Antes de la intervención Los animales responden a estímulos. Hace muchos años tuve una perrita llamada Chiquita, que movía la cola cada vez que me veía entrar a la casa después del trabajo. Chiquita sabía, olfateaba desde lejos, la recompensa que le tenía reservaba pero con la condición de que me diera la pata. Así que Chiquita, mi perrita, me esperaba lista con la pata arriba. Pata arriba, comida. Pata abajo, nada. Un estímulo simple, básico, sin complicaciones. Los seres humanos somos una masa de carne más compleja que un perro, o en teoría debería ser así. Pero ahora, mirando de frente a mi amiga Sandra, empiezo a cuestionar totalmente esta premisa. Ella no me mira porque tiene la vista clavada en la pantalla de su celular mientras sus dedos escriben frenéticamente. Yo estoy callada esperando que termine de decir algo, pero su teléfono no deja de escupir sonidos, y cada medio minuto se interrumpe para responder como una poseída. Cuando no suena el celular, igual lo