-¡Vámonos! -Mawa, ¡cálmate! Entremos un momento, hablemos. -¡Llévame al hotel Mafer! -Discúlpame. Cálmate un poco, entremos a la disco y terminamos bien la noche. -Si no me quieres llevar, me voy caminando. -¡Son las tres de la mañana! ¡Ni siquiera conoces la ciudad! -No me importa. Estaba determinada caminar a oscuras en un sitio desconocido, sin saber si el hotel quedaba a la derecha o la izquierda, si estaba a pocos metros o muchos kilómetros. Pero necesitaba alejarme de una situación clara para mi y confusa para ella. Una media hora antes de esa escena frente a una disco de ambiente, lejos de casa, Mafer me sostenía la cintura con la fuerza de la posesión. Estaba incomoda. Observaba a las parejas bailar con una despreocupación desenfrena, mientras ese brazo en mi cintura me daba una calidez de protección y deseo. Estaba molesta. Pero no con ella, mil y un veces conmigo, porque esa mujer que tenía al lado era la mujer perfecta. Para mí, para cualquiera. La conocí hace