Eran las dos de la mañana y tu cuerpo calentaba el mio. Abracé con fuerza tu espalda pidiendo protección en mis sueños, hurgando ese lugar exacto para reposar mi cara. Teníamos seis meses juntas y ya te buscaba por instinto. Estabas en mi casa, en esa habitación de soltera sin cocina, sin detalles personales más allá de esas cinco cajas de libros que me acompañaban en cada mudanza. Una vez más le habías mentido a tu mamá sobre tu ausencia. Una semana antes tuvimos una pelea monumental que terminó en llanto, cuando te exigí que te quedaras conmigo más de dos noches seguidas. En mi casa reposaban restos de ti. Un cepillo de dientes, una muda de ropa, tu camisa de dormir. Pero no dabas el paso definitivo para quedarte más tiempo conmigo. Tenías miedo. De tu mamá, de asumir que estábamos en una relación estable, adulta y que necesitábamos nuestro espacio. Pero el temor de lo que pasaría te carcomía el alma en llanto. -No voy a estar toda la vida así Alejandra, eres mi novia. Quier