aquella noche, en una disco de ambiente, cuando ella sostenía mi cintura con deseo.
-¿Bailamos?
Por un segundo pensé en la propuesta, midiendo el peligro.
Pensé que todo había quedado claro y no existiría el mínimo problema en disfrutar esa salsa suave.
Me rodeó con sus brazos, su rostro cerca del mío, su boca en mi cuello, la respiración entrecortada entre el beso y la confesión.
Me separé un poco con los músculos de mi cuerpo muy tensos.
Ella notó mi incomodidad y se separó con rabia.
-¿Qué te pasa?
-Nada.
-¡Me quiero ir! ¡Llévame al hotel!
-¡Cálmate!
Perdí la paciencia, discutimos frente a la gente, dimos vueltas sin sentido en su carro y yo me preguntaba mil y un veces.
¿Por qué? Ella es tan delicada, detallista, tan completa, ¿por qué no la dejo entrar en mí vida? Es la mujer perfecta.
-Disculpa Mawa, esta bien, seamos amigas.
La miré un rato.
Y cayó la gota.
Ella se conformaba con tan poco.
Yo me conformaba con tan poco.
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