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Mostrando entradas de 2018

El dilema

Perder un amigo o desperdiciar una excitante oportunidad. Llevo rato saboreando un café pensando en estas dos tormentosas posibilidades, mientras ella habla pero yo mantengo sus palabras en mudo para sortear sin molestias la opción A o B. El mundo está plagado de grandes decisiones que han cambiado el curso de la historia: el ascenso de Hitler al poder, la llegada del hombre a la luna, la separación de los Beatles, el lanzamiento de las bombas atómicas sobre Japón, la caída del muro de Berlín, y aquí estoy yo, una simple mortal de este planeta, una más entre los siete mil millones de habitantes, pensando si me acuesto con la esposa de mi mejor amigo o no. Este buen amigo se mudó hace seis meses a Buenos Aires huyendo de la crisis del país, con la promesa de reunir suficiente dinero para alquilar algo cómodo y mandar el boleto de avión para su esposa, pero antes me dejó una tarea. -¡Cuídala mucho Mawa! Yo confío en ti. ¡No! No puedo acostarme con la pareja de mi amigo, sería una ab

Cerveza y confesiones (y II)

Esta será la última vez. Sé que siempre lo digo y en la cita anterior prometí que sería la última, pero de verdad Mawa, esta será la última vez. -Disculpa la tardanza, el baño estaba ocupado ¿En dónde quedamos? -Quedamos en tu divorcio. -No, no Mawarí. No hagas trampa. Quedamos en tomarnos esas copas de vino en mi casa. Miro el brillo en sus ojos y sonrío. Tengo frente a mí un inmenso error, error que alimenté con simples mentiras y algunas verdades a medias hasta llegar a este callejón con terminación en doble vía: una de ellas indica la entrada y otra la salida. Tomar la puerta de salida implica que eche para atrás todo este parapeto de mujer dominante, soltera sin condiciones y heterosexual convencida que construí en tres horas de labia intensa y diez vasos de cerveza. Pasar la puerta de entrada es demostrarle a este hombre, para más señas, un antiguo novio recién divorciado, padre de una niña de ocho años, vegetariano, ferviente integrante de la Asociación Internacional par

Jefe es jefe y el que no sabe...ya les cuento

Ella me abrió el cierre de la blusa de un solo tirón, con una experiencia que me dejó sorprendida, perturbada, y semidesnuda en la cocina de la oficina. La miré un momento sin decir palabras. Boca abierta a medio camino entre el insulto y la risa. Bajé la cabeza para verificar, no sé qué cosa. Al menos, pensé, tengo mi sostén negro favorito. Unos minutos antes, ella me había seguido hasta la cocina para señalarme con malicia mi pronunciado escote. Ante su insistencia me paré frente a ella, sacando pecho, orgullosa de mis grandes senos naturales, con esa actitud malandra que adopto cuando siento que otros pertuban mis decisiones. A ella, mis senos le molestaban. O la excitaban, no sé. Ella era mi jefa. Así que allí estaba yo, sin blusa, en la cocina de mi trabajo, fuera del horario laboral, sola, frente a mi jefa quien llega y me dice: -¡Así está mejor! En segundos se abre un debate en mi cabeza: ¿Esto cuenta como acoso laboral? ¿Y si me gusta podemos seguir llamándolo así? ¡